Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La Leyenda de Taliesin


Cuenta una antigua leyenda celta, qué Ceridwen era una hechicera que vivía en medio del lago Bala.


Ella tuvo tres hijos: Morvran, que era muy hermoso, al igual que su hermana Creirwy de quien se decía que era una doncella luminosa. Pero el tercero, Afag Du, era el menos favorecido de los hombres. En compensación a su fealdad, Ceridwen decidió preparar en su caldero mágico un brebaje para Afag Du que le otorgara la sabiduría llamada Awen, o espíritu de la inspiración. Esta pócima la prepararía según las artes de los Fferyllt: debía hervir a lo largo de todo un año más un día, al final del cual se obtendrían tres gotas capaces de darle el Awen a quien la tomara.

Ceridwen puso a dos personas a cuidar el fuego del caldero mientras ella salía a recolectar plantas: un ciego llamado Morda y un niño llamado Gwion Bach. Pasó un año entero y en el último momento de la preparación, unas gotas del caldero salpicaron a Gwion quien, al sentir la quemadura en su mano, llevó ésta a la boca para lamerla, recibiendo al instante los tres dones de Awen: la inspiración poética, la profecía, y la capacidad de cambiar de forma voluntariamente. El resto de la pócima se volvió venenosa e hizo explotar el caldero, rompiéndose éste en dos mitades.

Por el recién adquirido don de la profecía, Gwion supo que Ceridwen intentará matarle por haber probado lo que estaba destinado a su hijo, así que usando su capacidad de cambiar de forma se transformó en liebre y huyó velozmente, pero Ceridwen, al darse cuenta de lo sucedido, le persiguió en forma de galgo. Gwion entonces se convirtió en pez, pero ella se transformó, a su vez, en nutria. Él se hizo pájaro, y ella halcón. Entonces Gwion se convirtió en un grano más de trigo en un granero; ella, sin embargo, convertida ya en gallina negra, lo engulló. 

Este grano de trigo engullido logró preñar el vientre de la hechicera, quien a los nueve meses dio a luz a un bebé de gran belleza. Ceridwen, incapaz de matarle, colocó al recién nacido en una bolsa de cuero que abandonó en el río. El saco con el pequeño fue descubierto el Primero de Mayo por el príncipe Elffin quien, al contemplar al hermoso bebé, exclamó:

- ¡Mirad! ¡Tiene el rostro radiante!

Y es así que el niño recibió el nombre de Taliesin, que en galés significa “rostro radiante”. Taliesin, a pesar de tener tan tierna edad, era capaz de improvisar unos versos perfectos por virtud del Awen, por lo que se le designó poeta privado de Elffin. Más tarde lograró la fama como jefe de los bardos de Gran Bretaña. Al alcanzar el Awen, Gwion, ya convertido en Taliesin, rememoró su verdadera existencia y habló de su estancia en el Castillo de Arianhrod y de las diferentes vidas que ha ido teniendo, en unos poemas recogidos en el Libro de Taliesin.


Fuente: Llyfr Taliesin

miércoles, 23 de noviembre de 2011

En algún lugar



Se derrama la lluvia en la noche sin luna,
ecos de su repicar encienden mi desvelo,
colmado por pesares no hallo ese anhelo,
de aquel que en amar obtiene su fortuna.

Me recito en silencio que abrace el sueño,
las palabras se caen y como agua yo caigo,
pero en mis manos sólo tristes versos traigo,
para loar la soledad de la que soy dueño.

Lágrimas ausentes desertizan mi lamento,
olvidé que la vida se compone del recuerdo.
Abro las ventanas al frío en tácito acuerdo,
y atrona la añoranza azorada por el viento.

Es este instante de inundada melancolía,
cuando agostado tu fugaz sonrisa requiero,
vacía mi mirada de ti viaja nocturna al cielo,
buscando esa estrella tuya que ansío mía.

¿Y no es verdad que existes en algún lugar,
si tus ojos y los míos sumidos en oscuridad
se han encontrado en mitad de la tempestad,
contemplando acordes el firmamento estelar?

Imagen de Amarelle07
O tal vez la noche no sea oscura,
esta lluvia no sea húmeda,
esa estrella no sea mía,
 tú sólo seas un sueño,
y yo amanezco.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La Casa de Asterión

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. 

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


Fuente: Jorge Luis Borges - El Aleph


jueves, 10 de noviembre de 2011

La Rosa Verde: Sólo una canción


La Rosa Verde, sólo una canción




Pesaba la vida. Pesaban los sueños. Pesaban los años, apilados, pisándose los unos a los otros, revolcándose en una miseria continuada y provocada por un cúmulo de pesares.


Pesaba todo. Era una carga que no debía de haber sido insufrible, pero lo era.

Una carga que otra gente llevaba sobre sus hombros con estoica paciencia. Pero él nunca había sido lo que se dice estoico. Era un tipo de persona que descubrió la absoluta felicidad haciendo lo que él quería hacer, y lo que le gustaba. Devorando instantes felices a tremendos mordiscos, que rasgaban y masticaban los años, y digerían la alegría en un abrir y cerrar de ojos. Y la alegría, al ser digerida, desaparecía sin dejar rastro alguno.


Había tenido un privilegio tan sumamente grande, y que tan poca gente disfrutaba.

Antes, veía la vida como un pentagrama, con las notas formando los hilos que formaba toda su forma de vivir. Sus esperanzas. Sus sueños.

Ahora, ese pentagrama estaba tan borroso. Como si sobre él se hubiera derramado toda la autocomplaciencia del mundo en forma y sabor de alcohol y tabaco.

Con ese pensamiento, cogió la botella de Whisky.


- ¿Sabes?- carraspeó. – Piensas que todo es fácil. Piensas que estás en la puta cima del mundo, que todo está a tu servicio, a tu disposición.

- Pero… yo no pienso eso.- le respondió. Quién le respondía era como él, pero no era él. Era él, pero no era como él. Era su silueta dibujada años antes, su conciencia no aletargada bajo decivelios de éxito indescriptible.

Era toda la esperanza que se dibujaba en un pentagrama todavía casi vacío, pero dispuesto a ser rellenado de todo tipo de melodías.

- Ja.- respondió él décadas después. – Piensas que no lo piensas, y esa es la mentira más grande que existe. Eso es lo peor. Pensar que no piensas algo, cuando en realidad estás totalmente convencido de ello.

- Yo no voy a ser como tú.

- Pero lo serás. Dices que no. Piensas que no piensas que serás como yo. Pero en el fondo lo sabes. En el fondo sabes que lo que te espera es acabar así.

Él, estaba acostado con sus pesares, en un sofá mugriento, con el suelo recubierto de hojas de papel arrugadas, las más mojadas de alcohol y mugre.

- ¿Qué es eso? ¿Qué son esos trozos de papel?- dijo la silueta joven y todavía ingenua.

- ¿Eso? Whisky.

- Sabes que no me refiero al Whisky. ¿Además de viejo y de fracasado estás sordo?

- Sí, estoy algo sordo, es normal cuando te pasas treinta años con un altavoz martilleándote el cerebro. Y bueno, soy viejo, mucho más viejo que tú. Pero, ¿fracasado? He ganado tanto dinero que me he podido permitir el lujo de fumármelo, de follármelo, de comérmelo, y de cagarlo.


- Eres un puto fracasado, y además lo sabes perfectamente. Eres un fracasado porque eso es lo que has hecho. Te has fumado tu éxito. Te has follado tu éxito. Te has comido tu éxito. Y luego lo has cagado. Yo, no seré como tú.

- Has venido aquí conmigo, y yo he ido allí contigo. Los dos estamos viendo lo que fuimos y lo que seremos. Los dos estamos viendo lo que somos en realidad.

- ¡No!- gritó como respuesta con una fuerza vital que él creía olvidaba. -¡Eso no es así! Yo… yo sé lo que quiero. Y no quiero ser como tú.

El viejo rió.

- ¿De qué coño te ríes?- gritó la juventud encerrada en un sueño que todavía palpitaba.

- Me río de que, desgraciadamente, tengo razón. Hace un momento decías que no ibas a ser como yo. Lo decías convencido, tan seguro que hasta por un segundo me lo llegué a creer. Pero ahora dices que no quieres ser como yo. Porque en el fondo sabes la verdad.

- No me has respondido a lo que te pregunté antes.- dijo quizás cambiando de tema. - ¿Qué es eso?

- ¿Eso?- cada vez más pesado, cada vez más cansado, viejo casi anciano, respondió sin saber realmente a qué se refería.

- No es que estés sordo. Es que también estás ciego. Es que has olvidado.

- He olvidado muchas cosas, casi más de las que logro recordar.

- ¿Qué es eso?

- ¡No es nada, joder!- sabía por fin a qué se refería.


El joven tenía buen aspecto. No era necesariamente guapo, pero sí vivo, alto, con todo el pelo que cabría esperar de una persona de veinte años, con su brillo en los ojos, con las manos fuertes y decididas. Pero ya tenía los dedos cayosos, de rasgar las cuerdas de su bajo con rabia pero también con ternura, como si su vida dependiera de ello. Con esas manos cogió uno de los papeles que yacían muertos y arrugados en el suelo. Lo desenvolvió.


- ¿”La Rosa Verde”?

- Te he dicho que no es nada.

El muchacho tembló, mientras veía lo que estaba escrito.

- Pero esto… pero esto…

- Lo sé. Es una puta mierda. ¿Para qué coño vienes aquí y me restriegas en lo que me he convertido

El joven calló. Ni miró a los ojos a la vieja ruina que dormitaba en el sofá.


- ¿A qué has venido realmente?- se incorporó levemente del sofá mientras hacía esa pregunta.- Vivir en la esperanza es lo mejor que podrías haber hecho, nunca venir aquí. Nunca ver esto. Has venido a torturarme. Pero cometes un error. No se puede torturar a alguien que lo ha perdido todo.


Parecía que no le escuchaba. No dejaba de ver la partitura, la letra escrita. No dejaba de mirar a la rosa verde, de ver cada pétalo enroscado en la melodía que florecía entre cada línea del pentagrama.

- ¡Deja eso dónde estaba!- el viejo le arrebató la hoja de las manos, hizo una bola de papel y la tiró al suelo. – Ahí es dónde pertenece.


Por fin reaccionó. Sus ojos chocaron. Una mirada firme y decidida, con la fuerza de cienmil huracanes. Con años de vida y esperanza en cada parpadeo, con el fuego indómito y perenne que prende la llama de la rebeldía de la juventud. La otra mirada, rabiosa de enfermedad y cansancio, agotada, dejaba un rastro de dejadez y de aburrimiento; solapada por cataratas de decepción, hinchada de humo y palabras gastadas.

- Estás a tiempo. Quizás has hecho bien viniendo aquí.- dijo al fin el cansancio apartando la mirada.


- ¿A qué te refieres?

- No hay vuelta de hoja. Esto es lo que hay. Esto es lo que serás. Esto es lo que soy. He perdido todo lo que he ganado… y mucho más. Antes quería espantarte. Pero sé que tenáis razón. Soy un fracasado. – sonrió con toda la tristeza que le permitía albergar ese concepto.- Fui como eres tú. Lo tuve todo. Y todo lo destruí.


- Pero ahora… ahora lo sé… ahora puedo cambiarlo.

- Que seas tan ingenuo es enternecedor. Pero me jode que llegues también a ser gilipollas. Si estás viendo esto es porque lo sabes. Siempre lo has sabido. Siempre lo he sabido. En el fondo, siempre he sabido que todo terminaría así.

El joven retrocedió, asustado, con la certeza de la verdad susurrándole al oído palabras que había oído un millón de veces.

- Porque tienes el talento. Tienes esa magia chaval. Joder, no todo el mundo la tiene. Todo lo contrario. Nadie. Pero tú sí. Y si estás aquí, es porque sabes dónde te va a llevar ese talento y esa magia. Te va a consumir.


- ¿Y qué quieres que haga? Me estás diciendo que estoy a tiempo. ¿A tiempo de qué si estás tan seguro de que ya está todo perdido?

Hasta su voz sonaba tan fuerte como él no podía recordar. ¿Cómo pudo ese torrente detenerse, filtrarse en mil y un agujeros de desidia?

- Deja el bajo. Quémalo si quieres. Ponte a currar, cuida lo que tienes con esa chica… ¿cómo coño se llamaba?

- No… no has podido olvidarlo.


Se rascó la cabeza, realmente avergonzado. Vagamente, como un suspiro tenue y extremadamente lejano, resonaban en su cabeza los ecos de un amor infantil, tan puro como la luz de la mañana. Casi pudo recordarlo en ese momento, como un sentimiento que creyó eterno, que nunca podría acabar, pasara lo que pasara, pero que acabó, que él, como tantas cosas que merecían la pena, echó a perder irremediablemente.

- No has podido olvidarlo.- repitió.- ¡No has podido olvidarla!- volvió a gritar, enfurecido, golpeando la botella de whisky con el dorso de la mano y derramando todo su contenido a un suelo que ya rebosaba alcohol e inmundicia.


- No… no del todo. Y eso ya es mucho, chaval. Entre la neblina puedo casi recordar lo que llegué a sentir. Lo que tú sientes. Pero ni veo su cara. Su cara ya ni existe.

Fue el joven, cuya ingenuidad se tambaleaba quién se sentó en el sofá. Se agarró la cabeza con las manos, con fuerza, como si pensara que iba a desprenderse de su cuello y quisiera evitarlo por todos los medios.

- Eso es imposible. Nunca la olvidaré. La amo tanto. Ella es mi vida.

- No. No lo es. La música es tu vida, y por la música lo perderás todo. Eres un payaso

Volvió a mirarle con el fuego impreso en las pupilas.

afortunado. Tienes un don.- Pero a ella no la perderé. Viviremos juntos siempre, escribiré canciones para ella, y podré hacerla tan feliz…


El viejo rió, en un fuerte tosido, quizás escupió sangre mientras reía.

- Lo poco que recuerdo…- volvió a toser.- lo poco que recuerdo vale la pena más que un millón de conciertos. Que todas esas mujeres que se metieron en mi vida. Eso que sentí… joder, no lo pierdas.

- ¡Pero tú lo has perdido! ¡Eres tú quién lo has perdido!

- ¡Pensaba que ya lo habías comprendido!- su grito era poco más que un susurro bailoteando entre sus maltrechas cuerdas vocales. – Yo la he perdido, y tú la perderás. Ahora tú y sólo tú, puedes evitarlo. Deja la música, vuelve con ella. Vive una vida de la que puedas sentirte orgulloso. No te conviertas en el polvo que los dos sabemos que te convertirás. En el viejo cansado que estás viendo.


El joven se levantó del sofá. Quedó callado durante un buen rato. Ambos callaron, el viejo estaba cansado de hablar, probablemente era la conversación más larga que tenía en meses. Que ironía que teniendo a tanta gente con la que disculparse, empezara por él mismo. Siempre había sido así. La única persona que le importaba era él. Sólo él y la música le habían importado alguna vez realmente. Era todo egoísmo. Era un egoísta, porque la música le importaba exclusivamente porque le hacía feliz. Porque era lo único que le hacía distinto, que incluso en ese punto de decadencia absoluta, en momentos esporádicos, le arrebataba un relámpago de luz, un subidón tan grande como ninguna droga, como ninguna mujer nunca consiguió darle. Ni siquiera aquella que no podía recordar.


- Manda huevos.- dijo por fin el joven, con un calco de la sonrisa triste que él antes esgrimió.- Manda huevos… tienes razón.

- Claro que tengo razón. Y estás aquí por eso. Ahora, cambia las cosas. Ahora seré feliz.

- No es en eso en lo que tienes razón. Eso no va a pasar. Tienes razón en que somos iguales. Somos iguales porque tú, después de todo lo que ha pasado en tu vida, eres tan ingenuo o más que yo.


Se volvieron a mirar. Ambos comprendieron. Se conocían demasiado bien. El viejo conocía al joven a la perfección. El joven, siempre supo, incluso en el instante más valiente de su vida, en lo que algún día se iba a convertir.

- Porque… no lo voy a hacer. No voy a dejar la música. Nunca la dejaré. Llegará el día, en el que, moribundo, tumbado en un sofá, hasta las cejas de Dios sabe qué mierda… me levantaré, y lo primero que haré será coger el bajo… y tocar.

Lentamente se agachó, y cogió el trozo de papel arrugado, que muchos años después él mismo arrugaría y estrellaría contra el suelo.

- “La Rosa Verde”.- volvió a leer.

- ¿Por qué has vuelto a cogerla?

- Te lo volveré a preguntar. ¿Qué es esto?

- Una basura más en un mundo lleno de basura.- no dudó ni un instante. Fue la respuesta más certera que dio nunca. Estaba seguro de verdad.


- ¿Realmente lo crees?.- volvió a temblar, casi asustado del futuro que le esperaba, un futuro tan ambiguo…- No, no lo crees. Quieres creerlo. Piensas que lo piensas. Y esa es la mentira más grande que existe. Pensar que piensas algo, cuando en realidad estás totalmente convencido de ello.

- ¡Dame eso! ¡Dámelo!- el viejo sacó fuerzas de Dios sabía dónde y arremetió contra el joven para volver a quitarle la hoja de papel. Esta vez, le estaba esperando y le esquivó sin problemas. Cayó al suelo como un fardo lleno de fracaso y decepción.


- No quieres saber lo que es esto, no quieres asumirlo. Porque, después de todo lo que has hecho, de todos tus errores, de todo el daño que has causado a tantísima gente que quisiste, que creíste querer o que quisiste desesperadamente querer; no te puedes permitir el lujo de hacer algo así. De sentirte orgulloso de lo que ha motivado tanta infelicidad.

- Por favor, devuélvemela…

Le ayudó a levantarse. Porque estaba intentándolo por sus propios medios y desfallecía en cada intento, ridículo y agotado.


- Esta canción… esta Rosa Verde, es la mejor canción que nunca has escrito. Algo tan perfecto que a mí, ahora mismo me cuesta comprenderlo. Esto es todo lo que vales. Esto eres tú.

- Rómpelo. Quémalo. Destrúyelo. Pulverízalo.

- ¿Estás loco? Millones de personas sueñan con hacer algo así. Ni tú mismo has conseguido destruírla. Lo más que has conseguido es arrugarla un poco y dejarla caer al suelo.

El viejo se consumía con cada bocanada de aire, con cada palabra que intentaba decir.

- Pero… pero… pero… ¿es que no lo comprendes? Si he escrito esa canción, si la he escrito… es porque soy como soy. Si es tan buena, es porque yo soy justo lo contrario. Cada momento de mi vida, cada fracaso, cada persona que he destruído… me han llevado a esa canción. No la merezco… ¿cómo voy a merecerla?


Su juventud, sus sueños y sus esperanzas, le miraron a los ojos por última vez, esta ocasión con más intensidad, con la verdad impresa en los labios.

- No lo has comprendido. No es así. Buscas cualquier excusa para seguir en ese sofá, morir, y ser olvidado. Porque eres un egoísta. Pero no es así. Esta canción es la esperanza de que hay vida todavía. Pese a todo lo que has hecho, todo tu cansancio, toda tu decepción, todo tu fracaso real… no te ha arrebatado tu magia. Tu vida no te ha llevado a esta canción. Todo lo contrario, pese a que lo ha intentado, no ha conseguido arrebatarte la madurez para escribirla. Si hay algo que puedes ofrecerle al mundo, si hay algo en lo que te puedas sujetar para levantarte y volver a empezar, es en esta rosa. En que todavía, pese a que eres un desgraciado hijo de puta… todavía creas vida. Todavía creas esperanza.


El joven dejó la partitura sobre la mesa. Sacó un cigarro de su bolsillo. Comenzó a fumar, lentamente, bocanadas suaves, como si fuera un regalo del cielo.

- Y yo que pensaba que iba a dejar de fumar… ya veo que es imposible.

Dicho esto, se dio la vuelta, abrió la puerta, y se marchó, quizás para siempre. O quizás no volvería a necesitarle.


El viejo abrió los ojos acurrucado entre el frío, mojado de sudor y whisky, tosiendo mucho más fuerte de lo que podría gritar. Se despertó de su sueño, o su sueño se hizo uno con él, no estaba seguro.

Miró a su alrededor. El cuartucho de motel, con botellas, papelinas, humo y ceniza por doquier, manchas de sangre y pintura de fracaso.

En la mesa, al lado de una raya que nadie se había molestado en esnifar, el folio con la partitura, semiarrugado, pero perfectamente dispuesto.

La Rosa Verde.


Se levantó tambaleante. Se hizo un café. Se sentó delante de la partitura. Encendió un cigarrillo. Miro las ascuas del cigarro detenidamente, pensó que podía quemar esa hoja de papel, y esperar a morir en cualquier momento.

Lo borroso del pentagrama de su mente se disipó mientras lo palpaba con las yemas de sus dedos, cayosos, agarrotados pero todavía hábiles en lo que siempre supo que era lo único que sabía hacer.


Ese pentagrama se tiñó de un color nuevo, un verde jugoso y fresco, un sentimiento que sólo la música podía brindarle, pero magnificado por la esperanza de esa rosa verde. Su vida, adquirió sentido otra vez. Las notas estaban perfectamente dispuestas. La letra era legible y real.

Sacó el bajo del armario. Suavemente posó sus manos sobre él. Una extensión eterna de sí mísmo.

Lo que le consumió. A lo que nunca logró renunciar. Lo que le destruyó.

El primer acordé se deslizó entre sus dedos, ronco pero decidido; fuerte y vivo.

Apretó sus manos, comenzó a cantar con su hilo de voz que respondía a cada nota con la certeza de lo sublime. Y supo, que todo era fácil. Que estaba en la cima del mundo. Que todo estaba y siempre estaría a su disposición.


“Pese a que pese la vida…

y pesen los sueños.

Entre olvido y olvido,

nace el recuerdo;

Que permanece quieto.

Que encontré en el viento.


Una rosa verde,

Brota en el cielo,

De sus espinas sangro

Esperanza y tiempo…

… esperanza y tiempo.”






lunes, 7 de noviembre de 2011

Conformistas


Penumbras lo anegaban todo, y sólo contornos se perfilaban a través de las sombras. Esas manos, diligentes, que rasgaban el velo de las tinieblas para amoldarse en aquella ardiente figura, que gemía con cada caricia dedicada, fragmentando el hálito del amante desesperado. Como si en ese momento sólo existiera ese silencio que auguraba el más extasiante de los suspiros.

Resplandecían las miradas en la oscuridad, en un profundo obsidiana, siguiendo el hábil recorrido de los dedos sobre el arco que traza el margen de la espalda, eternizando el éxtasis, deleitándose en el estremecimiento. Y se precipita otro jadeo, la sinfonía de un mundo que se desmorona sobre otro, una piel que se anexiona a otra y unos labios que ya son sólo uno.

- Abrázame -se escabullía el susurro entre las ínfimas fisuras de sus bocas. 

La desesperación se apodera de las voluntades, e iracundas se entrelazan unas lenguas que no precisaban de charlas para entenderse. Y querían pensar, pero la razón se ahogaba en la fricción de sus desnudeces, a medida que éstas descendían a los precipicios extraviados de su deseo. Un deseo que latía, como un resorte; un deseo que se abría, como una flor. Pero, asimismo, un deseo atormentado, sufrido por aquellos cuyo amor permanece callado.


La mente rendida al corazón, el pensamiento sometido a la pasión, perdidos en la embriaguez de los cuerpos, sin preguntas que formular, ni respuestas que buscar. Palabras orquestradas por los gemidos, ya lejos se escuchaban las voces del arrepentimiento por caer en tentaciones prohibidas. Y es que no hay lugar para el pesar cuando estoy dentro de ti porque tú me dejas entrar.

Así que estalla la guerra, sin vencedores ni vencidos, en la que se invade sin piedad. Abierta a él, hendido a ella, la corriente los arrastra a la vorágine del placer, sucumbiendo a la caída de unos imperios a los que les habían prendido fuego. Roto el silencio de los gemidos, por la tiranía de los bramidos, todo comienza a ser constante, cíclico, un orden natural de ascuas y brasas, de savia y cálices, en el que todo culmina en la desembocadura de un furibundo río, más allá de sus ombligos.

- ¿Me quieres? -escapa la agonizante voz de un abatido.
- Te deseo. -el eco no podía ser más cristalino.

Una sonrisa despuntó en su rostro, al mismo tiempo que el alba asomaba por la ventana. Quizá fuera satisfacción, puede que indiferencia, quién sabe si decepción. Pero había sido suficiente para su matutina inquisición, esa era la cuestión.

Y es que, algunos, se conforman con muy poco.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Caminos


Son diversas las formas de interpretar un camino, un largo devenir, que puede, por analogía, considerarse como el propio destino, por lo que ese camino se convierte en un irremediable viaje que recorrer. También, cómo una estela que dejamos a medida que avanzamos, por lo que ese camino sólo existe cuando nosotros lo caminamos. Incluso, cuando la superstición no invade al pretendido raciocinio, los azares se transmutan en causas, que son las que nos empujan a las distintas sendas que emprendemos por acontecimientos pasados, por lo que ese camino que parecía casual en su origen, se constituye por las decisiones de nuestro caminar.

Muchos son, asimismo, los tipos de camino, tan dispares cómo entes vagan por cuántos mundos pudieran existir, pero en un punto convergen, en su final, un final que ninguno de nosotros podemos elegir y en el que ninguno de nosotros queremos pensar, no al menos cuando la disposición quiere eludir la angustia.

Aunque sí hay algo que podemos elegir, con quién queremos recorrer ese camino y hacia qué lugares queremos que nos lleve. Pero los senderos se bifurcan e, incluso, difuminan, cuando teníamos esa trascendental certeza de que conocíamos por dónde transitábamos. Ese 'quién que me acompañaba' se convierte en un 'por qué me acompañó' y ese lugar al que 'quería' llegar, no era más que el 'espejismo' de una ficción.

Pero, pase lo que pase, ocurra cuanto ocurra, a pesar de que nos empeñemos en volver la vista atrás con esa endémica melancolía que  aflige a todo ser humano que considera que cualquier pasada travesía  siempre fue mejor recorrida, el camino sigue ante nosotros, bajo nuestros pies, sea predestinado, recreado, decidido, en compañía o soledad.

Es por eso, y mucho más, que lo importante no es el fin del camino, sino el camino en sí mismo.

Y quién intenta caminar demasiado rápido, pierde la esencia de su propio viaje.