Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Existencia inmortal

Era una ominosa noche en el Bosque Alto, en la que ni tan siquiera los resplandecientes haces de luz estelar podían atravesar la espesa fronda arbórea que ejercía de bóveda natural mediante sus tortuosas y entrelazadas ramas, abrazadas en la cúspide de los robles. Pero esto no le incomodaba a un Primer Nacido, pues su vista estaba dotada de la capacidad de contemplar con nitidez a pesar de estar sumido en la tiniebla nocturna y le hacía disfrutar de su trotar noctámbulo sobre su argénteo corcel, sintiendo como una cálida brisa le acariciaba su níveo rostro y le hablaba en imperceptibles susurros de los primordiales secretos de este milenario paraje.

El elfo mesó las crines del caballo para tranquilizarle con arrobadoras palabras, alzándose sobre la silla levemente para que sus ambarinas pupilas escudriñaran todos los rincones de la espesura. Desde hacía largo rato había percibido un extraño estremecimiento que lo había sumido en una inquietante curiosidad y trataba de abrirse paso entre la frondosidad, concentrándose en sus hechiceras dotes para detectar cualquier atisbo mágico o sobrenatural. Una repentina corriente de aire frío le asaltó sorpresivamente, provocando que su larga melena azabache ondulara con efímera intensidad sobre la plateada coraza que protegía su atlética anatomía.

Detuvo al caballo por las riendas y agudizó el oído, cerrando sus ojos para propiciar una mayor concentración, tratando de visualizar si ese gélido céfiro tenía un carácter arcano. Y así era, por lo que espoleó a su jamelgo, galopando rápidamente en la dirección que intuía adecuada. Este tipo de andanzas nocturnas eran las que hacían sentir vivo a Nolendur, pues su longeva existencia, propia de los elfos, que ya contaba con varias centurias, hacía que disfrutara mucho menos de las emociones rutinarias que harían sentir dichoso a cualquier hombre. Continuó azuzando la montura a medida que iba percibiendo que se aproximaba al foco de la brujería, pudiendo incluso detectar cuál era su naturaleza, evidenciando el peor de los presagios: se trataba de Magia Sombría, propia de sus condenados primos de la Antípoda Oscura, los drows o elfos oscuros.

Debe tratarse de una incursión caviló con cierta preocupación el noble elfo, que se debatía en si debía regresar a la ciudadela para alertar a sus hermanos o se enfrentaba a ellos él mismo, mientras descabalgaba con felina habilidad de su corcel y conjuraba un hechizo de invisibilidad para ocultar su presencia con un translúcido manto de sombras arcanas. Se aproximó sigilosamente hacia el lugar donde parecía latir con más intensidad la presencia drow y vislumbró la situación con desasosiego, puesto que una banda de cuatro guerreros oscuros, comandados por una sacerdotisa que esgrimía furibunda un látigo de cabezas de serpiente, hostigaban y herían despiadadamente a una mujer, a la que no podía distinguir desde su posición, que se encontraba entre ellos y parecía resistirse con severas dificultades, en un pequeño claro entre robledales.

Lo tuvo claro. No podía perder ni un instante tratando de avisar a sus camaradas, así que desenvainó hábilmente su espada, pasando la palma de su mano sobre la hoja al tiempo que recitaba silenciosamente un sortilegio que le concedió una resplandeciente aura, envolviéndola en una brillante magia que le ayudaría en la batalla. Nolendur era uno de los últimos caballeros arcanos, también llamado Filo del Ocaso, cuyas extraordinarias dotes mágicas les permitían encantar sus armas a voluntad con poderosos conjuros. De este modo, disipó la invisibilidad que le ocultaba y comenzó a cargar hacia los invasores oscuros, sacando el escudo que llevaba atado a su espalda y alzando su espada preparado para atacar. Los elfos oscuros advirtieron su presencia como él deseaba, pues lo que pretendía era distraer su atención para que dejaran de dañar a la dama, girándose hacia él y posicionándose en una formación de guardia para repeler su acometida.

Cargó con violencia, colocando su escudo por delante y empujando con él a uno de los enemigos, haciendo que cayera de espaldas al suelo y rompiendo de esta manera las filas, en un brusco pero efectivo movimiento. Uno de los drows le lanzó una descendente estocada con su alfanje, con malvadas intenciones, pero logró bloquearla rápidamente con su propia espada, haciendo chirriar los aceros a medida que se deslizaban las hojas hasta que logró zafarse de ella y girar sobre sí mismo en una maniobra evasiva, cortando certeramente con este movimiento al incursor oscuro por encima del estómago, a la altura del esternón. La sangre tiñó de rojo su armadura, pero ya había logrado abatir a un enemigo con relativa facilidad, intimidando a los otros tres que se replegaron recuperando la formación defensiva y se colocaron ante la sacerdotisa, que parecía realizar un profano ritual sobre el cuerpo de la mujer, que se había desvanecido segundos antes.

La tesitura era apremiante, así que optó por emplearse todavía más a fondo, canalizando un hechizo a través de la espada, apuntando con ella hacia uno de los drows, haciendo que una feroz ráfaga de viento surgiera de su punta y golpeara con virulencia en su pecho, desplazándolo varios metros hacia atrás hasta dejarlo fuera de combate. Los otros dos se vieron sorprendidos por este recurso mágico, bajando la guardia durante una fracción de segundo, suficiente para aproximarse expeditivamente y hundir su fulgurante acero en el hombro de uno de ellos, trazando un mortal arco que desgarró carne, músculos y hueso hasta despedazar su negro corazón. El único guerrero que quedaba en pie, además de la sacerdotisa, exasperado, intentó conjurar un hechizo de Oscuridad para cegar a ese caballero que otorgaba la muerte con tanta facilidad. Pero Nolendur reaccionó con celeridad, y mientras extraía su espada del inerte cuerpo que acababa de lacerar, silenciaba al conjurador con un movimiento de su mano para evitar que lo sumiera en ese sombrío embrujo. Esto incluso aturdió al drow, que no sabía cómo responder a este subterfugio, y mientras se lo pensaba, el elfo arrancó la espada del pecho del moribundo, para realizar un nuevo giro sobre sí mismo y decapitar limpiamente con una habilidosa finta al dubitativo. Ya no pensaría más.

La sacerdotisa se volteó al sentirse amenazada, interrumpiendo la ceremonia, con su violácea mirada cargada de profundo odio y esbozando una iracunda mueca con sus carnosos labios:

- Estúpido elfo... no sabes lo que estás haciendo... - silbó con fiereza la drow, alzando su látigo torvamente dispuesta a atacar.
- No tendré piedad con los desterrados. Tú eres la siguiente en morir. - replicó Nolendur adusto, caminando hacia la elfa oscura espada en mano.

Tras pronunciar estas palabras, ambos se precipitaron a su encuentro, en el que la drow hizo restallar su látigo con evidentes intenciones de rodear el cuello del elfo que, adivinando su ataque, eludió esta presa con su grácil juego de piernas, lanzándose hacia un lado para embestir el costado de la sibila con el punzante extremo de su espada. No obstante, este enemigo le presentaría mucha más resistencia, en cuanto se percató que su espada no podía atravesar una defensa sacrílega que rodeaba el voluptuoso cuerpo de la elfa oscura. Volvió a levantar su látigo, esta vez con éxito, pero en lugar de cercar su cuello, apresó su espada, tirando de ella hasta desarmarle con facilidad.

- ¡Idiota!, ¿acaso en tu patética incapacidad mental pensabas que podrías derrotar a una servidora de la Diosa Araña? - se carcajeó la drow, mientras volvía a blandir su látigo con aptitud, esta vez logrando rodear el cuello del elfo.

En cuanto sintió que las cabezas de serpiente de cada una de las colas del látigo clavaron sus colmillos en su carne, desgarrándola con su malsano veneno, se doblegó y cayó pesadamente sobre sus rodillas, intentando desesperadamente desanudar la presa con sus manos. Pero era inútil, pues cuanto más lo intentaba, más le oprimía y asfixiaba. La sacerdotisa le mantuvo ahogado mientras se acercaba hacia él, con insinuantes movimientos de cadera y una libidinosa expresión en su boca hasta llegar a su altura, para clavar una de sus botas en su hombro y tirar nuevamente en ese empuje del látigo, en un intento de estrangulamiento mortal. Fue entonces cuando la expresión del rostro de la drow cambió por completo, borrando instantáneamente su semblante de lujurioso placer por uno de infinita agonía, al sentir como una espada la atravesaba por la espalda, entre los hombros, hasta salir en un sangriento estertor por uno de sus pechos. Cayó al suelo entre sanguinolentas convulsiones, muerta casi en el acto, soltando su látigo y liberando de esta manera a Nolendur, que observaba atónito cómo había sido la dama que, hacía unos minutos yacía inconsciente en el suelo, la que blandía temblorosa su propia espada, con la que había dado muerte a la drow, salvándole la vida.

La miró directamente a los ojos por primera vez, contemplando en ellos una inenarrable belleza que le fascinó por completo, pero cuando quiso despertar de este deslumbramiento, su mirada se apagó y volvió a caer desfallecida. Sin embargo, el elfo se movió diestramente y logró tomarla entre sus brazos antes de que se golpeara contra el suelo. La observó otra vez con detenimiento, comprobando que también se trataba de una elfa, pero de una perenne hermosura, que parecía pertenecer a la más agraciada princesa de las Baladas Antiguas: de negros cabellos largos y ondulados, que emitían un quimérico fulgor a pesar de la lóbrega noche; de fino rostro con formas perfectas, que tenía un tono pálido pero una sedosa urdimbre; de tiernos labios cerrados en una serena expresión, que invitaban al deseo; y de modelado cuerpo con generosos pechos y atractivas curvas, semicubierto por un ceñido y escotado vestido negro. Se inclinó hacia sus labios, para posar su oído sobre ellos y comprobar que no respiraba. Después, deslizó sus manos sobre su torso, rozando uno de sus semidesnudos senos, para cercionarse de que su corazón tampoco latía. Un atroz sentimiento de desdicha le embargó como nunca antes le había asolado.

Pero no se quiso dar por vencido, sabía que existían métodos para devolverle la vida, aunque para ello debía evitar que su inmortal alma abandonara su cuerpo. Así pues, la agarró con fuerza entre sus brazos y llamó a su caballo con el que estaba enlazado empáticamente. En breves segundos, el blanco corcel llegó al claro donde se hallaban, subió el cuerpo de la dama sobre la silla de montar y, seguidamente, de un salto se situó él para colocarse justo detrás sujetando su cuerpo con sus propios brazos, tomando las riendas y, sin perder un ápice de tiempo, acuciarlo para que iniciara un frenético galope hacia un refugio cercano que estaba dispuesto en la ladera de una montaña cercana, oculto entre los árboles y que sólo unos pocos conocían. No tardaron demasiado en llegar, lo cual hizo que las esperanzas de Nolendur por intentar salvar la vida de esta elfa que había salvado la suya se mantuvieran intactas. En el interior de esta acogedora guarida había, además de varios estantes y dependencias talladas ornamentalmente en roca viva, un cómodo camastro donde la acostó y la arropó con una delicada manta. Cuando la hubo acomodado, se inclinó sobre ella e instintivamente, recorrió con el dorso de su mano su fría mejilla, en una tierna caricia colmada de un primordial sentimiento que latía en su interior, en su corazón:

- Ni siquiera sé cómo te llamas... pero has salvado mi vida y, puede que algo más, pues tan sólo con mirarte siento que podría entregarte la mía... - susurró al oído de la elfa, dejando que su mano continuara arrullando su rostro con la punta de sus dedos -. He de buscar una flor que crece no muy lejos de aquí, para preparar un antídoto que evite que tu alma abandone tu cuerpo y pueda llevarte a un clérigo que te devuelva la vida. - continuó hablando, esta vez en voz alta al tiempo que se levantaba, rozando todavía su rostro como si no quisiera despegarse de ella -. No desesperes, lucha para preservar tu espíritu. Sé que pronto conoceré tu nombre... de tus propios labios.

Tras contemplarla por última vez, se despojó de su pesada coraza presurosamente, pues necesitaba ser lo más liviano que pudiera para moverse con facilidad por el bosque y corrió apasionado hacia la salida, volviendo a montar en el caballo el cual espoleó desbocadamente hacia el nacimiento del río, en el lago donde solía crecer esta flor con la que se realizaba este milagroso preparado. Tuvo que maniobrar en algunos momentos con las riendas, ya que no era sencillo avanzar por el bosque a esa velocidad y mucho menos en una montura, hasta que no tuvo más remedio que dejar al caballo para empezar a trepar por la rocosa ladera que conducía a la fuente en la que se originaba este cristalino riachuelo. Una vez hubo alcanzado la cima estimada, se halló ante la inmensa cascada que se precipitaba en un abismal lago, a varias decenas de metros de altura bajo sus pies. Sin pensarlo, tomó impulso y saltó al vacío, zambulléndose de cabeza en el agua, sintiendo como su cuerpo se golpeaba violentamente al caer. Pero no tenía tiempo de retorcerse por el dolor, por lo que hizo acopio de entereza y comenzó a bucear hasta el fondo de esta laguna, en la que halló, sumergida, una de las plantas que precisaba.

Apenas latía esencia mágica en su interior, pero reunió los exiguos vestigios que todavía le restaban tras el combate y se concentró en un último hechizo, recitando una sentencia arcana y cerrando sus ojos, permitiendo que su cuerpo empezara a elevarse sobre el agua hasta levitar durante unos segundos, salvando de esta manera la ladera que acababa de escalar hasta llegar al lugar donde había apostado a su corcel. Retomó entonces el galopar de regreso al refugio, guardando previamente la flor en una pequeña bolsa que llevaba atada al cinto. Un torbellino de enardecidas emociones se apoderó de su ánimo, sintiendo como no había sentido antes que tenía una trascendental motivación para vivir, más allá de la alienante monotonía de todas las centurias en las que había existido. Pero para ello debía salvar a esta dama de las pretéritas canciones, cuyo nombre desconocía, aunque sentía que podría definirla con una palabra: amor.

Cuando llegó a su destino, entrando decidido en la guarida para elaborar el remedio, no pudo concebir lo que estaba viendo, puesto que en el lecho donde había tumbado a la ignota elfa no había más que la manta embrollada y su escueto vestido sobre las sábanas. Una profunda incertidumbre le desmanteló irracionalmente, no podía comprender qué había ocurrido y empezó a pensar que ese dulce cuerpo que había dejado reposando sobre la cama se había esfumado por alguna extraña razón que desconocía. No tuvo que seguir dudando durante mucho más tiempo, puesto que, tras una de las esquinas de la estancia apareció ella, caminando desnuda y etérea, moviendo sus caderas hipnóticamente y clavando su imperecedera mirada en la suya. Hubiera dicho que se trataba de una aparición o de un sueño si en ese momento no se sintiera como se sentía: más vivo que nunca. Ella prosiguió caminando hasta que arribó a la altura de la cama, deteniéndose a un lado, para indicarle con un explícito gesto de su dedo que se acercara. Nolendur simplemente se dejó llevar por ese reclamo, no ofreció resistencia: La deseo y ese pensamiento anegaba cualquier otro que pudiera tener en ese instante.

En cuanto estuvieron cerca, la elfa le cercó lentamente con sus brazos, para empezar a quitarle la camisa de lana que llevaba bajo la armadura, descubriendo su fornido torso, el cual recorrió con la palma de sus suaves pero heladas manos, en una sensual caricia sin dejar de mirarle fijamente a los ojos, con un cautivador resplandor que le sometía en un ardiente deseo. Una de sus manos empezó a descender por todo su cuerpo hasta llegar a su pantalón, deslizándose por debajo hasta terminar de despojarle de toda su ropa, quedando ambos desnudos, uno frente al otro. Hubo un silencio entrecortado por su candente respiración. Hubo una mirada compartida en la que se avivaba la llama del anhelo. Y hubo un único cuerpo, en cuanto sus brazos se envolvieron mutuamente y sus torsos se pegaron en un tórrido abrazo coronado por un apasionado beso que extinguió sus alientos en la fogosa humedad de sus lenguas.

Se tendieron en la cama, con el cuerpo de ella sobre el suyo, enlazados mientras continuaban besándose y propiciándose recíproco placer con la desnudez de sus cuerpos, que se frotaban agitándose sobre las sábanas. En ese momento, la irresistible y enigmática elfa, manantial del deleite para Nolendur, buscó con sus besos su cuello y apretó con sus brazos su torso, comprimiéndolo con un sobrenatural vigor que no había sentido hasta entonces. Abrió sus ojos súbitamente, como si hubiese despertado de un intenso letargo. Pero ya era tarde para reaccionar, de cualquier modo, no hubiese querido hacerlo.

Empezó a entrar en ella, penetrándola suavemente, sintiendo que sus cuerpos se fundían por completo y fue ese el instante, en el que toda la creación se paralizó, en el que escuchó su sensual voz por primera vez, también por última, al menos con vida:

- Mi nombre es Alma y tú serás mío... para siempre. - terminó de hablar y sus afilados colmillos se hundieron en la carótida del elfo, succionando toda la sangre de su cuerpo, bebiendo de ella en un enloquecedor éxtasis y arrebatándole la vida, sin resistencia, para otorgarle una nueva existencia mientras hacían el amor.

Un amor eterno.



Una existencia inmortal.

1 comentario:

Alma (Susurros Mortales) dijo...

Ya sabes lo que pienso de este relato, porque te lo he dicho esta madrugada cuando me lo has enseñado después de compartir otra de nuestras noches. Me encanta como escribes, y esta historia es preciosa.

Besos llenos de pasión para mi dulce y apasionado trovador.