Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.
Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños.
Toma asiento y escucha con atención.
Siempre habrá un cuento que narrar.
Tabubué
Ocurrió que Satné, hijo de Kemvesé, buscando el libro encadenado de Thot, vio en el templo a Tabubué, sacerdotisa de Bastet, y quedó tan impresionado que mandó a su servidor a ofrecerle diez deben de oro para que pasase una hora divirtiéndose con él. Pero ella le respondió: Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si tu dueño quiere lo que dices, que acuda a mi casa, donde nadie nos verá, de manera que no tendré que conducirme como una hija de la calle. Satné quedó encantado y fue en el acto a casa de Tabubué, donde ésta le dio la bienvenida y le ofreció vino. Después de haber alegrado su corazón quiso realizar lo que lo había llevado a ella, pero ella le dijo: No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si verdaderamente deseas hallar tu placer en mí, debes darme tus bienes y tu fortuna, tu casa y tus campos y cuanto posees. Satné la miró y mandó buscar a un escriba para que redactase un acta por la cual le cedía todo cuanto poseía. Ella se levantó, se vistió de lino real transparente, a través del cual se veían sus miembros como los de las diosas y se embelleció. Pero cuando él quiso pasar a lo que había venido, ella
lo rechazó diciendo: No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto debes repudiar a tu esposa a fin de que no tenga que temer que tu corazón se vuelva hacia ella. Él la miró y envió a sus servidores a que arrojasen a su mujer de la cama. Entonces ella le dijo: Entra en la habitación y échate sobre la cama; recibirás tu recompensa. Él se tendió sobre su cama, pero entonces entro un esclavo que le dijo: Tus hijos están aquí y reclaman a su madre llorando. Pero él se hizo el sordo y quiso pasar a lo que había venido. Entonces Tabubué dijo: Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto te digo que tus hijos podrían buscar querella a los míos por tu herencia. Esto no debe ser y tienes que permitirme que mate a tus hijos. Satné le dio permiso para matar a sus hijos en su presencia y arrojar los cuerpos por la ventana a los perros y a los gatos.
Y bebiendo vino con ella oyó los perros disputarse los cuerpos de sus hijos.

Fuente:
Sinuhé, El Egipcio de
Mika Waltari.
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