Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

lunes, 13 de junio de 2011

Cuentos de Dravenor: Furia del Norte, Parte I: Recuerdos

Truenos, era lo único que su oído escuchaba mientras permanecía sentado en aquel viejo banco de madera, con el cuerpo levemente inclinado hacia delante, los codos sobre las rodillas y las manos abiertas cubriendo su rostro. Los truenos sonaban rítmicos, acompasados, impropios de la naturaleza previniendo de una fuerte tormenta. “Bien recibidos serían si fuesen truenos de verdad”, pensó, ya que sabía perfectamente que ese sonido no lo producía el cielo, sino centenares de personas eufóricas golpeando el suelo con fuertes pisotones al unísono que habían acudido al lugar a verle morir para su distracción. Dio un profundo suspiro y deslizó sus manos por la cara, hasta dejar que la tenue luz de la armería inundara sus ojos negros los cuales hacían juego con su cabello. Echó un vistazo rápido a la sala, a su izquierda había una forja, aún candente, el resto de la habitación estaba decorado con varios estafermos y alguna que otra panoplia con unas pocas armas y piezas de armadura. Con cada golpe que escuchaba podía ver como la llama de los candiles bailaban, haciendo que la sombra de su portentoso cuerpo pareciese inquieta. El estruendo era más violento a cada momento, como si más y más gente se animase a seguir la corriente a los alborotadores. Algunas de las espadas que estaban metidas verticalmente en cestas empezaban a vibrar y entrechocar entre ellas emitiendo un leve sonido

metálico. Se levantó del banco, muy despacio, parecía no tener prisa por llegar a su destino, observó una de las cestas mientras se acercaba a ella, se mantenía tan ensimismado y concentrado que hasta su propia sombra parecía alejarse para no romper el clímax de sus pensamientos. Se detuvo frente a la deshilachada cesta de mimbre, tomó una espada y la extrajo hasta verse reflejado en el acero. La espada estaba lejos de parecer cuidada, el oxido ennegrecido invadía el filo casi por completo, privando al arma de su lustre, aún así, consiguió cruzar la mirada con su reflejo.

Fue entonces cuando los vítores dejaron de oírse, dejando un silencio absoluto para que las voces del pasado le resonaran en la cabeza. Muchas eran confusas, demasiadas vanas, pocas carecían de sentido, cuando has dedicado toda tu infancia a realizar todo tipo de trabajos denigrante, esclavizado y abusado en todas ellos, la gente te decía muchas cosas, pero pocas de cierta relevancia. “Muchacho, si hay algo que quieras de verdad solo tienes que agarrarlo y llevártelo”, quizá sea lo que mejor recuerde de sus días pasados, ya que ni recordaba su propio nombre, no recordaba si lo tuvo alguna vez, “chico”, “muchacho”, un silbido, un chasquido, un grito, un golpe, era lo único que se necesitaba para dirigirse a él. Nadie que lo reclamaba se interesaba en saber su nombre y mucho menos en ponerle uno, nunca le preguntaron que quería hacer o donde le gustaría ir, solo le decían lo que se esperaba de él. Y así cumplía.

Nunca se preocupaba por nada, ni siquiera en saber quienes fueron sus padres y porque permitieron que llevara ese estilo de vida. Habían comerciado con él en tantas ocasiones como trabajos había tenido, ya no recordaba cuando fue la primera vez ni a que edad, pero era consciente de que esta era su última tarea. Un esclavista de cierto renombre había pagado una buena suma de dinero por él solo para ser aplastado y golpeado hasta la muerte por un ogro, solo para diversión de la gente. Los recuerdos comenzaron a desvanecerse como el humo de una hoguera...

1 comentario:

J.D. Morgenstern dijo...

Pero qué elipsis tan 'martinesca', ¿no? Prosigue pronto con tu narración, camarada de trova, o la avidez que has despertado en mí me carcomerá las entrañas durante la espera. Y ya sabes que soy un individuo que se mueve por impulsos y arrebatos.