Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

sábado, 8 de mayo de 2010

Aquel antiguo puente de roca

Pasaba sus tardes en la espesura del profundo bosque, sentado en aquel antiguo puente de roca, tejiendo melodías con su laúd, odas a su soledad y tristeza, mientras su rostro se reflejaba en el arroyo sobre el que pendía, marcado por aflicciones y sueños rotos. No había canción que esbozara alegría, ni un tímido acorde de ilusión sabía interpretar, sumido en la desazón en la que se encontraba, lo único que podía hacer era tocar para olvidar. Sus negros ropajes parecían teñirle en el luto en el que se encontraba su alma, por la esperanza fallecida.

Pero llegó el día en el que dejó de contemplar su compungido rostro, en el que su introspectiva compasión no tenía sentido. No podría haberlo imaginado, pues era una tarde tempestuosa, en la que la lluvia calaba todo el robledal e inundaba el riachuelo hasta casi el punto de desbordar. Y allí estaba ella, quién sabe si fascinada por la música o desgarrada por la melancolía. Como una nívea hada de los bosques, resplandecía en volátil blanco, con el vestido empapado sobre su cuerpo y una mirada extraviada desde la ribera del río. Quedó prendada por la imágenes y los sonidos, pero sobre todo por aquel taciturno bardo que le regalaba al viento sus canciones.

Y sus canciones cambiaron, desde que llegó ella, pues cada tarde que regresaba a sentarse en aquel antiguo puente de roca, allí estaba, con su vestido blanco y su mirada extraviada, hasta que se encontraba con la suya y era como si ambos encontraran el camino perdido, la esperanza desvanecida. Las canciones sonaban alegres y luminosas, colmaban el bosque de ilusiones y quimeras, sin embargo, caía la noche y ambos se marchaban, sin intercambiar palabras, pensaban que no las necesitaban. Pero él seguía conservando en su espíritu la atenazante duda, esa inseguridad que asola a aquellos que sólo han vivido tempestades en su vida. Tempestadades de dudas que desbordan arroyos y la esperanza se precipitaba a través de la corriente hasta perderse en el infinito mar.

Sucedió lo que esperaba, se hizo la tarde y ella no estaba. A pesar de que jamás podría haber imaginado que una hermosa dama se podría fijar en él, sí que sabía que pronto lo abandonaría. Todos lo hacían, estaba encerrado en su pena, en una jaula sin barrotes, pero hermética para su quebradiza voluntad. Tras esos días de felicidad y resplandor, regresó a las jornadas de oscuridad y dolor, pero esta vez con una profunda huella en su interior. Desconcertado y apático, ni siquiera se molestaba en tocar su laúd, sólo se sentaba en aquel antiguo puente de roca y alimentaba el arroyo con las lágrimas de sus ojos. Se precipitó a los insondables abismos de la desdicha, morada de los cobardes que no se atrevían a vivir como sentían, por miedo a perder lo que nunca habían tenido.

Hasta que abrió sus ojos, no podía soportar más su situación y nadie le ayudaría, sólo podría cambiarla con su propia convicción. Afinó las clavijas con suavidad y deslizó sus dedos por las cuerdas de su instrumento, mientras sostenía el mástil con ligereza. La canción nació como un etéreo e inocente canto a la esperanza, mientras empezó a caminar por el bosque, sorteando raíces y arbustos. Y a medida que avanzaba, sus manos se movían con presteza sobre los cordajes, haciendo que la melodía se acompasara a su cada vez más agitado pulso. Quería rasgar el mundo con sus notas y que su desesperación repicara en todos los rincones de la creación.

Pero se detuvo.

Allí estaba ella.

A poca distancia del puente donde se citaban cada tarde, pero escondida en la frondosidad, desde la cual se podía vislumbrar con diáfana nitidez el puente, el arroyo y el pesar del músico que ahora la había vuelto a encontrar.

- Llevo días observándote desde aquí. Pensé que no vendrías.

- ¿Por qué te escondías?


- Quería saber si me buscarías...


- Aquí estoy, ¿pero es que no te gusta mi música?


- Necesitaba escuchar más allá de bellas melodías...


Y entonces comprendió lo que nunca antes se había molestado en entender. Que la vida es corta como una canción y hay que atreverse a tocar siempre su mejor versión. Por muchas decepciones y frustraciones, pérdidas y amarguras, sólo tenemos una oportunidad que no debemos desaprovechar. Así que la abrazó, sin mediar palabra, ya había hablado suficiente a través de su música. La besó, sin notas en el pentagrama, demasiados arpegios había interpretado en las innumerables tardes de música y miradas compartidas. La hizo suya y él se hizo de ella, fueron uno en lo más profundo del bosque, con el antiguo puente de roca y el arroyo que se desborda como testigos. Pero ahora no pendía del puente, ahora lo había cruzado. Ahora el arroyo se desbordaba, pero no de decepciones, sino de amor.

La acomodó entre sus brazos, mientras ambos se tendían sobre el tupido manto de hierba. Con sus miradas nadando en sus pupilas, sus labios saboreando las mieles de la pasión y sus manos acariciando la suavidad del placer. Entonces ella sonrió, pero él no, todavía quedaba una duda que disipar y tuvo que preguntar:

- ¿Qué canción te gustaría que tocara para ti?

- La canción más maravillosa que me has dedicado hasta ahora... la canción de tu enamorado corazón.
Y esa sería la única canción que interpretaría para ella, para siempre.

1 comentario:

Ms. Davis dijo...

nada mal

y esta frase
"...morada de los cobardes que no se atrevían a vivir como sentían, por miedo a perder lo que nunca habían tenido."

simplemente perfecta