Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

sábado, 22 de mayo de 2010

Pasatiempo

Si, efectivamente, todo pasa. Pasa el tiempo, pasan las cosas buenas, las malas e incluso aquellas que no tienen mucho sentido. Se van sucediendo, una tras otra, constantes e interminables, y a veces no nos damos cuenta de que han pasado hasta que lo han hecho y en ese preciso instante, justo en ese preciso momento, durante unos segundos podemos desear volver la vista atrás teniendo en cuenta el peligro que eso conlleva, y que os explicaré a continuación.

Nuestra vida es un camino que creamos nosotros mismos, y que se limita a una línea más o menos recta, de la que no podemos escapar y en la cual solo se puede avanzar en un sentido. A veces, esa línea transcurre paralela a la de otra persona, y también existen líneas que se cruzan, se tocan, se rozan e incluso se superponen en una noche loca; pero es cuestión de tiempo que vuelvan a separarse. Y mientras nos desplazamos por este raíl, podemos observar millones de cosas; aunque realmente pasamos la mayor parte del tiempo con la cabeza hacia abajo, mirando donde vamos a poner el pie en el siguiente paso. También es bastante común en el cruel mundo de las líneas de la vida, el intentar correr más que nadie, para poder mirar hacia atrás y jactarse de ser el primero, aunque luego el pobre infeliz, descubrirá que la meta no es tan agradable como él esperaba. Otro error es pensar que si te paras, todo se parará contigo, pero no... y encima, antes era medianamente recta, pero ahora empieza a hacer curvas, giros insospechados, bucles, tirabuzones y un doble mortal; y evidentemente, después es mucho más complicado recorrer el circuito y volver a tomar el control para enderezar la línea.


Y que decir de aquellos a los que de repente, algo se les cruza en el camino y de pronto se ven obligados a dejar de andar. He visto largas caminatas interrumpidas de forma abrupta por el paso de un camión de mercancías. Porque eso sí, la longitud de la línea es quizá la cosa más caprichosa de este mundo, parece gozar de una voluntad propia para interrumpirse cuando a ella le viene en gana. Así pues, llega un momento en el cual no podemos seguir avanzando y miramos hacia todas partes buscando una respuesta, y cuando eso pasa, en mitad de la confusión, aparece un señor (o quizá sea una señora, quien sabe, nadie se ha atrevido a levantar los faldones para averiguar cuál es su sexo, aunque puede que eso tampoco sirva de mucho), que amablemente nos explica que se ha acabado nuestro tiempo, que no hay más camino y que tenemos que acompañarle hasta un lugar desconocido en el que “seremos” felices, pero del que jamás volveremos para informar a nadie de lo bien que lo estamos pasando.


En fin, aquí me encuentro yo, caminando y reflexionando, probablemente perdiendo el tiempo, porque debería estar estudiando para mis exámenes finales. Pero bueno, intentaré sacar una pequeña conclusión de esta abstracta metáfora. Digamos pues, que simplemente tenemos que centrarnos en seguir esa línea, cada cual a su ritmo, abriendo bien los ojos para darnos cuenta de las cosas; ¡y qué demonios! quizá a veces tengamos que correr, o caminar más lentos, o quizá desviarnos ligeramente de la recta para cruzarnos con otra gente, aunque no debemos obsesionarnos porque eso simplemente pasará, es una cuestión de probabilidad, hay mucha líneas y poco espacio. Pero lo que nunca, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia a no ser que se invente un artilugio capaz de devolvernos al pasado; debemos hacer, es mirar hacia atrás, porque es inútil, ese camino ya está recorrido, ya lo hemos superado, pero eso sí, no tenemos que olvidarlo.

martes, 18 de mayo de 2010

¿Y cómo se hace el amor?



Esperaba una casualidad,

sin saber que la encontré

aquel día junto al mar,

en los ojos de esa niña

que jugaba en la arena.

Ahora sé lo que aprendí,

fue una importante lección,

que sin temor puedo decir

pues no hay equivocación.

En mis palabras existe razón

y aunque te puedas reir,

fingiendo ser malvada,

te lo dije en una ocasión,

no hay engaño en mi mirada.





Cuando a los ojos te diga

que el amor se hace

con un cubo y una pala.



La imagen pertenece a Iribel, en devianART

sábado, 8 de mayo de 2010

Aquel antiguo puente de roca

Pasaba sus tardes en la espesura del profundo bosque, sentado en aquel antiguo puente de roca, tejiendo melodías con su laúd, odas a su soledad y tristeza, mientras su rostro se reflejaba en el arroyo sobre el que pendía, marcado por aflicciones y sueños rotos. No había canción que esbozara alegría, ni un tímido acorde de ilusión sabía interpretar, sumido en la desazón en la que se encontraba, lo único que podía hacer era tocar para olvidar. Sus negros ropajes parecían teñirle en el luto en el que se encontraba su alma, por la esperanza fallecida.

Pero llegó el día en el que dejó de contemplar su compungido rostro, en el que su introspectiva compasión no tenía sentido. No podría haberlo imaginado, pues era una tarde tempestuosa, en la que la lluvia calaba todo el robledal e inundaba el riachuelo hasta casi el punto de desbordar. Y allí estaba ella, quién sabe si fascinada por la música o desgarrada por la melancolía. Como una nívea hada de los bosques, resplandecía en volátil blanco, con el vestido empapado sobre su cuerpo y una mirada extraviada desde la ribera del río. Quedó prendada por la imágenes y los sonidos, pero sobre todo por aquel taciturno bardo que le regalaba al viento sus canciones.

Y sus canciones cambiaron, desde que llegó ella, pues cada tarde que regresaba a sentarse en aquel antiguo puente de roca, allí estaba, con su vestido blanco y su mirada extraviada, hasta que se encontraba con la suya y era como si ambos encontraran el camino perdido, la esperanza desvanecida. Las canciones sonaban alegres y luminosas, colmaban el bosque de ilusiones y quimeras, sin embargo, caía la noche y ambos se marchaban, sin intercambiar palabras, pensaban que no las necesitaban. Pero él seguía conservando en su espíritu la atenazante duda, esa inseguridad que asola a aquellos que sólo han vivido tempestades en su vida. Tempestadades de dudas que desbordan arroyos y la esperanza se precipitaba a través de la corriente hasta perderse en el infinito mar.

Sucedió lo que esperaba, se hizo la tarde y ella no estaba. A pesar de que jamás podría haber imaginado que una hermosa dama se podría fijar en él, sí que sabía que pronto lo abandonaría. Todos lo hacían, estaba encerrado en su pena, en una jaula sin barrotes, pero hermética para su quebradiza voluntad. Tras esos días de felicidad y resplandor, regresó a las jornadas de oscuridad y dolor, pero esta vez con una profunda huella en su interior. Desconcertado y apático, ni siquiera se molestaba en tocar su laúd, sólo se sentaba en aquel antiguo puente de roca y alimentaba el arroyo con las lágrimas de sus ojos. Se precipitó a los insondables abismos de la desdicha, morada de los cobardes que no se atrevían a vivir como sentían, por miedo a perder lo que nunca habían tenido.

Hasta que abrió sus ojos, no podía soportar más su situación y nadie le ayudaría, sólo podría cambiarla con su propia convicción. Afinó las clavijas con suavidad y deslizó sus dedos por las cuerdas de su instrumento, mientras sostenía el mástil con ligereza. La canción nació como un etéreo e inocente canto a la esperanza, mientras empezó a caminar por el bosque, sorteando raíces y arbustos. Y a medida que avanzaba, sus manos se movían con presteza sobre los cordajes, haciendo que la melodía se acompasara a su cada vez más agitado pulso. Quería rasgar el mundo con sus notas y que su desesperación repicara en todos los rincones de la creación.

Pero se detuvo.

Allí estaba ella.

A poca distancia del puente donde se citaban cada tarde, pero escondida en la frondosidad, desde la cual se podía vislumbrar con diáfana nitidez el puente, el arroyo y el pesar del músico que ahora la había vuelto a encontrar.

- Llevo días observándote desde aquí. Pensé que no vendrías.

- ¿Por qué te escondías?


- Quería saber si me buscarías...


- Aquí estoy, ¿pero es que no te gusta mi música?


- Necesitaba escuchar más allá de bellas melodías...


Y entonces comprendió lo que nunca antes se había molestado en entender. Que la vida es corta como una canción y hay que atreverse a tocar siempre su mejor versión. Por muchas decepciones y frustraciones, pérdidas y amarguras, sólo tenemos una oportunidad que no debemos desaprovechar. Así que la abrazó, sin mediar palabra, ya había hablado suficiente a través de su música. La besó, sin notas en el pentagrama, demasiados arpegios había interpretado en las innumerables tardes de música y miradas compartidas. La hizo suya y él se hizo de ella, fueron uno en lo más profundo del bosque, con el antiguo puente de roca y el arroyo que se desborda como testigos. Pero ahora no pendía del puente, ahora lo había cruzado. Ahora el arroyo se desbordaba, pero no de decepciones, sino de amor.

La acomodó entre sus brazos, mientras ambos se tendían sobre el tupido manto de hierba. Con sus miradas nadando en sus pupilas, sus labios saboreando las mieles de la pasión y sus manos acariciando la suavidad del placer. Entonces ella sonrió, pero él no, todavía quedaba una duda que disipar y tuvo que preguntar:

- ¿Qué canción te gustaría que tocara para ti?

- La canción más maravillosa que me has dedicado hasta ahora... la canción de tu enamorado corazón.
Y esa sería la única canción que interpretaría para ella, para siempre.