Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

domingo, 8 de enero de 2012

Cuentos de Dravenor: Furia del Norte, Parte IV: El Renacer



Estaba completamente desorientado y había perdido la noción del tiempo “¿Cuánto tiempo habrá pasado desde entonces?”. Trató de incorporarse y todos los huesos del cuerpo le crujieron, pero no sintió dolor. Los huesos rotos se le habían solidificado. Se palpó a tientas el rostro y los hinchazones habían bajado, se examinó el resto del cuerpo, tenia el torso vendado pero las heridas estaban prácticamente cicatrizadas. Se sentó en la cama y acto seguido probó levantarse, la cabeza le daba vueltas pero supo aguantar el equilibrio.

Dio un paso, seguido de otro, dudaba un poco, miraba fijamente sus pies, se sentía como si estuviese dando sus primeros pasos de nuevo, “Cuando despiertes te vas a sentir como si hubieses vuelto a nacer”, levantó la cabeza rápidamente y abrió los ojos en una fusión se resalto y sorpresa, la voz sonó como si se la hubieran repetido en ese mismo instante. Echó la vista atrás y evidentemente no había nadie salvo él y su sangre diluida en agua en el interior de un cubo.

Se acercó a un ventanal que quedaba cerca de él y se asomó. Entrecerró los ojos frunciendo el ceño, el golpe de la luz le causó dolor, era fuego para sus pupilas en comparación a la oscuridad con la que había “convivido” últimamente. Mientras se le acostumbraba la vista alcanzó a escuchar el trino de los pájaros, el sonido de las campanas, el ladrido de los perros y el incesante jaleo del tumulto de la ciudad. Ante él se extendía la ciudad de Velen, aunque desde un punto de vista del que nunca lo había imaginado, en todo caso, era consciente de donde estaba, en una habitación a treinta metros de altura, la catedral de Aedon.

Permaneció inmóvil, se sintió hechizado por el panorama, el agua de los canales, las gaviotas volando perdiéndose en el horizonte, las nubes blancas que moteaban el cielo azul, la brisa que acariciaba su piel y ondeaba tímidamente su cabello. Por unos instantes en su vida se sintió bien y en su rostro casi pudo dibujarse una sonrisa.

Algo quebró su momento, el crujir de una puerta al abrirse hizo que desviara la mirada hacia la misma.

Un hombre achaparrado, vestido con una túnica cruzó el umbral, llevaba un cubo de agua, volvió a cerrar la puerta sin tan siquiera mirarle, se espolsó la túnica y alzó la vista.

“Por Aedon…”. Dijo sobresaltado.

Soltó accidentalmente el cubo derramándose su contenido en el suelo.

“¡Te has levantado!... ¿Cómo es eso posible?, los sanadores que te trataron dijeron que no volverías a caminar”.

El joven observó como el agua corría por el suelo, metiéndose entre las juntas del empedrado, ante sus ojos el agua fue enrojeciéndose hasta tornarse rojo y espeso como la sangre, la vista se le quedó fija en el liquido derramado. El agua avanzaba sobre los adoquines despacio pero sin pausa, como una serpiente que devora a su presa, en su cabeza empezaron a escucharse llantos de niños, y gritos de angustia de muejeres, el entrechocar del acero con acero, el crepitar del fuego al consumir la paja y la madera, y el sonido de una flecha al hundirse en la carne.



“¿Me oyes, te encuentras bien?”. Preguntó el sacerdote acercándose a él y poniéndole una mano en la frente.

El muchacho salió de su ensimismamiento inmediatamente, apartó la mano de su frente de un manotazo y agarró el cuello del hombre con fuerza.

“Tranquilo…muchacho… solo comprobaba si tenias fiebre… intento ayudarte por Aedon. Por favor, suéltame… soy tu amigo”. Imploró mientras trataba de zafarse inútilmente.

El agresor sacudió la cabeza y abrió la mano dejando libre a su victima.

El débil sacerdote respiró agitado, poniendo una mano sobre su pecho.

“Apenas tienes fiebre ya, pero has estado cerca de dos meses técnicamente muerto… es probable que aun tengas algún tipo de alucinación, pero debes calmarte, nadie aquí va a hacerte daño…”. Tosió. “Y dudo que pudiesen aun queriendo…”. Apuntó el hombre observando el tamaño del los brazos del joven.

No solo los brazos del muchacho eran descomunales, la anchura de su pecho y su espalda tampoco pasaban desapercibidos.

Hizo caso omiso al sacerdote y volvió la vista a la ventana, sin mirar a ningún punto en concreto.

“Es sorprendente como te has recuperado completamente, sin tener ninguna herida o secuela, es como si te hubieras echado una larga siesta. No hay duda que tienes una fortaleza sobrenatural”.

Volvió la vista al sacerdote una vez mas, con los ojos entornados asimilando lo que acababa de escuchar.

“Imagino que querrás saber el como has llegado hasta aquí”.

Asintió despacio, sin cambiar el gesto de su rostro.

“La guardia de la ciudad irrumpió en la arena cuando aquel ogro estaba a punto de aplastarte la cabeza. La milicia llevaba tiempo detrás del esclavista que dirigió aquel dantesco espectáculo, que aparecieran justo en el momento fue solo casualidad. Se te consideró inocente de estar allí por propia voluntad, eras solo una victima de aquel juego de modo que te trajeron, estabas totalmente desfigurado, no tuviste oportunidad contra aquel monstruo”.

El joven apretó la mandíbula y golpeó la pared con un puñetazo. El sacerdote retrocedió un paso y levantó las manos protegiéndose.

No dijo nada, solo dirigió la mirada a la puerta que había al otro lado de la habitación y caminó a paso ligero hacia ella ignorando una vez mas al sacerdote.

“Espera, dime al menos como te llamas”.

Se detuvo bajo el marco de la puerta, permaneció pensativo al igual que perplejo, era la primera vez que le preguntaban su nombre, no sabía contestarle, ¿chico?, ¿muchacho?, era a lo que estaba acostumbrado, además, solo era un nombre, ¿Qué importa?.

Se dio la vuelta y miró al hombre a los ojos.

“…Eolan”. Dijo con una voz grave y serena.

Salió cerrando la puerta tras de si sin rumbo, era libre, libre de rehacer su vida, algo o alguien le había dado una segunda oportunidad, ¿una segunda oportunidad para que?, ¿para vengarse de todos aquellos que le trataron como a una mierda?, ¿para encontrar su sitio en el mundo?,... “AL INFIERNO”.

Se rasgó las vendas que aún tenía alrededor del torso y las arrojó al suelo dejando que el viento jugara con ellas, llevándoselas lejos, lejos como su pasado.

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