Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

lunes, 24 de diciembre de 2018

El Intronauta

Año 2018. 23 de diciembre. 4:45 de la madrugada.

Era otra noche cualquiera de insomnio. Hacía unas horas que había leído un mantra: “Quien mira hacia afuera sueña; quien mira hacia adentro despierta”. No necesitaba más razones para volver a intentar dormirse. Así que encendió la lámpara de su escritorio y empezó a escribirle a esa mortecina luz que alumbraba, y que paradójicamente se parecía a la inspiración que sentía. No estaba del todo iluminado, pero no lo necesitaba para brillar dentro de su propia habitación. Nadie más le vería. Abrió el portátil, como aquel que abre el arcón de un tesoro y se lo encuentra vacío, y empezó a escribir.

Era uno de esos hombres de letras que escribía para esconder sus lágrimas cuando estaba triste o su sonrisa estúpida cuando sus escritos le enamoraban más que a sus lectores. Era una de esas personas que necesitaba ponerle nombre a las cosas, antes de las cosas le terminaran poniendo nombre a él mismo. Se han dado casos de escritores que han sido encerrados por sus propias palabras, y nunca jamás pudieron salir de ellas. No iba a permitir que eso le ocurriera. Pero tenía miedo. Temía quedarse sin sueños, sólo en palabras, ya que pasaba demasiado tiempo despierto, mirando hacia adentro. Y por si fuera poco, no estaba solo. Había una Ella.

Era una de esas mujeres de palabra a la que un escritor podía encadenarse como si no hubiera nada digno de escribirse más allá de lo que ella significaba. Era una de esas personas que sólo tenía que sonreír para hacer mejores los poemas. Los que aún no existían pero existirían, aunque supiera que no iban a ser siempre los suyos. Pero no era un buen lugar para encerrarse. No lo era, porque ella sólo tenía sentido cuando se escapaba. Y a Ella la encontraba cuando miraba de soslayo hacia adentro, pero tenía la mirada puesta lejos, mucho más lejos que en el afuera. Viajaba. Ella estaba despierta, y aun así soñaba.

“Entonces ya sé lo que soy yo”, escribí.

Soy un intronauta. Camino mirando al cielo, pero sin dar un paso, y ya no recuerdo lo que es el horizonte. Viajo hacia adentro de mí mismo. Voy de día en día, como de estación en estación, en el tren de mi cuerpo, asomado a las calles y a las plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes. Si te escribo, viajo. Si te imagino, viajo. Si tú viajas, viajo. ¿Pero viajo de verdad? Todo viaje es un viaje hacia uno mismo, vayas a donde vayas, estés donde estés. Pero para viajar hay que ir, hay que estar. Viajar es tener tu propio mantra: “Quien mira hacia adentro sueña, con poder mirar hacia afuera y despertar.”

Viajar es no tener cadenas.

Nunca pensé que las tuviera, hasta este año 2018, un 23 de diciembre, a las 4.45 de la madrugada.

Guarda tú estas cadenas rotas.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Hombres que no saben aullar

Érase una vez un joven que no podía conciliar el sueño, porque durante las noches no hacía más que inventar historias. Pero un día su vida cambió, cuando conoció a una mujer, de la que no sólo se enamoró perdidamente, sino a la que también le contaba todas esas historias. Esto era un gran alivio para él. Sin embargo, ella era una Mujer Salvaje, y sólo tenía sentido cuando era libre y podía hacer su voluntad. Al principio, todas las noches, ambos yacían juntos, mientras él le contaba cuentos y ella se adormecía entre sus brazos. Pero entonces empezaron a aullar los lobos, y cuando eso ocurría, ella desaparecía y él se quedaba solo.

 El joven se sentía muy desdichado, porque temía que algún día la Mujer Salvaje no regresara a su lado cuando hacía caso a esos aullidos. Por eso, lo único que se le ocurrió fue inventar todavía más cuentos, más historias, para intentar retenerla, como si pudiera encerrarla entre palabras. Y esta no fue la solución. Trató de aprender a aullar, y no lo hacía mal. Tenía espíritu de lobo. Pero esa no esa su verdadera naturaleza. Y cuando se ama a alguien, no se debe luchar contra uno mismo. Él lo comprendió deprisa. Comenzó a aprender. No podía ser siempre él quien le contara esos cuentos, esas historias. Tenía que ser ella, la Mujer Salvaje, la que lo eligiera a él para contárselas o la que se marchara con los aullidos cuando deseara y con quien quisiera.

 Nadie supo que fue de estos dos enamorados, pero se dice que él aún sigue escribiendo historias para ella...


 ... aunque ella se marchó hace tiempo a correr libre con los lobos.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Sin control


Me descontrolo. 
Ando al borde de precipicios porque me da la gana, 
y a veces lo que parece es que quiero caerme, 
para saber que es verdad, que todo esto existe en serio
no sólo se queda en una realidad que sólo puedo ver 
a través de unos ojos mojados por las lágrimas. 

 Entonces vuelvo a tener esa manía de mirar hacia atrás 
cuando te tengo delante en plan ‘aquí y ahora, hostia’, 
pero me acostumbro a verte en lo que éramos antes 
que no me doy cuenta lo acojonante que es eso 
 de no poder ver el futuro pasar ante tu mirada 
y claro, casi siempre lo que no has vivido 
es lo que te llena de dudas, supongo. 

 Y te descontrolas 
sí, claro que tú, ya sabes quién, 
porque te suelo vestir con mis poemas y mis movidas, 
aunque sabes que te prefiero desnuda y desafiante. 
Que te bailas las noches a pesar de las heridas, 
y no necesitas a nadie que venga a tocarte las palmas. 

Todas esas vidas a las que parece que tienes que renunciar 
porque sólo tienes una, porque sólo tienes esta 
y está pasando, y se está pasando mogollón contigo. 
Por eso cuando encuentras una que te gusta, 
te encuentras y es cuando más te gustas. 
Y me gustas. Y me asustas. Lo reconozco, pero me conoces 
y te prefiero tan así, estás tan guapa siendo tú… 

Así que te escribo uno de tantos, 
(¿me volverás a leer algún día 
para tocarte donde nadie más te toca?) 
porque si me llega ese día de no estar 
y tú te sigues encontrando en estos versos, 
no habré vivido en vano, no habré muerto del todo,
porque estar vivo siempre quise que fuera esto, 
una botella medio llena o medio vacía 
y todas estas ganas de vivirnos cada sorbo, 
 sin controles de alcoholemia, 
sin controles del amor. 

 Estar vivo es esto que tengo contigo. 

“Pensaba que hacerse mayor te daba algo más de control”, 
 pero me doy cuenta que no es así, no es así…  
y tiro p’alante porque no hay otro modo de no caerse.

domingo, 15 de julio de 2018

Líneas paralelas





Son... como dos gotas de lluvia
deslizando en dos ventanas
cuando para de llover...

Son.. como cuentas no pagadas,
de silencios y miradas,
callando por lo que pudo ser...

... y no fue.

Y ya... se despiden frente a frente.
Sin notarse, sin saberse.
Ignorando cualquier plan.

Y no... no sopla viento de cambio.
No hay epifanía, no hay llanto.
Sólo sombras que se escapan ...
... sobre un alfiler.

Como líneas paralelas,
esquivando los recuerdos.
Como besos y caricias,
que se escapan de su piel.

Declarando bancarrota,
quebrando toda esperanza,
cada uno por su lado.
No te quiero ni puedo querer.

Y las hostias en la cara,
y el perfume que se pierde
y el pasado que les muerde
y el futuro no vendrá.

Sólo les queda el presente,
que se escurre entre sus dedos,
escapando en paralelo,
ya no queda nada por lo que luchar.

Y aunque fueron los mejores,
aunque el mundo era suyo,
y eran dueños del destino,
que no era de nadie más...

... ahora ya es que ni se miran,
ahora buscan la salida
que entorpece su memoria
en cada una de sus heridas hay sal.

Y no hay nada...
y no hay nada..
y no hay nada...
y no hay nada...

Y no hay nada...
y no hay nada...
y no hay nada...
Ya no queda nada por lo que luchar.

... ya no queda nada por lo que luchar.

Son... como líneas paralelas.
Cada uno por su lado.
Un espejo bifurcado.
Ya nunca mirarán...


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