Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Promesas


Os voy a contar una historia, algo que ocurrió en una aldea, un pequeño lugar lleno de encanto que se situaba al pie de unas montañas. Y por mitad de la aldea, entre blancas casas de adobe, transcurría un riachuelo de aguas cristalinas y en su cauce transparente se podían ver pececitos de colores nadando alegremente. Y en los alrededores, bastos campos y un gran terreno boscoso se extendía lleno de vida durante muchos quilómetros, con arboles enormes de hoja caduca que tiñen de dorado el suelo en otoño y de verde pintan la primavera.

Y a pesar del encanto del lugar, no todo era felicidad, pues en esta aldea vivía una muchacha tremendamente bella, con cabellos de oro y el cielo por ojos; pero cada día al atardecer se sentaba en la misma roca junto al río a llorar. Y es que ocurrió hace tiempo, que un niño le prometió la luna. Ellos eran grandes amigos desde muy pequeños, crecieron juntos, jugando a un montón de juegos, corrían persiguiéndose el uno al otro o jugaban al escondite. Pero de entre todos, su preferido era el de “La princesa y el caballero”, ella se subía a un árbol que con la imaginación se convertía en un torreón donde permanecía encerrada esperando a que un valeroso caballero viniera a rescatarla y a conquistar su corazón. Y así fue como un día, el niño le dijo “Si venís conmigo, princesa, os prometo la luna”, con un brillo en los ojos propio del más valeroso de los caballeros.

El cariño entre ellos crecía, y poco a poco surgió el amor, la promesa del astro más bello de la noche era algo que ella jamás habría imaginado, y que nunca podría olvidar. Desde aquel día algo había cambiado en su interior, pero no se atrevía a decírselo por miedo al rechazo, miedo a equivocarse y perder a su mejor amigo. Y cuando se quiso dar cuenta, ella ya no era tan niña, la edad de los juegos había pasado, y las obligaciones iban aumentando, y cada vez tenían menos tiempo para verse, pero cuando podían aprovechaban para escaparse montaña arriba, o se perdían durante un rato por el bosque. Pero lo que más les gustaba era tumbarse en la hierba por la noche, en silencio, contemplando las estrellas y la luna, luna con la que tanto soñaba la muchacha.

Pero un día el aciago destino le jugó una mala pasada, el joven sufrió un grave accidente mientras trabajaba arando el campo con su padre, el buey que tiraba del arado se revolvió de repente y corneó al muchacho en el costado, provocándole una grave herida que lo debatía entre la vida y la muerte. Ella se enteró al poco, y fue corriendo a visitarlo, para decirle que no se podía morir, que tenía que cumplir una promesa... pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó ya había pasado a buscarle la parca y en el catre yacía el cuerpo sin vida del muchacho. La chica se acercó, llorando, se arrodillo al lado de él, y le susurró al oído.


“Me prometiste la luna; pero te la has llevado, me has dejado sola con un cielo estrellado y vacío. Me la ofreciste una vez, me lo dijeron tus ojos llenos de brillo, y estabas esperando a que yo la aceptara; ahora me doy cuenta, de que día a día, me lo recordabas con tu mirada.”

Y desde entonces, cada atardecer, cuando el sol se retira dejando paso a un cielo anaranjado que se resuelve lentamente en oscuridad, la luna aparece y con ella un recuerdo profundo. El recuerdo de una amistad que creció, y de una promesa que el miedo impidió que se cumpliera; destruyendo un juego de niños, evitando que en la noche se quedaran huérfanas las estrellas.

lunes, 9 de agosto de 2010

Reencuentro

Todo parece distinto... depende de nuestro corazón, de lo que nos evoque en ese momento, de algo más allá del entendimiento, algo que se siente y que se escapa a cualquier razonamiento. Y a veces, pienso en que podría haber sido y lo que no es; pienso en lo que tengo y en lo que se me escapó, y es que a veces, más de las que me convienen, pienso en ti.

Fue algo inesperado, algo que surgió de repente sin previsión y que crecía poco a poco, que se iba creando a si mismo lleno de color, alegría, esperanza y buenas sensaciones. Y al principio alzaba el vuelo una sola mariposa, con valentía y majestuosa, delicada y tremendamente hermosa; y esa una llamó a otra, y con el paso de los días fueron cientos de ellas las que mi estomago recorrían. Y sus delicadas alas me acariciaban, haciéndome cosquillas, provocando esa agradable sensación cuando te veía y se aceleraba el latido de mi corazón.

Y al escuchar tu voz, podía sentir lo mismo que cuando escucho una buena canción de alguno de mis grupos preferidos, o a una banda de música interpretar algún tema de Beethoven, o de Mozart... o una pieza de piano de Chopin. Música, una preciosa melodía, una letra cargada de sentimiento y cerrar los ojos, e imaginar un susurro tuyo cerca de mi oído, y notar tu cálido aliento, y pensar que estás aquí, junto a mí y que podemos conversar toda la noche, sin importarnos nada, sin tener en cuenta el paso del tiempo.

Y cuando se nos acaben las palabras, dejaremos que hablen nuestros cuerpos, coger tus manos y mantenerla entre las mías, acariciarlas; tan suaves, tan tiernas, tan expresivas, pequeñas y vivarachas, intentarán jugando escaparse pero siempre volverán para darme su calor cuando las mías estén frías. Pero esto ya es imaginación, porque nunca pasó, porque no tuve valor y ahora es una causa perdida... pero amigo, así es la vida.

Si, así es la vida, te ofrece los néctares más dulces, te los pone al alcance de tu mano, para que puedas verlos, olerlos y degustarlos. Te ofrece una agradable caricia llena de candor y cariño y después te la arrebata antes de que puedas aferrarte a ella. Te ofrece un leve susurro que en ocasiones no alcanzas a escuchar y no puedes atender a su petición. Y piensas que es todo tan sublime, tan perfecto, tan puro que no puede ser verdad... y no te atreves a tocarlo, a aferrarte a ello para no corromperlo con tus impulsos más banales.

Pero aprendes, pues de todo se aprende. Entiendes que si no lo tomas tú, al final otro lo hará suyo. Y no vale lamentarse, pues todo ocurre por un motivo, tanto lo bueno como lo malo.

“AYER TE PERDÍ, PERO QUIZÁ SEA PARA QUE MAÑANA VOLVAMOS A ENCONTRARNOS”

lunes, 5 de julio de 2010

Espejismo

¿Quién es el Woo? Vamos a intentar darle sentido a una pregunta que carece de el, sobre todo si quien se lo pregunta es el mismo al que se supone llaman Woo. Porque llega un momento en el cual, sin ningún precedente previo te preguntas... ¿Quién soy yo? aunque quizá lo que quieres preguntarte es ¿Cómo es la persona que yo creo que soy desde el punto de vista de otra persona? Es decir, ¿se corresponde el cómo me ven, con el cómo me veo yo o realmente pienso y actúo de una forma y realmente no tiene nada que ver con lo que parezco? Y es por eso que surge mi duda ¿Quién es el Woo?


Por este motivo, me hace pensar en cuál es y cómo de distorsionada está mi visión de la verdadera realidad. Es cierto que cada persona tenemos un punto de vista propio, con una serie de opiniones preestablecidas, unos valores y una estructura distinta del pensamiento. Así que voy a afirmar, aun a riesgo de equivocarme, y sé que no me equivoco; que existen tantas formas de pensar y verdades como personas en este mundo. Yo tengo mi verdad y creo mi mundo a mi voluntad propia, pero jamás seré poseedor de nada absoluto, por lo tanto, podemos llegar a una conclusión; y es que todo es relativo y que somos víctimas y creadores del artificio en el cual vivimos.

Y os preguntareis, ¿esto a que viene? Pues muy sencillo, si nada existe y todo vale, si no podemos afirmar nada absoluto y toda verdad es válida, entonces yo, tú, y cada uno de ellos es capaz de reinventarse, pues estará por siempre sujeto al cambio. Cada una de las personas que conocemos puede ser otra persona, pero a la vez seguirá siendo siempre ella misma; yo soy el Woo, pero no hay un solo Woo, hay cientos de ellos, y cada uno distinto al anterior, pero al fin y al cabo representando siempre algo en común.

Ahora bien, antes hemos hablado de las opiniones preestablecidas y la estructura del pensamiento, y ahí es donde radica la esencia de la verdad, la normalidad y la visión del “absoluto relativo”, pues algo será más real cuanto mayor sea la coincidencia entre los distintos puntos de vista. Y esto último es a lo que actualmente llamamos sociedad, por lo tanto, y como ultima conclusión del día; no somos más que entes sociales, y careceríamos de una identidad si fuéramos extraídos de la sociedad.

“Liberadme de los grilletes de la sociedad y entonces seré realmente yo”

viernes, 18 de junio de 2010

El mar

Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.

Pablo Neruda



sábado, 22 de mayo de 2010

Pasatiempo

Si, efectivamente, todo pasa. Pasa el tiempo, pasan las cosas buenas, las malas e incluso aquellas que no tienen mucho sentido. Se van sucediendo, una tras otra, constantes e interminables, y a veces no nos damos cuenta de que han pasado hasta que lo han hecho y en ese preciso instante, justo en ese preciso momento, durante unos segundos podemos desear volver la vista atrás teniendo en cuenta el peligro que eso conlleva, y que os explicaré a continuación.

Nuestra vida es un camino que creamos nosotros mismos, y que se limita a una línea más o menos recta, de la que no podemos escapar y en la cual solo se puede avanzar en un sentido. A veces, esa línea transcurre paralela a la de otra persona, y también existen líneas que se cruzan, se tocan, se rozan e incluso se superponen en una noche loca; pero es cuestión de tiempo que vuelvan a separarse. Y mientras nos desplazamos por este raíl, podemos observar millones de cosas; aunque realmente pasamos la mayor parte del tiempo con la cabeza hacia abajo, mirando donde vamos a poner el pie en el siguiente paso. También es bastante común en el cruel mundo de las líneas de la vida, el intentar correr más que nadie, para poder mirar hacia atrás y jactarse de ser el primero, aunque luego el pobre infeliz, descubrirá que la meta no es tan agradable como él esperaba. Otro error es pensar que si te paras, todo se parará contigo, pero no... y encima, antes era medianamente recta, pero ahora empieza a hacer curvas, giros insospechados, bucles, tirabuzones y un doble mortal; y evidentemente, después es mucho más complicado recorrer el circuito y volver a tomar el control para enderezar la línea.


Y que decir de aquellos a los que de repente, algo se les cruza en el camino y de pronto se ven obligados a dejar de andar. He visto largas caminatas interrumpidas de forma abrupta por el paso de un camión de mercancías. Porque eso sí, la longitud de la línea es quizá la cosa más caprichosa de este mundo, parece gozar de una voluntad propia para interrumpirse cuando a ella le viene en gana. Así pues, llega un momento en el cual no podemos seguir avanzando y miramos hacia todas partes buscando una respuesta, y cuando eso pasa, en mitad de la confusión, aparece un señor (o quizá sea una señora, quien sabe, nadie se ha atrevido a levantar los faldones para averiguar cuál es su sexo, aunque puede que eso tampoco sirva de mucho), que amablemente nos explica que se ha acabado nuestro tiempo, que no hay más camino y que tenemos que acompañarle hasta un lugar desconocido en el que “seremos” felices, pero del que jamás volveremos para informar a nadie de lo bien que lo estamos pasando.


En fin, aquí me encuentro yo, caminando y reflexionando, probablemente perdiendo el tiempo, porque debería estar estudiando para mis exámenes finales. Pero bueno, intentaré sacar una pequeña conclusión de esta abstracta metáfora. Digamos pues, que simplemente tenemos que centrarnos en seguir esa línea, cada cual a su ritmo, abriendo bien los ojos para darnos cuenta de las cosas; ¡y qué demonios! quizá a veces tengamos que correr, o caminar más lentos, o quizá desviarnos ligeramente de la recta para cruzarnos con otra gente, aunque no debemos obsesionarnos porque eso simplemente pasará, es una cuestión de probabilidad, hay mucha líneas y poco espacio. Pero lo que nunca, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia a no ser que se invente un artilugio capaz de devolvernos al pasado; debemos hacer, es mirar hacia atrás, porque es inútil, ese camino ya está recorrido, ya lo hemos superado, pero eso sí, no tenemos que olvidarlo.

martes, 18 de mayo de 2010

¿Y cómo se hace el amor?



Esperaba una casualidad,

sin saber que la encontré

aquel día junto al mar,

en los ojos de esa niña

que jugaba en la arena.

Ahora sé lo que aprendí,

fue una importante lección,

que sin temor puedo decir

pues no hay equivocación.

En mis palabras existe razón

y aunque te puedas reir,

fingiendo ser malvada,

te lo dije en una ocasión,

no hay engaño en mi mirada.





Cuando a los ojos te diga

que el amor se hace

con un cubo y una pala.



La imagen pertenece a Iribel, en devianART

sábado, 8 de mayo de 2010

Aquel antiguo puente de roca

Pasaba sus tardes en la espesura del profundo bosque, sentado en aquel antiguo puente de roca, tejiendo melodías con su laúd, odas a su soledad y tristeza, mientras su rostro se reflejaba en el arroyo sobre el que pendía, marcado por aflicciones y sueños rotos. No había canción que esbozara alegría, ni un tímido acorde de ilusión sabía interpretar, sumido en la desazón en la que se encontraba, lo único que podía hacer era tocar para olvidar. Sus negros ropajes parecían teñirle en el luto en el que se encontraba su alma, por la esperanza fallecida.

Pero llegó el día en el que dejó de contemplar su compungido rostro, en el que su introspectiva compasión no tenía sentido. No podría haberlo imaginado, pues era una tarde tempestuosa, en la que la lluvia calaba todo el robledal e inundaba el riachuelo hasta casi el punto de desbordar. Y allí estaba ella, quién sabe si fascinada por la música o desgarrada por la melancolía. Como una nívea hada de los bosques, resplandecía en volátil blanco, con el vestido empapado sobre su cuerpo y una mirada extraviada desde la ribera del río. Quedó prendada por la imágenes y los sonidos, pero sobre todo por aquel taciturno bardo que le regalaba al viento sus canciones.

Y sus canciones cambiaron, desde que llegó ella, pues cada tarde que regresaba a sentarse en aquel antiguo puente de roca, allí estaba, con su vestido blanco y su mirada extraviada, hasta que se encontraba con la suya y era como si ambos encontraran el camino perdido, la esperanza desvanecida. Las canciones sonaban alegres y luminosas, colmaban el bosque de ilusiones y quimeras, sin embargo, caía la noche y ambos se marchaban, sin intercambiar palabras, pensaban que no las necesitaban. Pero él seguía conservando en su espíritu la atenazante duda, esa inseguridad que asola a aquellos que sólo han vivido tempestades en su vida. Tempestadades de dudas que desbordan arroyos y la esperanza se precipitaba a través de la corriente hasta perderse en el infinito mar.

Sucedió lo que esperaba, se hizo la tarde y ella no estaba. A pesar de que jamás podría haber imaginado que una hermosa dama se podría fijar en él, sí que sabía que pronto lo abandonaría. Todos lo hacían, estaba encerrado en su pena, en una jaula sin barrotes, pero hermética para su quebradiza voluntad. Tras esos días de felicidad y resplandor, regresó a las jornadas de oscuridad y dolor, pero esta vez con una profunda huella en su interior. Desconcertado y apático, ni siquiera se molestaba en tocar su laúd, sólo se sentaba en aquel antiguo puente de roca y alimentaba el arroyo con las lágrimas de sus ojos. Se precipitó a los insondables abismos de la desdicha, morada de los cobardes que no se atrevían a vivir como sentían, por miedo a perder lo que nunca habían tenido.

Hasta que abrió sus ojos, no podía soportar más su situación y nadie le ayudaría, sólo podría cambiarla con su propia convicción. Afinó las clavijas con suavidad y deslizó sus dedos por las cuerdas de su instrumento, mientras sostenía el mástil con ligereza. La canción nació como un etéreo e inocente canto a la esperanza, mientras empezó a caminar por el bosque, sorteando raíces y arbustos. Y a medida que avanzaba, sus manos se movían con presteza sobre los cordajes, haciendo que la melodía se acompasara a su cada vez más agitado pulso. Quería rasgar el mundo con sus notas y que su desesperación repicara en todos los rincones de la creación.

Pero se detuvo.

Allí estaba ella.

A poca distancia del puente donde se citaban cada tarde, pero escondida en la frondosidad, desde la cual se podía vislumbrar con diáfana nitidez el puente, el arroyo y el pesar del músico que ahora la había vuelto a encontrar.

- Llevo días observándote desde aquí. Pensé que no vendrías.

- ¿Por qué te escondías?


- Quería saber si me buscarías...


- Aquí estoy, ¿pero es que no te gusta mi música?


- Necesitaba escuchar más allá de bellas melodías...


Y entonces comprendió lo que nunca antes se había molestado en entender. Que la vida es corta como una canción y hay que atreverse a tocar siempre su mejor versión. Por muchas decepciones y frustraciones, pérdidas y amarguras, sólo tenemos una oportunidad que no debemos desaprovechar. Así que la abrazó, sin mediar palabra, ya había hablado suficiente a través de su música. La besó, sin notas en el pentagrama, demasiados arpegios había interpretado en las innumerables tardes de música y miradas compartidas. La hizo suya y él se hizo de ella, fueron uno en lo más profundo del bosque, con el antiguo puente de roca y el arroyo que se desborda como testigos. Pero ahora no pendía del puente, ahora lo había cruzado. Ahora el arroyo se desbordaba, pero no de decepciones, sino de amor.

La acomodó entre sus brazos, mientras ambos se tendían sobre el tupido manto de hierba. Con sus miradas nadando en sus pupilas, sus labios saboreando las mieles de la pasión y sus manos acariciando la suavidad del placer. Entonces ella sonrió, pero él no, todavía quedaba una duda que disipar y tuvo que preguntar:

- ¿Qué canción te gustaría que tocara para ti?

- La canción más maravillosa que me has dedicado hasta ahora... la canción de tu enamorado corazón.
Y esa sería la única canción que interpretaría para ella, para siempre.

lunes, 19 de abril de 2010

En busca de los sueños - Epílogo

Sin sendero que recorrer, pero conociendo el camino, como si se trazara en línea directa con su destino, el Guardián avanzaba firme entre la húmeda floresta de un paisaje que había cambiado a medida que transcurría el tiempo en ese irreal y fascinante mundo. Atrás había quedado la aterida montaña, sumida en ese perenne hielo, que realmente contenía un ardiente corazón en sus entrañas más insondables. La Soñadora caminaba a la zaga de su protector y en sus ojos sólo se podía contemplar un sentimiento que aún era incapaz de explicar. La mirada estaba perdida en la fornida espalda del guerrero, confiando ciegamente en él, cediéndole no sólo su salvaguardia, también su propia voluntad. En efímeros intervalos, él se giraba para cerciorarse de que ella estaba bien, recuperada, y ella aprovechaba para sonreirle durante un instante que ambos disfrutaban en su interior, ahogadamente, pero sintiendo en todo momento que desearían clamar por esas emociones tan vehementes que les poseían.

El ambiente había cambiado tanto, que de un profundo frío habían pasado a un chorreante calor, que provocaba que la bruna piel de la elfa resplandeciera, nacarada por las gotas de sudor que bañaban todo su cuerpo, ciñendo sus níveas ropas a su modelado cuerpo, resaltando sus maravillosas formas de manera más que evidente. Para el Guardián era una sensación que comenzaba a tornarse insoportable, pues portaba una pesada armadura de anillas, con hildaga sobrevesta y malla superior en la gola, sin contar con los brazales en sus miembros superiores, las grebas en las piernas y los respectivos escarpes en los pies. Las ulceraciones no tardarían en llegar, además de que contemplar a su soñadora de esa manera le creaba ciertas reacciones que no podía evitar, pero no estaba dispuesto a desproteger su cuerpo, ya que en cualquier momento podría cernirse un nuevo peligro que acometer. Sin embargo, su rostro reflejaba la extenuación de tener que soportar semejante peso con una atmósfera tan candente. Así pues, fue la Soñadora quién se adelantó, cuando sintió que no podía soportar ver a su benfactor más en ese estado. Posando una mano en su hombro y dirigiéndole una enternecida y dulce mirada de complicidad, le susurró con sensuales matices:

- Eres mi Guardián, pero te necesito entero. No hay nada que temer ya, siento la fragancia de la arena y la sal, el aroma del mar que ensancha mi alma... –tras conseguir que el elfo se detuviera, prosiguió esbozando una brillante sonrisa– Puedes despojarte de tu armadura y continuar mucho más liviano.

- Soñadora mía, necesito de esta coraza para...

- Yo sólo te necesito a ti –la dama posó su perfilado dedo sobre los labios del guerrero para que callara instantáneamente y agregó unas palabras que fueron suficiente sentencia.

Comenzó a despojarse de todo el blindaje que llevaba, hasta quedar con una sencilla camisa blanca, de cuello entreabierto y unos pantalones negros, que se comprimían sobre sus piernas y caderas, dejando marcadas ciertas partes de su anatomía bastante impúdicas. La mujer quiso eludir la visión del recio cuerpo descubierto de su acompañante, pero su curiosidad fue mayor que su intención y tonalidades carmesíes adornaron sus mejillas como refulgentes guirnaldas. Él fue consciente del arrebato de timidez de ella y actuó con cierta malicia, tomando inesperadamente la suave mano de la mujer, para posarla sobre su torso descubierto y exclamar con intencionalidad:

- ¿Lo notas? Mi corazón arde y no es precisamente por ese asfixiante calor que estaba consumiéndome bajo mi armazón.

- En ese caso, ¿por qué ese fuego en tu interior? –ella levantó su mirada con osadía, entrando repentinamente en el juego que se había planteado.

- Porque cuando siento que tu piel roza con la mía, se enciende una hoguera de pasiones que apenas puedo controlar –hizo una pausa, para posar sus manos sobre las de ella– Aunque no sé si es conveniente.

- ¿Por qué no lo es, Guardián? –agregó la Soñadora, moviendo con sutileza su mano sobre el cuerpo del hombre.

- Podría resultar una distracción para tu búsqueda, una evasión que impidiera que no alcanzaras tu objetivo... el unicornio y con él, tus sueños –dijo esta vez, bajando levemente su mirada para centrarla en la de la elfa.

- Puede que tengas razón... –la mano se fue apartando ligeramente del cuerpo del guerrero, como si acabara de despertar de un enardecido ensueño de placer– Pero ya no logro diferenciar entre lo que es una distracción y lo que es realmente mi sueño.

- Tendremos que continuar para comprobarlo –culminó, tomando la mano de la elfa, pero sintiendo lánguidamente haber sido tan poco impulsivo– Vamos, yo también percibo ese perfume marino, que durante tantas noches he gozado en la soledad de la noche...

Tiró de ella delicadamente, para que en esta ocasión ambos avanzaran juntos, en un ligero trote sobre un terreno que empezaba a constituirse por dunas de fina arena, en las que se alzaban majestuosos pinos que cubrían su visión del horizonte. No hubo que proseguir demasiado, puesto que después de remontar un escarpado montículo con facilidad, la panorámica que se plasmó en sus ojos fue tan esplendorosa que, instintivamente, ambos se abrazaron para compartirla como un quimérico tesoro que acababan de descubrir. Y es que la visión de esa bahía, en la que las aguas parecían besar la arena con cada embate de las mareas, en ese eterno abrazo entre mar y tierra, donde el malecón eran los brazos y la espuma los labios de los amantes, les sumió en una emotiva conmoción cuando se vieron juntos ante ella. Continuaron aferrados de la mano hasta acceder a la playa de doradas arenas, con la vista extraviada en los confines azulados, sin mediar palabra, tan sólo escuchando la bienvenida que les brindaba el ulular de la brisa que acariciaba las olas.

Y fue este ese instante tan ansiado, en el que se volvieron a mirar tras salir de su embelesamiento, para ser conscientes de ese sentimiento que se desbordaba por todos los recodos de su esencia. Puede que fuera el mar el que terminara de despertar ese trémulo anhelo que latía entre ambos y que se ocultaba velado por la búsqueda de unos sueños que ya habían encontrado. Habían estado escapando de su propia existencia, y en esa huida encontraron el camino, que lo comenzaron a remontar fundiendo sus labios en ese eterno beso que llevaban toda la vida esperando para haberse ofrecido. Sus bocas se deshicieron entre mieles y néctares, los brazos de uno rodearon el cuerpo de la otra, derritiéndose en un único ser con un mismo corazón. El sol se sumergió porque la luna también quería ser espectadora de la pasión desatada y desmedida, de como dos almas oscuras y errantes trascendían de sus deseos y sus sueños a través de sus cuerpos, hasta hacerse luminosas y únicas.

Era la noche de los tiempos sobre la arena de la playa, de los besos debidos, de los abrazos prometidos, de las caricias secretas y del amor más primordial. Era la liberación de una pasión contenida, bajo el abrigo de las estrellas, en la que ambos se pertenecieron, uno dentro de la otra, siendo la misma persona. Era el sueño hecho realidad, a la orilla del mar, del que nunca más tendrían que despertar. La historia de una ausencia, de la espera por parte de ella y de la desesperanza por parte de él, porque la Soñadora siempre supo que llegaría a su sueño y el Guardián sólo podía proteger sueños ajenos.

Por esta razón, esta historia finaliza y comienza aquí, porque el final del camino también es el principio, cuando ambos han sido conscientes de que estaban buscando el mismo sueño. Ese sueño que es él para ella y ella para él. Ese sueño que ahora no es momento de soñar, es momento de vivir.

Abandonaron ese mundo de fantasía para regresar al suyo, donde sabrían que se encontrarían cuando sus pasos los llevaran al linde del mar.

Y mientras Soñadora y Guardián esperan, contemplando ese mismo cielo que les separa en la distancia, pero siempre soñando juntos...

... una pareja de unicornios galopa sobre las aguas de los sueños cumplidos.

Vivir es soñar, soñarte es vivirte.

martes, 9 de marzo de 2010

En busca de los sueños - 4ª parte

El tiempo se detuvo durante innumerables jornadas en esa gruta en mitad de la montaña, donde la frontera entre la vida y la muerte cada vez parecía más difusa. Una Soñadora cuyos sueños se desvanecían a medida que su hálito se hacía más mortecino, un Guardián cuyo propósito se desmoronaba en concordancia con el funesto destino de su protegida. A pesar de ello, el elfo no se separó de su lado ni un sólo instante, tratando siempre de propiciarle cuidados y comodidades a su dama, que seguía atenazada por los dolores. El único momento de separación se producía cuando tenía que buscar algo para afianzar su supervivencia en aquella inhóspita y gélida cordillera, en la que las temperaturas se precipitaban hasta cotas remotas de insondable frío. No faltaron víveres, pues el Guardián era un consumado cazador, ni tampoco leña, ya que su acero era afilado y contundente, capaz de quebrar el tronco de cualquier árbol.

Pero lo más trascendental de todo es que tampoco faltó esperanza, que fue la que mantuvo a la Soñadora con vida, tanto por su parte como por la parte de su protector, que pasaba noches en vela, contemplándola preocupado mientras descansaba o abrazándola dedicadamente cuando se percataba de que empezaba a tiritar. En este sentido, las contemplaciones se fueron reduciendo y dieron lugar a la cálida unión de los cuerpos, sin tener que ser necesario el estremecimiento para ello. Era como si un sentimiento de irrefrenable atracción le impeliera tomar el cuerpo de esa mujer, temiendo que se fuera a esfumar en cualquier momento.

Fue una noche de férreo hielo en el exterior, estando ambos entrelazados en la suave tiniebla nocturna, cuando la Soñadora sufrió un punzante acceso de dolor, que provocó que su anatomía se encorvara sometida por la agonía de su afección. Parecía que su alma se desbordaría de su cuerpo, abandonándolo para siempre en esa gruta alejada de su destino. El guerrero la trató de incorporar, alarmado, cerciorándose de que la cataplasma que había dispuesto en la herida de su estómago estaba limpia. Y, en efecto, no sólo estaba impoluta, sino que además la lesión estaba sanando perfectamente bien. Era como si el veneno todavía surcara pérfido sus venas y él fuera incapaz de hacer nada por aliviar su padecimiento. En este crítico instante, la elfa habló con un tono quebrado y discordante, entre suspiros desalentados:

- No me queda mucho, mi querido Guardián.

- Tienes toda la vida por delante, para encontrar al unicornio y vivir de tus sueños como deseas –la respuesta del elfo no se hizo esperar.

- Mucho tiempo llevamos en esta gruta y no he mejorado ni un poco. Puede que todo termine aquí para mí y que tú tendrás que seguir tu camino –la voz de la mujer era cada vez más tenue.

- Mi camino lo marcas tú, al igual que mi destino –tras un meditativo silencio, el elfo añadió– No voy a permitir que caigas aquí, Soñadora mía. Todavía nos resta tanto por soñar…

- Prométeme que si no puedo salir de esta cueva, continuarás sin mí –la afección y la aflicción asomaron ambas en las palabras de la elfa, causando un ominoso pesar en su maltratado entereza.

- No puedo prometer algo que mi corazón se niega a creer.

- ¡Prométemelo, te lo ruego! –gritó desesperada, empleando su último aliento para darle énfasis a sus palabras– Jamás me perdonaría someter tu vida a mi muerte.

De los resplandecientes ojos de la Soñadora nacieron las lágrimas, perladas y brillantes, a pesar de ser generadas por una infinita pesadumbre, mientras que su gesto se tornaba cada vez más desesperado. La reacción del Guardián, tras esta petición, no pudo estar acompañada por palabras, sino por un significativo gesto, pues lo único que hizo fue estrecharla contra su cuerpo, ofreciéndole el latido de su corazón como respuesta a esta demanda. Mas no fue suficiente para ella, que acercó sus labios a su oído y le susurró, suplicante:

- Por favor… si me amas… prométeme que seguirás con tu vida.

El elfo respiró gravemente, cerró sus ojos y dejó suavemente a la mujer, que yacía entre sus brazos desmayada, sobre el lecho que había improvisado en la caverna. La miró unos segundos que parecieron eternizarse desde el costado y se inclinó hacia ella, hablando con una tonalidad prácticamente inaudible sobre sus labios, rozándolos con cada palabra:

- Te lo prometo…

Por fortuna, nunca tuvo que cumplir esta promesa, ni jamás se sabrá si lo hubiera hecho, pues fueron transcurriendo las semanas y la salud de la Soñadora fue mejorando, aunque todavía se encontraba convaleciente y muy debilitada. El invierno era crudo e intenso en el monte, con frecuentes nevadas, continuas heladas y agreste clima. No era conveniente alejarse de su refugio y mucho menos considerando el precario estado de la mujer. De esta manera, tuvieron que compartir incontables amaneceres y anocheceres juntos, en los que no consideraron que el tiempo estuviera perdido, todo lo contrario. Durante el día, se ocupaban de mantener su improvisada guarida acondicionada para poder sobrevivir, dedicándose él a obtener comida y bebida para que no se vieran perdidos en las cumbres y ella a mantener el lugar bien dispuesto y organizado, pues no podía salir de allí bajo ningún concepto. Y en las noches compartían palabras, que fueron convirtiéndose en sentimientos a medida que las intercambiaban durante horas, sin otra pretensión ni emoción que no fuera conocerse.

Existía entre ambos un celestial vínculo, más allá de la magia, por el cual siempre tenían algo nuevo que descubrir el uno del otro e, incluso, era como si hubiesen tenido vidas paralelas, totalmente afines. Comenzaron hablando de sus sueños en ese sueño, pero terminaron por revelar sus vidas, dándole por fin la relevancia que merecían. No obstante, su objetivo continuaba siendo hallar a ese unicornio, del que hablaban a menudo como si se tratara de la leyenda personal que poseemos cada uno de nosotros y que nos empuja a afrontar cualquier destino que nos tenga preparado el universo. La evidencia de que el Guardián languidecía cada vez que se nombraba a la mágica criatura causaba que la Soñadora tuviera que medir las palabras cuando hablaba de sus ilusiones. Sabía que cuando lo encontraran, tendría que decidir, y en este momento todavía no sabría cómo reaccionaría cuando eso ocurriera.

Fue una tarde de deshielo en la montaña, en la que el invierno inicia su éxodo estacional hacia otras latitudes, cuando fue el propio elfo el que saco a relucir el tema, comprobando que la dama de sus sueños cada vez se encontraba más recuperada y sabiendo que no podía demorar por más tiempo lo inevitable:

- Mañana, al alba, retomaremos nuestro camino.

- ¿Estás seguro de ello? –la Soñadora se sorprendió ante la muestra de espontaneidad.

- Lo estoy, Soñadora. Estás recobrada de tus dolores y yo puedo ocuparme de conducirte hacia cualquier lugar, portándote en mis brazos si es necesario. –dijo con tajante firmeza.

- No deseo ser una carga…
- Para mí una carga es un sentimiento que he de soportar sin que disfrute de ello. Y tú, lo que me inspiras, son otra clase de sentimientos… –miró a los ojos a la mujer un instante, intentando transmitirle lo que sentía sin palabras.

- ¿Qué sentimientos? –preguntó ella, pues su curiosidad siempre estaba ávida de ser saciada.

- Sentimientos que me hacen disfrutar… –bajó la cabeza y continuó hablando, tratando de eludir el tema– Te llevaré a dónde me digas, sin ninguna objeción por mi parte. Eso es lo que deseo.

La Soñadora sonrió con acaramelada dulzura, ya que gozaba de este tipo de situaciones en las que se ponía a prueba la franqueza de su protector. Ella, en el fondo, quería escuchar las palabras que se guardaba, pero sabía que lo hacía, precisamente, para velar por ella. Por eso, no sabía si estaba ansiando escuchar la sinceridad de sus sentimientos o proseguir con ese juego siempre.

- La cuestión es que no sé a qué lugar podríamos dirigirnos, Guardián.

- ¿No sabes dónde podría estar el unicornio? –enarcó una ceja el elfo, inquisitivo.

- Sólo sé donde lo imagino.

- Entonces ese será el lugar al que nos tengamos que dirigir… -dijo él, finalmente, esbozando una perlada sonrisa.

Con la refulgente alborada, sueños y destino como equipaje, abandonaron ese hermoso amparo en las montañas, en el que no sólo encontraron recuperación y cobijo, sino un lugar que recordar siempre con especial añoranza, aunque eso sería algo que también sabrían tiempo después. Ahora sólo podían pensar en proseguir su viaje y en encaminar sus pasos rumbo a las ilusiones. Se sucedieron días con sus noches, en los que hubo aventuras y desventuras, de las cuales siempre salieron victoriosos. La espada y la brujería eran los principales valedores en este mundo de fantasía, y mediante ella se fueron abriendo paso por la prodigiosa geografía de este infinito ensueño. Y en el áureo confín, todavía lejano en la distancia, pero cercano en sensaciones, contemplaron el final de su camino, puede que el verdadero inicio de sus vidas.

Ella lo imaginaba y él no necesito que lo concretara con palabras, vio la respuesta en sus ojos. El unicornio estaría allí, aguardando…

… junto al mar.

lunes, 8 de marzo de 2010

Vivir

Bienvenido, yo soy la vida,
puedo ser cruel a veces,
pero esa no es mi intención
pues también soy compasiva.
Me aliaré con el tiempo
y te dejaré crecer
hasta que llegues a viejo,
pero en ese largo camino
me llevaré a tus seres queridos.
Lo siento, no es mi intención
puedo parecer mezquina
pero también te compensaré
con multitud de alegrías.
Yo no decido tu suerte,
ese es mi amigo, el destino;
que te traerá problemas,
pero nunca te rindas,
no merece la pena.
Lucha, lucha y se fuerte
supérate día a día y busca,
busca aquello que deseas.
Yo te daré la oportunidad
amor, risas, amistad; un te quiero,
la verdadera felicidad.
Y al final llegará el momento
tendré que despedirme,
te ruego que me perdones,
espero que hayas disfrutado
y solo me queda decir:
Ha sido un placer, encantado.



Bueno, esto podría ser un resumén muy breve de lo que puede ser la vida. Porque no es solo un camino más que tengamos que recorrer; es, ni más ni menos que aquello por lo que algún día seremos recordados. Y no tiene excesiva importancia el tiempo que vivamos, pues el tiempo es relativo, como todo en este mundo; lo verdaderamente importante es buscar, a cada momento la utopía de la felicidad... vivir pensando que de una forma u otra tenemos que morir, para así aprovechar cada instante que se nos ofrece como si fuera el último. Nacer y morir, reir y llorar, amar y odiar, alegrarse y entristezerse, pensar, actuar, sentir, equivocarse, fallar, tener miedo, superarse, caerse, levantarse y seguir caminando; para finalmente llegar a nuestro destino, mirar hacia atrás y saber que hemos vivido

sábado, 27 de febrero de 2010

En busca de los sueños - 3ª parte

El nevado sendero remontaba una pronunciada pendiente que se hendía en la maciza roca, ondulándose hacia elevadas cumbres que rasgaban los cielos de la mañana. La neblina se había ido disipando a medida que las centellas solares se hacían más lumínicas, aunque la temperatura seguía siendo preocupantemente gélida. Pero eso no alteraba la atención de la Soñadora y su Guardián, como tampoco lo hacía el sobrecogedor panorama que se erigía sobre ellos materializado en la imponente cordillera. Ausentes palabras durante horas, desde que habían abandonado la guarida en la que compartieron el calor de la pasividad de sus cuerpos, aunque sus pensamientos hablaban con nitidez por ellos cada vez que se dedicaban fugaces miradas de complicidad. Ninguno de los dos parecía dispuesto a quebrar ese imperante silencio que los acompañaba en su montañosa travesía, puede que por incertidumbre o inseguridad, ya que una pensaba que no sería capaz de articular los términos que latían en su interior, y el otro desconfiaba de que ella pudiera desear algo distinto a lo que había venido a buscar a este utópico universo de esperanzas pasajeras.

Las horas prosiguieron su inexorable curso y ese mutismo exacerbado estaba empezando a desesperar al guerrero elfo, que siempre había sido locuaz y bullicioso, por lo que buscó alguna motivación para iniciar una conversación que no pareciera forzada para evitar que su protegida pensara que carecía de razones para hablar con ella y sólo lo hacía por mero hastío. En esencia, ambos sabían que había multitud de emociones que estaban aflorando y debían tratar, pero fue otro detalle el que propició que sus voces saludaran a las borrascosas cumbres:

- Tengo la sensación de que conoces el camino. –la voz del Guardián sonaba áspera, por la cantidad de tiempo que llevaba sin hablar.

- Yo también tengo esa impresión, aunque es la primera vez que visito estas tierras. –respondió ella sin girarse otra vez, distante e introspectiva– Es como si…

- Háblame con sinceridad, no has de temer nada de mí. –inquirió él, colmado por una curiosidad que jamás había experimentado.

- Podría considerarse una locura, porque sé que no he estado nunca aquí, pero es como si… –la voz de la Soñadora parecía perderse en un tenue tono que se fundía con la brisa– …hubiese imaginado este lugar antes de visitarlo.

- No es ninguna locura, Soñadora. Le otorgas sentido a tu identidad, pues tú eres la que busca soñar, pero del mismo modo la que siempre sueña. No es descabellado que hayas imaginado este sitio antes.

- No lo entiendes, Guardián. Siento como si hubiese creado todo esto, como si fuese mío de alguna manera. –la dama detuvo sus pasos, volviéndose hacia el elfo con gradual angustia en su mirada– No es sólo un sueño.

- Nunca es sólo un sueño. Y eso lo he aprendido de ti, de esa profunda imaginación que posees y que te permite realizar asombrosas maravillas y prodigiosas magias.

- Pero no es suficiente, nunca es suficiente –sus pasos se dirigieron al Guardián, hasta llegar a su altura para tomar sus manos con delicadeza– Por eso busco al unicornio, para que me pueda hacer olvidar viviendo en mis propios sueños, como si nada más que ellos existieran.

- Por eso te acompaño, ansío esos sueños. –apretó las manos de la elfa para escoltar sus palabras con la determinación de su espíritu.

- Sigues sin entender. Cuando encontremos al unicornio, no podrás venir conmigo, porque cada uno de nosotros tenemos nuestros propios sueños y él se encargará de llevarnos hasta ellos… Estamos destinados a la separación.

El resplandeciente ámbar de los ojos del Guardián se fue extinguiendo como si se le escapara el alma por la mirada, a medida que una punzada de vacuidad recorría todo su cuerpo, desde el punto más hondo de sus sentimientos hasta la punta de sus dedos, en un reguero de desaliento que lo abatió en una inefable melancolía. Sin embargo, él sabía que ella tenía razón y cuando recobró el brío, respiró profundamente, hablando con la franqueza que lo caracterizaba.

- Soy tu Guardián y lo que deseo es que tus sueños se hagan realidad. Ese es mi verdadero destino, lo que ocurra más tarde no importa mientras haya sido leal a mi cometido.

Tanta enmascarada evidencia provocó reacciones similares en la Soñadora, que pareció perder la compostura hasta caer al borde del desvanecimiento cuando asomaron las palabras destino y separación en su boca, pues era lo que le dictaba su mente, contradiciendo absolutamente a las lecciones que, desesperadamente, trataba de inculcarle su corazón. Pero era lo más conveniente dada la situación, ya que había que esclarecer cualquier tipo de duda antes de continuar con la búsqueda. A pesar de ello, sabía que, en el fondo, en las recónditas simas de su imaginación, donde residían sus auténticos anhelos, había un sentimiento que crecía y se expandía, inundando sus antiguas pretensiones para reemplazarlas por un sueño que era el que siempre había perseguido.

Sin embargo, las manos se desunieron, con severas dificultades y un desierto de desilusiones se precipitó en mitad de la montaña, en el que las arenas del tiempo los aislaba en separadas y remotas dunas. Y cuando la Soñadora parecía que dudaba, fue el Guardián quién continuó con el rumbo perseguido, sin conocer la dirección pero haciendo camino al andar. Ella le siguió en una apatía que no sentía desde hacía mucho tiempo, y que no esperaba hallar también en este universo de infinito ensueño. En realidad, sólo le veía a él, caminando imperturbable y decidido, hacia un lugar al que sabía que no quería llegar por lo que implicaba, pero seguía avanzando precisamente por ella. Ella era su motivo y no el unicornio, lo cual provocó que comenzara a replantearse muchas cosas. No obstante, la montaña no es un lugar en el que puedas detenerte a pensar nada…

Fue un error olvidar que se encontraban en un multiverso fantástico, con todo lo que ello implica, pues en la imaginación de su creador no sólo reside la ilusión y la magia, también hay lugar para la aventura, la intriga, el desconcierto, el peligro e incluso terror más elemental. La vida y la muerte, siempre presentes en nuestro psique, en una trascendental antítesis que gobierna nuestras existencias y que se personificó cuando menos lo esperaban. Al principio, todo fue repentino, violento, brutal, sobre todo para la Soñadora, que cuando quiso percatarse, ya estaba atravesada por un enorme y ponzoñoso aguijón, que se introducía con virulencia directamente en su estómago, procedente de una retráctil cola que rezumaba malicia. El potente veneno no tardó en surtir efecto, incluso antes de que el Guardián pudiera ponerse en guardia, dejando totalmente fuera de combate a la elfa, que cayó indolente al suelo.

Un atronador alarido de furia rompió la quietud del ambiente cuando el guerrero vio caer malherida a la génesis de sus profundos sentimientos, desenvainando su espada instintivamente mientras se parapetaba en la rodela de madera y metal que portaba atada a la espalda. La réplica a esto se la dio una criatura que se había deslizado cautelosa, aprovechando la barahúnda mental que sufrían sus víctimas. De anatomía leonada, su rostro parecía pertenecer a un ser humano, pero estaba dotada de pavorosas fauces y terrible cornamenta. Sobresalían de su lomo cuadrúpedo dos gigantescas alas membranosas, como si se tratara de una burla de murciélago, mientras que, para culminar con los retazos de horror, su mucilaginosa cola estaba rematada en amenazantes púas que culminaban en lo que asemejaba el aguijón de un escorpión. Debía haberlo previsto, no dejaba de repetirse el Guardián cuando se halló frente a la mantícora.

No era momento para lamentaciones, no estaba su vida en juego, sino la de la Soñadora. Quizá fue eso lo que orientó sus precisos y certeros movimientos entorno a la bestia, a la cual fintó iracundo pero con habilidad, lanzándole poderosas estocadas en sus puntos vitales, al tiempo que bloqueaba los ataques de la quimera con su escudo, impidiendo que sus espinas se clavaran en su carne y sus garras y colmillos desgarraran su piel. Con cada cuchillada de su espada, se alzaban los gritos de ira y maldición del Guardián, que confluían con los agonizantes chillidos de la mantícora, que fue despedazada lentamente hasta que su horripilante cabeza rodó colina abajo.

El combate no había durado mucho, había sido demasiado torrencial lo sucedido, pero en todos los sentidos. El elfo no se detuvo ni un nimio instante una vez hubo abatido al enemigo, a pesar de sentirse aturdido por los acontecimientos, como si se encontrara en una tétrica pesadilla, y tomó a la Soñadora entre sus brazos, posando con supina suavidad una de sus manos bajo sus cabellos para levantarla lentamente. La piel de ésta estaba mortecina, como si le hubiesen arrancando la vida desde el estómago, con esa letal inyección de veneno directa a su cuerpo. Los ojos del Guardián adoptaron una delirante desesperación cuando la dama no reaccionaba, por lo que empezó a agitarla con cierta vehemencia totalmente perdido en la agonía. Y cuando parecía que ella se había marchado, para jamás volver, terminó por abrir los ojos, flemáticamente, como si tuviera el peso del mundo en sus párpados.

- No me esperes, voy a morir. Busca al unicornio por mí… y persigue tus sueños –su melodiosa y dulce voz apenas era audible ya por el dolor que la torturaba desde el estómago.

Fue ese el momento en el que el Guardián, su Guardián, la abrazó como había deseado hacerlo la noche anterior y la levantó todavía entre sus brazos, para buscar un lugar seguro y resguardado para tratar la supurante herida que tenía en su precioso cuerpo. Ella respiraba entrecortadamente y seguía observando suplicante al elfo, dándole continuidad a las palabras que había pronunciado antes lapidariamente.

- No hay nada que hacer… déjame aquí y sigue tú el camino. Prométeme que seguirás buscando tus sueños sin mí.

Pero el Guardián llevaba demasiado tiempo dejando que su mente hablara y este, precisamente este instante, era el que reservaba para que hablara su corazón.

- Jamás te dejaré, aunque los sueños terminen por separarnos.

Estas fueron las últimas palabras que la Soñadora pudo escuchar conscientemente, antes de desfallecer constreñida por los dolores y el veneno, que surcaban su cuerpo en un mortal torbellino que la alejaba de sus sueños para abismarla al eterno sopor. Hasta que su valedor encontró una pequeña gruta entre dos desfiladeros, en la que dispuso un lecho improvisado con maleza y ramas para colocar sobre él a la elfa.

Y lo único que pudo hacer fue tomarla de la mano, esperar a su lado y susurrarle al oído mientras se debatía entre la vida y la muerte.

- Mi sueño eres tú.

viernes, 19 de febrero de 2010

En busca de los sueños - 2ª parte

Silencio fue lo que hubo tras esta afirmación, durante unos instantes que se tornaron interminables, en los que esa severa voz repicaba en los sorprendidos sentidos de la elfa, mientras la presa de unos fornidos brazos comprimía su esbelto cuerpo contra el frío metal. Trató de desembarazarse inútilmente, pues no sólo se hallaba sometida por la fuerza, también percibía una inexplicable sensación de sosiego que doblegaba su voluntad, como si deseara ser abrazada de esa manera y por esa persona. A pesar de esto, logró recuperar la lucidez cuando fue consciente de la situación en la que se encontraba y pudo articular palabras, contundentes y certeras:

- Sólo busco escapar. Y para ello necesito encontrar al unicornio, que me guiará hasta el mundo de los sueños, donde podré ser eternamente feliz.

- Encontrar al unicornio… –sopesó sus palabras hasta que volvió a reaccionar– ¿Y de quién buscas escapar? –la presa se estrechó ligeramente, como si hubiese sentido la repentina necesidad de evitar que se marchara al escuchar la respuesta.

- De mi existencia, de mi entorno, de mi vida… - el tono de la dama era lacónico, cargado de ecos plúmbeos que se alzaban en armonía con el rumor de la cascada.

Los brazos cedieron inmediatamente, como si con esas palabras hubiesen sido vencidos por una trágica evidencia, y esto fue aprovechado por la mujer, que se movió con felina celeridad hacia sus ropas, poniéndose la túnica apresuradamente para tomar el arco con firmeza, cargando una flecha con la que apuntó al individuo que la había sorprendido en su placidez nocturna. Sabía a quién contemplaría, pero no lo que provocaría esa visión, pues en cuanto se dispuso a disparar contra él, no sólo vio a ese elfo que observaba el horizonte boscoso desde una elevación, con una contundente determinación, ahora esa mirada estaba destinada hacia ella, incluso resplandecía iridiscente en la tiniebla, prendida por un sentimiento que no se atrevía a imaginar.

- Has de perdonarme. Supe que me mirabas desde el bosque y presentí que rastreabas mi presencia. Por lo tanto, te busqué, te encontré, aguardé y te sorprendí cuando menos pudieras esperarlo. –el avezado guerrero unió la palma de sus manos, inclinándose hacia delante a modo de sentida disculpa y prosiguió hablando, colmando el ambiente con su reposada entonación– Soy el Guardián de estas tierras, ese es mi sino. ¿Puedo saber qué deseas?

- Mi deseo es huir –dijo ella– Tú has hecho que me sienta atrapada. No quiero ningún mal para este lugar…sólo continuar con mi búsqueda sin perturbar ese destino tuyo –el desdén con el que pronunció estas frases incluso la estremeció a ella–.

- Lo comprendo –asintió él, permaneciendo dentro del lago, hasta los tobillos– más de lo que piensas. Si estoy aquí, es porque yo también he escapado de mi propia vida. Habito en la soledad del bosque, lo protejo de cualquier tipo de hostilidad que pueda exponerlo al peligro.

- ¿Y acaso yo he amenazado de alguna manera este bosque, Guardián? –preguntó ella con comedido sarcasmo.

- No, desde luego que no –negó suavemente y una sonrisa ilustró su fino rostro– No sabría explicar qué me ha ocurrido, pero desde el momento en el que te he contemplado desde el risco, has inspirado un sentimiento en mí que trasciende a mi comprensión. Has hecho que olvide mi cometido aquí y has despertado mi curiosidad, que llevaba incontables eras en letargo, Soñadora.

- Me ha ocurrido lo mismo –terminó por reconocer, apartando su mirada hasta sentirse extrañamente ruborizada al escuchar la manera de referirse a ella– En realidad sí te he buscado por la floresta, con un entusiasmo que tampoco puedo explicar, Guardián.

- En ese caso, no busquemos explicaciones…

El Guardián caminó hasta la Soñadora, recorriendo una distancia que al principio parecía ser más lejana de lo que realmente era, creando bucles en el agua con cada una de sus pisadas. La Soñadora dejó de enfilar su arco contra el Guardián, y se limitó a aguardar su llegada, sintiendo que una espera mucho más prolongada, incluso de años, estaba llegando a su fin. Se encontraron el uno frente al otro y todos los sonidos se apagaron, el mundo se había detenido para que los dioses disfrutaran de este esperado instante. Las mejillas de la elfa irradiaban un inocente fulgor escarlata, que se vio acentuado cuando él la tomo de la mano y se fue arrodillando lentamente, hasta clavar una de sus rodillas en el empapado suelo. Y sin dejar de mirarla a los ojos, las palabras manaron como esa catarata que se despeñaba en un inexorable torrente de agua hasta el lago, siguiendo el curso natural de las cosas.

- Seré el Guardián de tus sueños. No sé quién eres, pero no me importa, pues es como si te conociera desde tiempo inmemorial. –tras una efímera pausa, añadió– Si tu deseo es encontrar a ese unicornio, te ayudaré, pues eso será lo que me permita estar a tu lado.

Un súbito vacío ahogó la respiración de la hechicera, que no podía creer lo que estaba escuchando, sin embargo ansiaba esas palabras más que ninguna otra cosa en este mundo. Se mantuvo impávida, sabiendo qué contestar, pero demorando su respuesta, como si gozara al ver la creciente preocupación que se plasmaba en el rostro del elfo a medida que transcurrían los silenciosos segundos. Hizo acopio de atrevimiento hasta culminar con una sonrisa que preludió graciosamente esa réplica que se proyectó a través de sus apetecibles labios.

- Siempre has sido el Guardián de mis sueños. Tampoco te conozco, pero no lo necesito, pues es como si confiara en ti más que en mí misma. –le miró detenidamente a los ojos a pesar de su notable timidez– Ven conmigo, encontremos al unicornio, escapémonos de esta vida, pues por eso estamos aquí los dos.

Fueron estas palabras las que sellaron un vínculo que no era en absoluto eventual, pues en este mundo no había nadie más que ellos y sus sentimientos. Pero eso no lo sabían y se limitaron a retomar esa búsqueda que parecía haberlos reunido, pues ella perseguía esos sueños que la permitieran escapar y él necesitaba protegerla para que pudiera cumplir sus anhelos. Ambos desconocían dónde podría encontrarse ese legendario corcel de infinita magia, por lo que comenzaron por salir del bosque y dirigirse hacia el norte, en el que se alzaba amenazante un monumental horizonte montañoso, invadido por una neblinosa mortaja. Las temperaturas descendieron vertiginosamente a medida que ascendían por la escarpada cordillera, hasta que llegó la noche y se vieron impelidos a buscar un refugio para evitar perecer congelados. Las dotes de exploración de ella junto al sentido de la supervivencia de él obtuvieron sus resultados, cuando se toparon con una pequeña gruta en mitad de la pared rocosa, y allí decidieron pasar las horas

Una vez estuvieron dentro, el Guardián preparó un pequeño círculo con piedras, colocando en el centro yesca suficiente para alimentar una buena fogata, y cuando pretendía encenderla con el pedernal que guardaba en su cinto, la Soñadora colocó su mano sobre su pecho para que se detuviera, apaciguando su impulsivo ímpetu con una dulce sonrisa. El elfo se retiró inmediatamente, intrigado, dejando que se ocupara ella, que tan sólo tuvo que concentrarse un instante y pronunciar una sortílega letanía, para que de su mano se proyectara una tenue llama que hizo arder la leña instantáneamente.

- ¿Magia? –inquirió él, perplejo pero con un risueño gesto.

- Sueños –respondió la elfa con sus ojos clavados en la hoguera– En este mundo de fantasía, imaginar es poder, soñar es magia. No hay nada que no podamos hacer si utilizamos nuestra imaginación.

- ¿Por esa razón buscas al unicornio?

- Así es –afirmó ella, pero hizo una pausa, como si no se sintiera del todo convencida de lo que estaba diciendo, hasta que finalmente continuó– Para que me lleve a ese mágico lugar donde nunca dejaré de soñar.

La lumbre calentaba toda la caverna, ofreciéndoles el bienestar del que precisaban en la helada noche. Aún así, él la tomó entre sus brazos, ella se dejó arropar y se acopló en su cuerpo, tumbándose sobre su pecho para escuchar los enérgicos latidos de su corazón mientras desaparecía cualquier atisbo de frío que pudiera atenazarla. Ninguno de los dos se movió, simplemente se mantuvieron abrazados en silencio hasta que llegó un nuevo amanecer.

Y con el alba, reanudaron el camino, pero ellos ya sabían por quién ardían sus corazones.