Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Reinterpretando insaciablemente

No hace mucho que me hice con un clavicordio, aunque pensaba que era un piano. Lo encontré destartalado y carcomido junto a un contenedor de metal, parecía que se habían hecho amigos. Lo que no sabía el desdichado, es que su destino estaba sellado y pronto se convertiría en una amalgama de astillas y cuerdas desafinadas.

Andaba yo, como casi siempre, distraído y obnubilado, formulándome preguntas sin respuesta o respondiendo sin que nadie me hubiera preguntado. Pero fue entonces cuando mis ojos recobraron el tino, y allá a lo lejos, escondido entre la basura, estaba el clavicordio, y yo sentí que quería cambiar su destino.

Lo tomé entre mis brazos, ¡cómo pesaba! con tanta mala suerte que se precipitó al asfalto una de sus palancas. Pero no importaba, tenía bolsillos, muchos bolsillos, tantos como palancas se iban cayendo, así que fuí guardando sus desmembrantes piezas a medida que iba avanzando con mi nuevo amigo, que aún llamaba piano.

"No soy un piano", trató de decirme. Es algo que me reveló después, pero sin sus palancas que son como sus dientes, no se podía hacer entender. Simplemente silbaba y crujía, no sé si de placer o de pesar, porque desde entonces lo hice mío y ahora tendré que demostrar... si realmente lo merezco interpretar.



Clavicordio: ¡Idiota!, ¡si yo quería ser recliclado y convertirme en un elegante tresillo de mueblería!