Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

lunes, 20 de mayo de 2013

Ovejas negras


Hubo un tiempo en el que todas las ovejas eran negras. 

Libres y salvajes, no había tapias ni barreras que las detuvieran. No necesitaban perros que las defendieran, ni pastores que las gobernaran. El mundo era suyo, hasta donde alcanzaran sus ojos, hasta donde les llevaran sus patitas. Pastaban lo que deseaban y entre ellas se protegían si alguien les atacaba. Pero la libertad se consigue sólo cuando se persigue. Exige sacrificio y responsabilidad. Y las ovejas comenzaron a acomodarse, perdieron su voluntad y con ella, poco a poco, su color. 

Cada vez había menos ovejas negras. Se veía alguna marrón. Y, al fin, fueron apareciendo las ovejas blancas, tal y como se conocen hoy. Estas ovejas blancas, sin voluntad, sin pasión, en lugar de perseguir su libertad, buscaban un pastor. Alguien que las guiara hacia ricos pastos y les diera protección para poder vivir cómodas y sin esfuerzo. A cambio, tan sólo tenían que darles su lana. También su sumisión. Las ovejas estaban conformes con esta situación. Todas excepto las negras, cuya lana no le servía para nada al pastor.

De esta manera, las ovejas pasaron del negro al blanco. Y las pocas que quedaron negras, fueron vistas como extrañas, incluso malvadas. Despreciadas por el resto, no tenían más remedio que abandonar los rebaños por orden del pastor, y si se resistían, los perros las devorarían sin contemplación. Casi todas desaparecieron. Mientras que cada vez había más blancas, más sumisas y más acomodadas. El pastor tenía mucha lana. Toda la que quisiera. Tanta lana tenía que terminó resultando demasiada. 

Llegó el día en el que el pastor ya no necesitaba tanta lana, y por lo tanto, ya no necesitaba tanta oveja. Los pastos comenzaron a escasear, y los perros comenzaron a morder. Las ovejas blancas no sabían que hacer. Muchas de ellas insistían, y hacían cola en la puerta del pastor, para que las esquilaran aunque fuera por un pasto menor. Estaban acostumbradas a ser guiadas que habían perdido la capacidad para decidir donde pastar por sí mismas. La situación era tan desesperada que algunas ovejas hasta empezaron a perder su lana.


Y así fue como poco a poco, algunas y por necesidad, empezaron a cambiar de color a fuerza de voluntad, al recordar que hubo un tiempo en el que todas eran ovejas negras.

Y tenían libertad.


sábado, 18 de mayo de 2013

Sigue lloviendo



Está lloviendo…
Y las nubes no me dejan ver el cielo.
Y la lluvia empapa todos mis recuerdos.
Y entre tanta oscuridad, me quedo ciego.
Me quedo ciego.

Y no te encuentro.
Y aunque creo que te busco, no te encuentro.
Y estoy cerca del abismo y me tambaleo.
Y aunque estoy envuelto en llamas no me quemo.

Me consumo. No me quemo.

Y no lo entiendo,
Aunque trato de entenderlo, no lo entiendo.
Aunque crea que me entiendo, no te entiendo.
Aunque crea que te entiendo, no me entiendo.
No me entiendo. No te entiendo.

Y entre olvido y olvido, te recuerdo.
Y entre lágrima y lágrima, me desvelo.
Y puede ser el final, y estás tan lejos.
Y no alcanzo a vislumbrar el firmamento.
Está lloviendo. Y estás tan lejos.
Está lloviendo. Y estoy muy lejos.



No sé qué hacer,  si este es el fin.
No sé vivir, no sé morir.



Sigue lloviendo,
y aunque amaine, la verdad es que no veo.
Y me pierdo  entre un te quiero y un te quiero,
y aunque no quiero sufrir, estás sufriendo.
Y aunque quiero hacerte feliz,  no estoy contento.
Y la vida ya es tan gris, color cemento,
Y entre tanta cicatriz, hay sangre y cieno.
Y ando en círculos hacia ti, y ya no hay fuego.

Sigue lloviendo...
Y me pregunto si es el fin, no quiero saberlo.
Aunque crea que estoy loco, sigo cuerdo-
Porque pase lo que pase, tengo un credo.
Porque no quiero rendirme, ni saberme muerto.
Por querer resucitar, surcaré el miedo.
Y cuando despierte a tu lado de este sueño.
Ya no habrá más pesadillas ni tormentos.

Será un mal sueño.
Es un mal sueño.

Sigue lloviendo.
Sigue lloviendo.