Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

jueves, 10 de noviembre de 2011

La Rosa Verde: Sólo una canción


La Rosa Verde, sólo una canción




Pesaba la vida. Pesaban los sueños. Pesaban los años, apilados, pisándose los unos a los otros, revolcándose en una miseria continuada y provocada por un cúmulo de pesares.


Pesaba todo. Era una carga que no debía de haber sido insufrible, pero lo era.

Una carga que otra gente llevaba sobre sus hombros con estoica paciencia. Pero él nunca había sido lo que se dice estoico. Era un tipo de persona que descubrió la absoluta felicidad haciendo lo que él quería hacer, y lo que le gustaba. Devorando instantes felices a tremendos mordiscos, que rasgaban y masticaban los años, y digerían la alegría en un abrir y cerrar de ojos. Y la alegría, al ser digerida, desaparecía sin dejar rastro alguno.


Había tenido un privilegio tan sumamente grande, y que tan poca gente disfrutaba.

Antes, veía la vida como un pentagrama, con las notas formando los hilos que formaba toda su forma de vivir. Sus esperanzas. Sus sueños.

Ahora, ese pentagrama estaba tan borroso. Como si sobre él se hubiera derramado toda la autocomplaciencia del mundo en forma y sabor de alcohol y tabaco.

Con ese pensamiento, cogió la botella de Whisky.


- ¿Sabes?- carraspeó. – Piensas que todo es fácil. Piensas que estás en la puta cima del mundo, que todo está a tu servicio, a tu disposición.

- Pero… yo no pienso eso.- le respondió. Quién le respondía era como él, pero no era él. Era él, pero no era como él. Era su silueta dibujada años antes, su conciencia no aletargada bajo decivelios de éxito indescriptible.

Era toda la esperanza que se dibujaba en un pentagrama todavía casi vacío, pero dispuesto a ser rellenado de todo tipo de melodías.

- Ja.- respondió él décadas después. – Piensas que no lo piensas, y esa es la mentira más grande que existe. Eso es lo peor. Pensar que no piensas algo, cuando en realidad estás totalmente convencido de ello.

- Yo no voy a ser como tú.

- Pero lo serás. Dices que no. Piensas que no piensas que serás como yo. Pero en el fondo lo sabes. En el fondo sabes que lo que te espera es acabar así.

Él, estaba acostado con sus pesares, en un sofá mugriento, con el suelo recubierto de hojas de papel arrugadas, las más mojadas de alcohol y mugre.

- ¿Qué es eso? ¿Qué son esos trozos de papel?- dijo la silueta joven y todavía ingenua.

- ¿Eso? Whisky.

- Sabes que no me refiero al Whisky. ¿Además de viejo y de fracasado estás sordo?

- Sí, estoy algo sordo, es normal cuando te pasas treinta años con un altavoz martilleándote el cerebro. Y bueno, soy viejo, mucho más viejo que tú. Pero, ¿fracasado? He ganado tanto dinero que me he podido permitir el lujo de fumármelo, de follármelo, de comérmelo, y de cagarlo.


- Eres un puto fracasado, y además lo sabes perfectamente. Eres un fracasado porque eso es lo que has hecho. Te has fumado tu éxito. Te has follado tu éxito. Te has comido tu éxito. Y luego lo has cagado. Yo, no seré como tú.

- Has venido aquí conmigo, y yo he ido allí contigo. Los dos estamos viendo lo que fuimos y lo que seremos. Los dos estamos viendo lo que somos en realidad.

- ¡No!- gritó como respuesta con una fuerza vital que él creía olvidaba. -¡Eso no es así! Yo… yo sé lo que quiero. Y no quiero ser como tú.

El viejo rió.

- ¿De qué coño te ríes?- gritó la juventud encerrada en un sueño que todavía palpitaba.

- Me río de que, desgraciadamente, tengo razón. Hace un momento decías que no ibas a ser como yo. Lo decías convencido, tan seguro que hasta por un segundo me lo llegué a creer. Pero ahora dices que no quieres ser como yo. Porque en el fondo sabes la verdad.

- No me has respondido a lo que te pregunté antes.- dijo quizás cambiando de tema. - ¿Qué es eso?

- ¿Eso?- cada vez más pesado, cada vez más cansado, viejo casi anciano, respondió sin saber realmente a qué se refería.

- No es que estés sordo. Es que también estás ciego. Es que has olvidado.

- He olvidado muchas cosas, casi más de las que logro recordar.

- ¿Qué es eso?

- ¡No es nada, joder!- sabía por fin a qué se refería.


El joven tenía buen aspecto. No era necesariamente guapo, pero sí vivo, alto, con todo el pelo que cabría esperar de una persona de veinte años, con su brillo en los ojos, con las manos fuertes y decididas. Pero ya tenía los dedos cayosos, de rasgar las cuerdas de su bajo con rabia pero también con ternura, como si su vida dependiera de ello. Con esas manos cogió uno de los papeles que yacían muertos y arrugados en el suelo. Lo desenvolvió.


- ¿”La Rosa Verde”?

- Te he dicho que no es nada.

El muchacho tembló, mientras veía lo que estaba escrito.

- Pero esto… pero esto…

- Lo sé. Es una puta mierda. ¿Para qué coño vienes aquí y me restriegas en lo que me he convertido

El joven calló. Ni miró a los ojos a la vieja ruina que dormitaba en el sofá.


- ¿A qué has venido realmente?- se incorporó levemente del sofá mientras hacía esa pregunta.- Vivir en la esperanza es lo mejor que podrías haber hecho, nunca venir aquí. Nunca ver esto. Has venido a torturarme. Pero cometes un error. No se puede torturar a alguien que lo ha perdido todo.


Parecía que no le escuchaba. No dejaba de ver la partitura, la letra escrita. No dejaba de mirar a la rosa verde, de ver cada pétalo enroscado en la melodía que florecía entre cada línea del pentagrama.

- ¡Deja eso dónde estaba!- el viejo le arrebató la hoja de las manos, hizo una bola de papel y la tiró al suelo. – Ahí es dónde pertenece.


Por fin reaccionó. Sus ojos chocaron. Una mirada firme y decidida, con la fuerza de cienmil huracanes. Con años de vida y esperanza en cada parpadeo, con el fuego indómito y perenne que prende la llama de la rebeldía de la juventud. La otra mirada, rabiosa de enfermedad y cansancio, agotada, dejaba un rastro de dejadez y de aburrimiento; solapada por cataratas de decepción, hinchada de humo y palabras gastadas.

- Estás a tiempo. Quizás has hecho bien viniendo aquí.- dijo al fin el cansancio apartando la mirada.


- ¿A qué te refieres?

- No hay vuelta de hoja. Esto es lo que hay. Esto es lo que serás. Esto es lo que soy. He perdido todo lo que he ganado… y mucho más. Antes quería espantarte. Pero sé que tenáis razón. Soy un fracasado. – sonrió con toda la tristeza que le permitía albergar ese concepto.- Fui como eres tú. Lo tuve todo. Y todo lo destruí.


- Pero ahora… ahora lo sé… ahora puedo cambiarlo.

- Que seas tan ingenuo es enternecedor. Pero me jode que llegues también a ser gilipollas. Si estás viendo esto es porque lo sabes. Siempre lo has sabido. Siempre lo he sabido. En el fondo, siempre he sabido que todo terminaría así.

El joven retrocedió, asustado, con la certeza de la verdad susurrándole al oído palabras que había oído un millón de veces.

- Porque tienes el talento. Tienes esa magia chaval. Joder, no todo el mundo la tiene. Todo lo contrario. Nadie. Pero tú sí. Y si estás aquí, es porque sabes dónde te va a llevar ese talento y esa magia. Te va a consumir.


- ¿Y qué quieres que haga? Me estás diciendo que estoy a tiempo. ¿A tiempo de qué si estás tan seguro de que ya está todo perdido?

Hasta su voz sonaba tan fuerte como él no podía recordar. ¿Cómo pudo ese torrente detenerse, filtrarse en mil y un agujeros de desidia?

- Deja el bajo. Quémalo si quieres. Ponte a currar, cuida lo que tienes con esa chica… ¿cómo coño se llamaba?

- No… no has podido olvidarlo.


Se rascó la cabeza, realmente avergonzado. Vagamente, como un suspiro tenue y extremadamente lejano, resonaban en su cabeza los ecos de un amor infantil, tan puro como la luz de la mañana. Casi pudo recordarlo en ese momento, como un sentimiento que creyó eterno, que nunca podría acabar, pasara lo que pasara, pero que acabó, que él, como tantas cosas que merecían la pena, echó a perder irremediablemente.

- No has podido olvidarlo.- repitió.- ¡No has podido olvidarla!- volvió a gritar, enfurecido, golpeando la botella de whisky con el dorso de la mano y derramando todo su contenido a un suelo que ya rebosaba alcohol e inmundicia.


- No… no del todo. Y eso ya es mucho, chaval. Entre la neblina puedo casi recordar lo que llegué a sentir. Lo que tú sientes. Pero ni veo su cara. Su cara ya ni existe.

Fue el joven, cuya ingenuidad se tambaleaba quién se sentó en el sofá. Se agarró la cabeza con las manos, con fuerza, como si pensara que iba a desprenderse de su cuello y quisiera evitarlo por todos los medios.

- Eso es imposible. Nunca la olvidaré. La amo tanto. Ella es mi vida.

- No. No lo es. La música es tu vida, y por la música lo perderás todo. Eres un payaso

Volvió a mirarle con el fuego impreso en las pupilas.

afortunado. Tienes un don.- Pero a ella no la perderé. Viviremos juntos siempre, escribiré canciones para ella, y podré hacerla tan feliz…


El viejo rió, en un fuerte tosido, quizás escupió sangre mientras reía.

- Lo poco que recuerdo…- volvió a toser.- lo poco que recuerdo vale la pena más que un millón de conciertos. Que todas esas mujeres que se metieron en mi vida. Eso que sentí… joder, no lo pierdas.

- ¡Pero tú lo has perdido! ¡Eres tú quién lo has perdido!

- ¡Pensaba que ya lo habías comprendido!- su grito era poco más que un susurro bailoteando entre sus maltrechas cuerdas vocales. – Yo la he perdido, y tú la perderás. Ahora tú y sólo tú, puedes evitarlo. Deja la música, vuelve con ella. Vive una vida de la que puedas sentirte orgulloso. No te conviertas en el polvo que los dos sabemos que te convertirás. En el viejo cansado que estás viendo.


El joven se levantó del sofá. Quedó callado durante un buen rato. Ambos callaron, el viejo estaba cansado de hablar, probablemente era la conversación más larga que tenía en meses. Que ironía que teniendo a tanta gente con la que disculparse, empezara por él mismo. Siempre había sido así. La única persona que le importaba era él. Sólo él y la música le habían importado alguna vez realmente. Era todo egoísmo. Era un egoísta, porque la música le importaba exclusivamente porque le hacía feliz. Porque era lo único que le hacía distinto, que incluso en ese punto de decadencia absoluta, en momentos esporádicos, le arrebataba un relámpago de luz, un subidón tan grande como ninguna droga, como ninguna mujer nunca consiguió darle. Ni siquiera aquella que no podía recordar.


- Manda huevos.- dijo por fin el joven, con un calco de la sonrisa triste que él antes esgrimió.- Manda huevos… tienes razón.

- Claro que tengo razón. Y estás aquí por eso. Ahora, cambia las cosas. Ahora seré feliz.

- No es en eso en lo que tienes razón. Eso no va a pasar. Tienes razón en que somos iguales. Somos iguales porque tú, después de todo lo que ha pasado en tu vida, eres tan ingenuo o más que yo.


Se volvieron a mirar. Ambos comprendieron. Se conocían demasiado bien. El viejo conocía al joven a la perfección. El joven, siempre supo, incluso en el instante más valiente de su vida, en lo que algún día se iba a convertir.

- Porque… no lo voy a hacer. No voy a dejar la música. Nunca la dejaré. Llegará el día, en el que, moribundo, tumbado en un sofá, hasta las cejas de Dios sabe qué mierda… me levantaré, y lo primero que haré será coger el bajo… y tocar.

Lentamente se agachó, y cogió el trozo de papel arrugado, que muchos años después él mismo arrugaría y estrellaría contra el suelo.

- “La Rosa Verde”.- volvió a leer.

- ¿Por qué has vuelto a cogerla?

- Te lo volveré a preguntar. ¿Qué es esto?

- Una basura más en un mundo lleno de basura.- no dudó ni un instante. Fue la respuesta más certera que dio nunca. Estaba seguro de verdad.


- ¿Realmente lo crees?.- volvió a temblar, casi asustado del futuro que le esperaba, un futuro tan ambiguo…- No, no lo crees. Quieres creerlo. Piensas que lo piensas. Y esa es la mentira más grande que existe. Pensar que piensas algo, cuando en realidad estás totalmente convencido de ello.

- ¡Dame eso! ¡Dámelo!- el viejo sacó fuerzas de Dios sabía dónde y arremetió contra el joven para volver a quitarle la hoja de papel. Esta vez, le estaba esperando y le esquivó sin problemas. Cayó al suelo como un fardo lleno de fracaso y decepción.


- No quieres saber lo que es esto, no quieres asumirlo. Porque, después de todo lo que has hecho, de todos tus errores, de todo el daño que has causado a tantísima gente que quisiste, que creíste querer o que quisiste desesperadamente querer; no te puedes permitir el lujo de hacer algo así. De sentirte orgulloso de lo que ha motivado tanta infelicidad.

- Por favor, devuélvemela…

Le ayudó a levantarse. Porque estaba intentándolo por sus propios medios y desfallecía en cada intento, ridículo y agotado.


- Esta canción… esta Rosa Verde, es la mejor canción que nunca has escrito. Algo tan perfecto que a mí, ahora mismo me cuesta comprenderlo. Esto es todo lo que vales. Esto eres tú.

- Rómpelo. Quémalo. Destrúyelo. Pulverízalo.

- ¿Estás loco? Millones de personas sueñan con hacer algo así. Ni tú mismo has conseguido destruírla. Lo más que has conseguido es arrugarla un poco y dejarla caer al suelo.

El viejo se consumía con cada bocanada de aire, con cada palabra que intentaba decir.

- Pero… pero… pero… ¿es que no lo comprendes? Si he escrito esa canción, si la he escrito… es porque soy como soy. Si es tan buena, es porque yo soy justo lo contrario. Cada momento de mi vida, cada fracaso, cada persona que he destruído… me han llevado a esa canción. No la merezco… ¿cómo voy a merecerla?


Su juventud, sus sueños y sus esperanzas, le miraron a los ojos por última vez, esta ocasión con más intensidad, con la verdad impresa en los labios.

- No lo has comprendido. No es así. Buscas cualquier excusa para seguir en ese sofá, morir, y ser olvidado. Porque eres un egoísta. Pero no es así. Esta canción es la esperanza de que hay vida todavía. Pese a todo lo que has hecho, todo tu cansancio, toda tu decepción, todo tu fracaso real… no te ha arrebatado tu magia. Tu vida no te ha llevado a esta canción. Todo lo contrario, pese a que lo ha intentado, no ha conseguido arrebatarte la madurez para escribirla. Si hay algo que puedes ofrecerle al mundo, si hay algo en lo que te puedas sujetar para levantarte y volver a empezar, es en esta rosa. En que todavía, pese a que eres un desgraciado hijo de puta… todavía creas vida. Todavía creas esperanza.


El joven dejó la partitura sobre la mesa. Sacó un cigarro de su bolsillo. Comenzó a fumar, lentamente, bocanadas suaves, como si fuera un regalo del cielo.

- Y yo que pensaba que iba a dejar de fumar… ya veo que es imposible.

Dicho esto, se dio la vuelta, abrió la puerta, y se marchó, quizás para siempre. O quizás no volvería a necesitarle.


El viejo abrió los ojos acurrucado entre el frío, mojado de sudor y whisky, tosiendo mucho más fuerte de lo que podría gritar. Se despertó de su sueño, o su sueño se hizo uno con él, no estaba seguro.

Miró a su alrededor. El cuartucho de motel, con botellas, papelinas, humo y ceniza por doquier, manchas de sangre y pintura de fracaso.

En la mesa, al lado de una raya que nadie se había molestado en esnifar, el folio con la partitura, semiarrugado, pero perfectamente dispuesto.

La Rosa Verde.


Se levantó tambaleante. Se hizo un café. Se sentó delante de la partitura. Encendió un cigarrillo. Miro las ascuas del cigarro detenidamente, pensó que podía quemar esa hoja de papel, y esperar a morir en cualquier momento.

Lo borroso del pentagrama de su mente se disipó mientras lo palpaba con las yemas de sus dedos, cayosos, agarrotados pero todavía hábiles en lo que siempre supo que era lo único que sabía hacer.


Ese pentagrama se tiñó de un color nuevo, un verde jugoso y fresco, un sentimiento que sólo la música podía brindarle, pero magnificado por la esperanza de esa rosa verde. Su vida, adquirió sentido otra vez. Las notas estaban perfectamente dispuestas. La letra era legible y real.

Sacó el bajo del armario. Suavemente posó sus manos sobre él. Una extensión eterna de sí mísmo.

Lo que le consumió. A lo que nunca logró renunciar. Lo que le destruyó.

El primer acordé se deslizó entre sus dedos, ronco pero decidido; fuerte y vivo.

Apretó sus manos, comenzó a cantar con su hilo de voz que respondía a cada nota con la certeza de lo sublime. Y supo, que todo era fácil. Que estaba en la cima del mundo. Que todo estaba y siempre estaría a su disposición.


“Pese a que pese la vida…

y pesen los sueños.

Entre olvido y olvido,

nace el recuerdo;

Que permanece quieto.

Que encontré en el viento.


Una rosa verde,

Brota en el cielo,

De sus espinas sangro

Esperanza y tiempo…

… esperanza y tiempo.”






1 comentario:

Kate Austen dijo...

Sin palabras, cuánta poesía entre estos párrafos... He de decir que esta entrada ha conseguido dejarme una mala sensación en el cuerpo, ¡para que engañarnos! Siempre tuve celos de su música, de su guitarra, de sus notas... Ahora comprendo que quizás esos celos si tuviesen una base real... Pero he de decir que para escribir así, las musas han de venerarte especialmente. Precioso texto. :)