Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

martes, 3 de julio de 2012

Antes del amanecer





Escucho...

... en la oscuridad de mi desvelo, converso conmigo mismo. Abrazado bajo sábanas de desasosiego, cayendo lenta la noche como la pluma de un pájaro recién cazado por un gato, me atrevo y me observo. Aunque sea complicado mirar cuando me resulto tan extraño, es el momento de hablarme lo callado. Por eso cierro los ojos y en picado caen mis párpados, son pesadas losas. No duermo, pienso y...

... recuerdo...


... el silencio de caricias con las que adornaba tu piel dormida, esos besos cincelados que se tallaban en cada rincón de tu cuerpo y un susurro que me traía tu respiración desde el fin del mundo. Colma el vacío de sensaciones jamás vividas. Era una montaña rusa, a veces tocando el cielo, en otras en los confines del infierno, transcurría los senderos de una brillante ciudad hacia callejuelas inexploradas donde me pierdo. Me extravío de mí, y al mismo tiempo, a ti no te encuentro, pero...

... aprendo...

... que no es el súbito mal el que nos desencamina, sino ese miedo consentido e inadvertido, aquel que reside en lo cotidiano y se instala dentro de nosotros mismos sin querer darnos cuenta, marchitándonos hasta que olvidamos quienes somos. Como si estuviéramos frente a un espejo, con una vela que antes permitía vernos y que ahora se consume en su propia cera, ensombreciendo la visión de nuestro rostro. Y, sin embargo, por fin lo sé y lo...

... siento...

... como la luz vuelve a deslizarse por los recovecos de una persiana que no tendría porque estar bajada. Me ilumina esa naciente claridad que acompaña la brisa marina de un ventilador y descubro que sigo estando ahí, que nunca me he marchado. Tan sólo necesitaba escucharme en silencio y aprender a sentirme. Hacer algo que ya sabía: ser yo mismo.


Entonces abro los ojos, me giro en la cama, despiertas...

... y amanezco.