Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

jueves, 9 de junio de 2011

Al final del camino

Despiertas.

O eso es lo que crees, pues no puedes ver, no puedes escuchar, no puedes sentir. Estás paralizado. Debe ser un sueño, piensas. Más bien una pesadilla. Te encuentras sumido en una parálisis onírica, sólo tienes que volver a retomar la utopía del ensueño. Pero hay algo que te aferra a ese estado, que te atenaza para que padezcas este angustioso letargo. Tu mente, a lo único que puedes apelar, empieza a sentir desesperadas punzadas por la creciente ansiedad que te provoca tus incapacidades. Un irracional pavor te envuelve…

Hasta que empiezas a moverte. Aunque son movimientos lentos, torpes, espasmódicos, como si desconocieras tus habilidades psicomotrices. Abre los ojos, afinas el oído, palpas con tus manos lo que te rodea. Oscuridad, silencio y frío, mucho frío. Sientes alivio por haber superado tu temporal minusvalía, pero en la incertidumbre te vuelves a sumergir. Algo no encaja, te lamentas en voz alta. Es una voz rota y sepulcral la que proyectas. No parece la tuya. Te incorporas, con serias dificultades, sintiendo que una inmensidad de pinchazos torturan tu cuerpo. Logras alzarte y tus piernas tiemblan frenéticamente, apenas puedes mantenerte en pie. Miras a tu alrededor y lo que tus ojos perciben es la más insondable de las tinieblas. La única melodía que adviertes es la discordancia de tu lenta y malsana respiración. Te rodeas con los brazos, pues el ambiente es tan gélido que sientes que comienza a calar tus huesos.

Todavía no sabes porque, pero te mueves, con paso lento e indeterminado, pues hacia ninguna parte es donde te diriges. Cada pisada que das va mermando tus fuerzas, pero necesitas andar, hay algo que te empuja a escapar o que te seduce para seguir. Tu errática mirada parece captar algo. Es una indeterminada línea que se vislumbra a no demasiada distancia que siega la negrura que te rodea. Tu curiosidad, la de todo ser humano, te lleva de la mano hasta allí y encuentras un camino. Un tortuoso y fantasmal sendero que repta por la oscuridad hasta un lugar donde tu vista es incapaz de llegar.

Marchas por la espectral senda con la respiración cada vez más agitada por el incipiente cansancio, pero con un atisbo de esperanza y de primordial emoción. Es un camino y todo camino conduce hacia algún lugar. Avanzas durante unos instantes que se convierten en eternos. Has dejado de dudar, has perdido el miedo y el cansancio no te martiriza. ¿Qué habrá al final del camino? La pregunta se estrella en tu mente contundentemente con cada huella que dejas en tu devenir. Quieres saber que hay al final, necesitas saber que hay al final. Puede que incluso vivas por saber que hay al final.

Sin embargo, tras vagar durante un tiempo tan indeterminado que parece haber perdido su sentido dimensional, empiezas a hundirte. Miras al suelo y lo que, en su inicio, era un camino seguro y delimitado, ahora se ha convertido en infecto y pútrido fango. Tus titánicos esfuerzos por continuar son vanos. Te hundes, inexorablemente. Tus pies, tus piernas, tus caderas, tu tronco, todo tu cuerpo está siendo engullido por la tierra. Te empeñas en mantenerte en la superficie, pero todo es fútil. Abres la boca para gritar, pero el barro entra por tu garganta torrencialmente y te enmudece, te asfixia, te ahoga. Por tu organismo mana una nauseabunda corriente y sientes que expiras…

… pero en cuanto tu cuerpo es tragado por ese camino que debería llevarte hacia el conocimiento que ansiabas, caes. Te precipitas hacia el abismal, eterno y oscuro vacío. La negrura te imbuye, la opacidad te nubla y te fundes en las sombras. Lo insondable y lo infinito te aguarda, pero no puedes, no quieres ni necesitas concebirlo. Estaba tan cerca... Es la última frase que puedes exhalar, como un vago suspiro que trastabilla a través de tus cuerdas vocales. Y no, no lo estabas.

Pero ahora, mientras caes, eres consciente que durante toda tu existencia siempre quisiste saber que había al final del camino, que había más allá.

Ya lo sabes.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que si que hay algo al final, hay tristeza, dolor, desesperación, desolación, angustia, añoranzas y sobre todo mucha desilusión.

J.D. Morgenstern dijo...

Me encantaría que fuera cierto, que al final del camino, de la vida, pudiéramos continuar sintiendo emociones, aunque fuesen de esa apesadumbrada y lánguida índole, pues eso implicaría que nuestro corazón sigue existiendo. Pero, mucho me temo, que por lo que a mí respecta, igual que antes de nacer no éramos nada, después, nuestro epílogo será el mismo.

Es por eso que lo mejor que podemos hacer es gozar de este insignificante intervalo de tiempo al que llamamos vida que tenemos entre esos dos eternos senderos de oscuridad.

Anónimo dijo...

No es necesario morir para que la vida se te acabe.

J.D. Morgenstern dijo...

La vida sólo acaba con la muerte, que es lo único inexorable e irreparable de la existencia humana. Todo lo demás tiene solución, aunque parezcas estar al final de un camino sin posibilidad de avanzar o precipitándote en un abismo de melancolía donde no hallas el modo de regresar.

Pero siempre se abren otras sendas, tarde o temprano, a pesar de que en ciertos momentos no sepamos verlas.

Anónimo dijo...

No, no siempre acaba con la muerte, te aseguro que hay cosas sin solución peores que la muerte. No puedes aseverar que se abran otras sendas porque hay casos en los que no hay vuelta atrás y ese camino hasta que llegas al final del recorrido es un cumulo de tristeza, dolor, desesperación, desolación, angustia, añoranzas y sobre todo mucha desilusión

J.D. Morgenstern dijo...

Puedo afirmar, bajo mi punto de vista, desde mi perspectiva personal, que la muerte es la disposición fundamental de la angustia humana, porque te reduce a nada. Mientras haya vida, hay esperanza.

Así pues, puedo aseverar, y asevero, del mismo modo que tú aseveras lo contrario, sin que yo te niegue la posibilidad de que lo hagas :)

Zanni dijo...

Qué pesadilla...........................