Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

viernes, 17 de junio de 2011

El recuerdo de una sonrisa

La noche se expandía como un lóbrego manto, cuando arrebujado en su propia soledad, un cuervo alzó el vuelo entretanto, fundiéndose en la perpetua oscuridad. Recorría los cielos cuando estaban apagados, ni siquiera las estrellas debían resplandecer, pues por todos son sus hábitos afamados, cualquier brillante le haría enloquecer. Nada escapaba a sus diminutos ojos azabache, ni la más insignificante de las alimañas, a las que daba caza con saña, antes de que le sobreviniera el amanecer. Pues era una criatura nocturna en su quehacer, se había desterrado por propia voluntad de la luz del día, en una desamparada existencia, en la que no gozaba de compañía. Pero todo cuanto quería lo tenía, ya que sus ambiciones eran sencillas y sus deseos se satifascían con facilidad. Un diminuto insecto que ingenuo reptaba por una rama, el resto de carroña de un sentenciado animal o granos de maíz dispersos sobre el suelo de un corral. Pero sólo era un ave solitaria, ¿acaso más podría desear?

Largo tiempo había transcurrido sin atisbo de que su rutina fuera a variar, batiendo sus negras alas hacia cualquier destino, escasos eran los lugares que no podía alcanzar. Esa sensación de plenitud y libertad, que sólo le ofrecía la tiniebla de la nocturnidad, era la materia de la que nutría sus sueños. A pesar de que se tratara de un simple cuervo, se sentía amo de los cielos y ascendía entre los vaporosos cúmulos hasta que llegaba al afilado pináculo de una imponente catedral desde donde escudriñaba cualquier recodo de todo cuanto le rodeaba. Contemplaba como un silencioso vigía las apuntadas copas de los árboles y los angulosos rincones de las techumbres, en un laberíntico entramado de edificios que algunos se atrevían a llamar ciudad. Y era, en el interior de los edificios, donde su vigilancia se tornaba curiosidad. A través de las ventanas observaba encandilado una miríada de maravillas que apenas podía explicar. Grandes armazones de madera crujiente se abrían sin cesar, luces intermitentes que se prendían con fulgor estelar y el trasiego de las gentes que tenía una extraña forma de graznar. Pero sólo era un ave solitaria, ¿acaso esto le podría interesar?

Pero era cuestión de tiempo que el pequeño y solitario cuervo encontrara una ilusión por la que vivir, después de haber pasado su vida eludiendo el centelleo de las estrellas, escondido en la noche eterna, a la que no tenía más remedio que huir si quería sobrevivir. Fue desde la repisa de un ventanal, de una casa cualquiera en un día sin importancia a una hora indeterminada, cuando su inquieta mirada se clavó en el prisma de su perdición. Ni tan siquiera en el cielo había visto nada tan hermoso ni con tanto esplendor que aquella sonrisa perlada que refulgía en ese rostro de tez alabastrina, lacios cabellos negros, ojos esmeralda e inenarrable candor. Petrificado por la emoción, no pudo hacer más que contemplar desde las sombras como se abismaba su mundo en ese gesto cautivador. Hasta que esa fascinante visión cruzó umbrales interiores y de su vista desapareció. Jamás habría imaginado, ni en sus sueños más apasionados, que hallaría en el bello rostro de una joven la anhelada joya de su pasión. Por esa sonrisa suya, sería capaz de entregarle su desalentado corazón. Sólo les separaba una ventana de cristal. Pero era un ave solitaria, ¿acaso ella le dejaría entrar?

Durante innumerables noches, desde que los azafranados tonos del atardecer crepitaban en el firmamento hasta que despuntaba en el distante horizonte el alba, el pequeño y solitario cuervo regresaba a la repisa de la ventana, tras el diáfano vidrio que lo distanciaba de la que ya consideraba su amada, mientras ésta le observaba con inocente curiosidad desde el otro lado, sonriendo con complicidad. Esa sonrisa se había convertido en la razón de su vida, en su particular luna nocturna, argéntea y arrebatadora, pero lejana e inaccesible, pues aunque sólo fuera un cristal, era suficiente para mantenerlo apartado de su afán. Volvía sin falta ni demora, esperaba durante horas hasta que aparecía y, cuando en mitad de la estancia su quimérica figura se entreveía, nada en este universo se podía asemejar al cúmulo de sensaciones que eclosionaba en el corazón del pequeño y solitario cuervo. Sin embargo, intercambiaban miradas y la sonrisa de ella se extinguía con las primeras luces del amanecer. Desconocía la razón por la cual la ventana no se abría y eso fue lo que le provocó su desazón. Se sumió en una insufrible y lacerante melancolía, que se alimentaba, noche tras noche, con el veneno de la añoranza por aquello que podemos soñar pero que nunca llegamos a tener. No existe nada más atroz que la ficción del verdadero amor. Pero sólo era un ave solitaria, ¿acaso le podría llegar a amar?

Así fue como tras incontables noches de desvelado amor, el pequeño y solitario cuervo decidió partir para siempre, emprender el vuelo. Puede que sólo fuera un ave solitaria y quizá por ello no pudo llevarse la anhelada joya de su pasión, pero se marchó con un consuelo:


El recuerdo de una sonrisa que le robó el corazón.

1 comentario:

SDLN dijo...

Bello, muy bello de verdad, os felicito, la oscuridad y la esperanza, junto con la última frase...Y ese suceso realmente son perfectos. ^^ Le deseo un buen viaje por el sendero de la vida, lo está recorriendo muy amenamente...
Me volaré por estos lados,
Un saludo, y otra cosa: Quiero abrir una pequeña puerta para los valientes poetas o pequeños soñadores que quieran realmente ver tras esta cerradura oscura:
http://elalmaysustinieblas.blogspot.com

Una invitación Amable,