Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

lunes, 19 de abril de 2010

En busca de los sueños - Epílogo

Sin sendero que recorrer, pero conociendo el camino, como si se trazara en línea directa con su destino, el Guardián avanzaba firme entre la húmeda floresta de un paisaje que había cambiado a medida que transcurría el tiempo en ese irreal y fascinante mundo. Atrás había quedado la aterida montaña, sumida en ese perenne hielo, que realmente contenía un ardiente corazón en sus entrañas más insondables. La Soñadora caminaba a la zaga de su protector y en sus ojos sólo se podía contemplar un sentimiento que aún era incapaz de explicar. La mirada estaba perdida en la fornida espalda del guerrero, confiando ciegamente en él, cediéndole no sólo su salvaguardia, también su propia voluntad. En efímeros intervalos, él se giraba para cerciorarse de que ella estaba bien, recuperada, y ella aprovechaba para sonreirle durante un instante que ambos disfrutaban en su interior, ahogadamente, pero sintiendo en todo momento que desearían clamar por esas emociones tan vehementes que les poseían.

El ambiente había cambiado tanto, que de un profundo frío habían pasado a un chorreante calor, que provocaba que la bruna piel de la elfa resplandeciera, nacarada por las gotas de sudor que bañaban todo su cuerpo, ciñendo sus níveas ropas a su modelado cuerpo, resaltando sus maravillosas formas de manera más que evidente. Para el Guardián era una sensación que comenzaba a tornarse insoportable, pues portaba una pesada armadura de anillas, con hildaga sobrevesta y malla superior en la gola, sin contar con los brazales en sus miembros superiores, las grebas en las piernas y los respectivos escarpes en los pies. Las ulceraciones no tardarían en llegar, además de que contemplar a su soñadora de esa manera le creaba ciertas reacciones que no podía evitar, pero no estaba dispuesto a desproteger su cuerpo, ya que en cualquier momento podría cernirse un nuevo peligro que acometer. Sin embargo, su rostro reflejaba la extenuación de tener que soportar semejante peso con una atmósfera tan candente. Así pues, fue la Soñadora quién se adelantó, cuando sintió que no podía soportar ver a su benfactor más en ese estado. Posando una mano en su hombro y dirigiéndole una enternecida y dulce mirada de complicidad, le susurró con sensuales matices:

- Eres mi Guardián, pero te necesito entero. No hay nada que temer ya, siento la fragancia de la arena y la sal, el aroma del mar que ensancha mi alma... –tras conseguir que el elfo se detuviera, prosiguió esbozando una brillante sonrisa– Puedes despojarte de tu armadura y continuar mucho más liviano.

- Soñadora mía, necesito de esta coraza para...

- Yo sólo te necesito a ti –la dama posó su perfilado dedo sobre los labios del guerrero para que callara instantáneamente y agregó unas palabras que fueron suficiente sentencia.

Comenzó a despojarse de todo el blindaje que llevaba, hasta quedar con una sencilla camisa blanca, de cuello entreabierto y unos pantalones negros, que se comprimían sobre sus piernas y caderas, dejando marcadas ciertas partes de su anatomía bastante impúdicas. La mujer quiso eludir la visión del recio cuerpo descubierto de su acompañante, pero su curiosidad fue mayor que su intención y tonalidades carmesíes adornaron sus mejillas como refulgentes guirnaldas. Él fue consciente del arrebato de timidez de ella y actuó con cierta malicia, tomando inesperadamente la suave mano de la mujer, para posarla sobre su torso descubierto y exclamar con intencionalidad:

- ¿Lo notas? Mi corazón arde y no es precisamente por ese asfixiante calor que estaba consumiéndome bajo mi armazón.

- En ese caso, ¿por qué ese fuego en tu interior? –ella levantó su mirada con osadía, entrando repentinamente en el juego que se había planteado.

- Porque cuando siento que tu piel roza con la mía, se enciende una hoguera de pasiones que apenas puedo controlar –hizo una pausa, para posar sus manos sobre las de ella– Aunque no sé si es conveniente.

- ¿Por qué no lo es, Guardián? –agregó la Soñadora, moviendo con sutileza su mano sobre el cuerpo del hombre.

- Podría resultar una distracción para tu búsqueda, una evasión que impidiera que no alcanzaras tu objetivo... el unicornio y con él, tus sueños –dijo esta vez, bajando levemente su mirada para centrarla en la de la elfa.

- Puede que tengas razón... –la mano se fue apartando ligeramente del cuerpo del guerrero, como si acabara de despertar de un enardecido ensueño de placer– Pero ya no logro diferenciar entre lo que es una distracción y lo que es realmente mi sueño.

- Tendremos que continuar para comprobarlo –culminó, tomando la mano de la elfa, pero sintiendo lánguidamente haber sido tan poco impulsivo– Vamos, yo también percibo ese perfume marino, que durante tantas noches he gozado en la soledad de la noche...

Tiró de ella delicadamente, para que en esta ocasión ambos avanzaran juntos, en un ligero trote sobre un terreno que empezaba a constituirse por dunas de fina arena, en las que se alzaban majestuosos pinos que cubrían su visión del horizonte. No hubo que proseguir demasiado, puesto que después de remontar un escarpado montículo con facilidad, la panorámica que se plasmó en sus ojos fue tan esplendorosa que, instintivamente, ambos se abrazaron para compartirla como un quimérico tesoro que acababan de descubrir. Y es que la visión de esa bahía, en la que las aguas parecían besar la arena con cada embate de las mareas, en ese eterno abrazo entre mar y tierra, donde el malecón eran los brazos y la espuma los labios de los amantes, les sumió en una emotiva conmoción cuando se vieron juntos ante ella. Continuaron aferrados de la mano hasta acceder a la playa de doradas arenas, con la vista extraviada en los confines azulados, sin mediar palabra, tan sólo escuchando la bienvenida que les brindaba el ulular de la brisa que acariciaba las olas.

Y fue este ese instante tan ansiado, en el que se volvieron a mirar tras salir de su embelesamiento, para ser conscientes de ese sentimiento que se desbordaba por todos los recodos de su esencia. Puede que fuera el mar el que terminara de despertar ese trémulo anhelo que latía entre ambos y que se ocultaba velado por la búsqueda de unos sueños que ya habían encontrado. Habían estado escapando de su propia existencia, y en esa huida encontraron el camino, que lo comenzaron a remontar fundiendo sus labios en ese eterno beso que llevaban toda la vida esperando para haberse ofrecido. Sus bocas se deshicieron entre mieles y néctares, los brazos de uno rodearon el cuerpo de la otra, derritiéndose en un único ser con un mismo corazón. El sol se sumergió porque la luna también quería ser espectadora de la pasión desatada y desmedida, de como dos almas oscuras y errantes trascendían de sus deseos y sus sueños a través de sus cuerpos, hasta hacerse luminosas y únicas.

Era la noche de los tiempos sobre la arena de la playa, de los besos debidos, de los abrazos prometidos, de las caricias secretas y del amor más primordial. Era la liberación de una pasión contenida, bajo el abrigo de las estrellas, en la que ambos se pertenecieron, uno dentro de la otra, siendo la misma persona. Era el sueño hecho realidad, a la orilla del mar, del que nunca más tendrían que despertar. La historia de una ausencia, de la espera por parte de ella y de la desesperanza por parte de él, porque la Soñadora siempre supo que llegaría a su sueño y el Guardián sólo podía proteger sueños ajenos.

Por esta razón, esta historia finaliza y comienza aquí, porque el final del camino también es el principio, cuando ambos han sido conscientes de que estaban buscando el mismo sueño. Ese sueño que es él para ella y ella para él. Ese sueño que ahora no es momento de soñar, es momento de vivir.

Abandonaron ese mundo de fantasía para regresar al suyo, donde sabrían que se encontrarían cuando sus pasos los llevaran al linde del mar.

Y mientras Soñadora y Guardián esperan, contemplando ese mismo cielo que les separa en la distancia, pero siempre soñando juntos...

... una pareja de unicornios galopa sobre las aguas de los sueños cumplidos.

Vivir es soñar, soñarte es vivirte.