Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

martes, 23 de abril de 2013

La leyenda de Jorge y el dragón


Cuenta la leyenda que en una lejana ciudad conocida como Silene vivía una terrible criatura, un dragón perverso e inmundo, que aterrorizaba a la población. La bestia era inmensa y habitaba en un lago cercano, causando grandes daños a los rebaños e, incluso, a los habitantes que perecían asesinados. Y no sólo devoraba a sus presas, también devastaba cosechas y pastos, pues su aliento era de fuego y su mirada de trueno.

Para calmar al dragón, los habitantes del lugar acordaron entregarle sacrificios cada día, animales que engordaban para que la bestia fuera saciada. Sin embargo, llegó el momento en el que se acabaron todos los animales de la región y la criatura exigía ofrendas. El rey no tuvo más remedio que ordenar que los sacrificios empezaran a ser humanos. Así fue como, todos los días, se realizaba un sorteo en el que salía elegida una doncella virgen que debía ser entregada.

Uno de esos días el azar hizo que fuera la hija del rey, la princesa, la que resultara elegida como sacrificio. Era una joven y bella mujer, de cabellos negros y fascinante mirada, amada por todos los habitantes del reino por su bondad y su generosidad, pues siempre daba a los que menos tenía y le contaba cuentos a los niños cuando éstos enfermaban y no se dormían. Su padre se resistía a entregarla, y muchos de sus súbditos se ofrecieron para ocupar su lugar, pero el rey se negó. Él mismo había tomado esta terrible decisión y no había otra solución.

La princesa se marchó de la ciudad, caminando sin prisa en dirección al lago del dragón, deteniéndose algunos instantes para contemplar su pueblo, con tristeza pero determinación. Cuando llegó a orillas de aquel infecto lugar, observó como en uno de los lindes había una cueva de la que salía un humo negro y un hedor pestilente. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, apareció un joven caballero, de origen humilde, montado sobre un caballo blanco. 


Al verlo, la princesa le explicó el peligro que corría e intentó disuadirlo para que se marchara, pero el caballero se negó a abandonarla. Estaba allí para salvarla.

Este caballero de leyenda, de nombre Jorge, se enfrentó al dragón en cuanto éste repentinamente apareció. Libraron una de las batallas más cruentas que los anales recuerdan, hasta que el guerrero cargó a caballo contra la bestia y, tras esquivar su aliento de fuego y sus descomunales garras, le incrustó una gran lanza en el pecho. De la sangre que derramó el dragón brotó un hermoso rosal. 



Y así fue como Jorge le entregó a la princesa aquella flor de amor nacida de la sangre de un dragón, y ella le regaló la historia de su gesta que aún hoy perdura imperecedera.

viernes, 19 de abril de 2013

Cómo arreglar el mundo

Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.

Cierto día su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención. De repente se encontró con una revista en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo:

- Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.

Entonces calculó que al pequeño le llevaría diez días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas horas escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.

- Papá, papá, ya lo he hecho, he conseguido terminarlo.

Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que a su edad hubiera conseguido recomponer un puzzle que jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible?, ¿cómo el niño había sido capaz de hacerlo?. De esta manera el padre preguntó con asombro a su hijo:

- Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo has logrado?.

- Papá - respondió el niño-, yo no sabía como era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que le di la vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, pues sí sabía como era.




Cuando conseguí arreglar al hombre, di la vuelta a la hoja y vi que ya había arreglado al mundo. 



Fuente: Gabriel García Márquez.

miércoles, 10 de abril de 2013

La Ranita Sorda

Érase una vez una laguna, no tan pequeña como un charco ni tan grande como un estanque, en el que vivía una colonia de ranitas. Croando y saltando, pasaban noche y día. Pero ocurrió que dos de ellas, saltando entre cañas y nenúfares, acabaron cayendo a un profundo agujero. 


 El resto de las ranas, alarmadas, se reunieron alrededor del agujero, y cuando vieron lo profundo que era, le dijeron a las dos ranas que estaban en el fondo, entre gritos y aspavientos, que toda esperanza perdieran, pues jamás lograrían salir. ¡Que se debían dar por muertas!. 


Pero las dos ranas no hicieron caso alguno a estas palabras y continuaron intentando saltar con todas sus fuerzas para lograr salir del profundo agujero. Mientras tanto, desde arriba las otras también insistían en que sus esfuerzos serían en vano. 

 Finalmente, una de las ranas les prestó atención y en el desánimo cayó. Se tendió en el suelo, se puso a croar amargamente y de pena se murió. Pero la otra rana continuó dando saltos, sin hacer caso de los gritos y las señas de la multitud de ranas, que querían que dejara de sufrir y, simplemente, se dispusiera a morir. ¡No tenía sentido seguir luchando!. 


 Y sin embargo la ranita saltó, y saltó, cada vez más fuerte, cada vez más alto, hasta que tras un gran esfuerzo, logró salir del profundo agujero. ¡Qué proeza la de este anfibio!. 


 Cuando salió, el resto de ranas se le acercó y muy sorprendidos le dijeron:

- Nos alegra mucho que hayas logrado salir, a pesar de que gritáramos que te dejaras morir. 

Fue entonces cuando la rana les explicó que era sorda, y que pensó que lo que hacían desde arriba, entre señas, era animarla a esforzarse más y más para que saliera del agujero.

- Siempre es preferible un aspaviento a una palabra de desaliento. 



 Así pues, tened mucho cuidado no sólo con lo decís, ¡sino con lo que escucháis!, y digan lo que os digan, jamás os rindáis.