Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

miércoles, 6 de enero de 2010

Sueño y Esperanza

No podría decir que mi existencia sea sencilla, pero tampoco puedo elegir. En esencia, mi labor reside en evitar que la gente elija, aunque estoy totalmente sojuzgado a la creencia. No obstante, sigo actuando, bajo una velada mascarada de quimera, y muy pocos pueden eludirme, pues soy muy eficiente en mi quehacer. Recibiendo órdenes directas de una ama caprichosa e inconstante, en ocasiones tengo que ejecutar sentencias que atentan directamente contra la ética humana, si es que ésta se puede considerar absoluta y universal en cualquiera de sus vertientes. Pero carezco de remordimientos, no existe en mí ese sentimiento de culpa que atenaza al resto de la humanidad.

Era un día cualquiera, o una noche, no lo recuerdo, cuando advertí la llamada de mi cometido y me dispuse a actuar, acatando fielmente el mandamiento preestablecido. Conocía a las personas con las que debía tratar y, del mismo modo, ellas sabían de mí, mas no imaginaban que yo había sido tan relevante en sus respectivos devenires. Él era Sueño y ella era Esperanza, y trataban nuevamente de unirse, pero yo no podía permitirlo, sería un asunto demasiado predecible y sencillo para que mi patrona lo aceptara. Algo inevitable, y eso no le gustaba, ya que prefería jugar con los sentimientos y las emociones, y para ello precisaba de mi trabajo. Así pues, me pertreché con mis eficaces armas y comencé intervenir en este reiterado intento de vínculo.

Sueño era triste, melancólico y evasivo, habitando en las regiones remotas de la imaginación, en un reino cuya muralla se erigía con miedos y temores que él mismo había ido apilando con sus propios brazos a lo largo de su vida, para que nada ni nadie pudiera entrar sin su permiso. De carácter romántico y espíritu rebelde, poseía una entereza inigualable y una voluntad incuestionable. Pero hacía tiempo, mucho tiempo, que había desistido en la espera de encontrar a alguien con quien compartir su existencia. Había perdido la esperanza.

Esperanza era solitaria, curiosa e imaginativa, con una asombrosa capacidad para fraguar mundos a su antojo, en su propia mente o en lo más profundo de su corazón, en los que sólo ella residía y compartía con los demás pero sin disfrutar de ellos plenamente. Su naturaleza creativa e inventiva la dotaban de un talento innato hacia la abstracción, engalanado con una dulce y cándida alma. Sabía lo que quería, desde siempre, aunque no lo encontraba y eso le provocaba una profunda aflicción. Había dejado de soñar.

Parecía ineludible que Sueño y Esperanza, en cuanto se conocieran, desearan estar juntos, necesitaban el uno del otro para alcanzar esa ficción que algunos se atreven a llamar Felicidad cuando la consiguen. Sin embargo, yo no debía consentirlo. Tenía un ardua tarea que acometer y que se prolongaba desde hacía mucho tiempo, puesto que uno de mis enemigos más acérrimos, a la que también le agradaba recrearse con las voluntades ajenas, se encargaba de tentar a ambos desde hace años, en vanas pretensiones, para que pudieran encontrarse en mitad del camino, en el que yo procuraba que se extraviaran con mis viles ardides.

Esta vez, mi veleidosa rival, Casualidad, recurrió a su hermana gemela, Causalidad, que era diametralmente opuesta a ella, pues prefería atenerse a argumentos y consecuencias en lugar de azares y arbitrios, y lograron que lo ineludible fuera verdadero. Que lo inexorable se tornara sincero. Que lo inexcusable se convirtiera en eterno. A pesar de ello, continué insistiendo en mi afanoso propósito de provocar la desunión, tratando de sumir a Esperanza en la desesperanza y a Sueño en la desesperación. No sirvió de nada y en ese momento lo contemplé con cristalina claridad: Sueño y Esperanza no existían, sólo eran uno, siempre habían sido uno: Amor. Mi voluble señora, la Fortuna, había sentido envidia de ellos, por primera vez en toda su eternidad, por lo que me envió a mí para que extinguiera aquello a lo que ni tan siquiera ella podía aspirar.

Pero fracasé estrepitosamente, pues en raras ocasiones los azares del universo se unen para conspirar contra mí y poco puedo hacer para evitar mi derrota.

¿Preguntas mi nombre?
Estoy convencido de que conoces la respuesta.

Mi nombre es Destino.

1 comentario:

Dama Blanca dijo...

Me ha gustado mucho el detalle de las hermanas gemelas, que comparten un "carácter" tan distinto.
Me ha gustado mucho, está muy bien escrito y muy bien trabajado (desde mi punto de vista, que no es que sea aquí una experta sabes jaja).

El final me ha gustado mucho, y me ha recordado a una frase de una canción que creo que puse en mi blog hace no mucho:
"Que el Destino lo domino y así, te incluyo en mi vida".

Y a reírnos de él.
¡Un saludo!