Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

¡Yo soy la herida y el cuchillo!

A una madona
del blasfemante y herético poeta, Señor de la Lírica Maldita, Charles Pierre Baudelaire



Yo quiero erigir para ti, Madona, mi amante,
Un altar subterráneo en el fondo de mi angustia,
Y cavar en el rincón más negro de mi corazón,
Lejos del deseo mundanal y de la mirada burlona,
Un nicho de azur y de oro todo esmaltado,
Donde tú te erigirás, Estatua maravillosa.
Con mis Versos pulidos, enmallados por un puro metal
Sabiamente constelado de rimas de cristal,
Yo haré para tu cabeza una enorme Corona;
Y de mis Celos, oh Mortal Madona,
Yo sabré cortarte un Manto, de manera
Bárbara, tieso y pesado, y forrado de sospechas,
Que, como una garita, encerrará tus encantos;
No de Perlas bordado, ¡sino de todas mis Lágrimas!
Tu Ropa, será mi deseo, trémulo,
Ondulante, mi Deseo que sube y que desciende,
En las cimas meciéndose, en los valles reposando,
Y reviste con un beso todo tu cuerpo blanco y rosado.
Yo te haré de mi Respeto, hermosos Escarpines
De raso, para tus pies Divinos humillados,
Que, aprisionándolos en un muelle abrazo,
Cual un molde fiel conservarán la impronta.
Si yo no puedo, malgrado todo mi arte diligente,
Por Peana tallar una Pluma de plata,
Pondré la Serpiente que me muerde las entrañas
Bajo tus talones, a fin de que tú pises y te mofes,
Reina victoriosa y fecunda en redenciones,
Este monstruo hinchado de odio y de salivazos.
Tú verás mis Pensamientos, alineados como los Cirios
Ante el altar florido de la Reina de las Vírgenes,
Estrellando el cielorraso pintado de azul,
Mirándote siempre con ojos de fuego;
Y como todo en mí te quiere y te admira,
Todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano, Mirra,
Y sin cesar hacia ti, cumbre blanca y nevada,
En Vapores ascenderá mi Espíritu tempestuoso.
Finalmente, para completar tu papel de María,
Y para mezclar el amor con la barbarie,
¡Negra Voluptuosidad! de los siete Pecados capitales,
Verdugo lleno de remordimientos, yo haré siete Puñales
Bien afilados, y, como un juglar insensible,
Tomando lo más profundo de tu amor por blanco,
¡Yo los plantaré a todos en tu Corazón jadeante,
En tu Corazón sollozante, en tu Corazón sangrante!



Las palabras patinan en mi mente en la baladí pretensión de hablar, aunque sea someramente, de este inventor de oraciones malditas y progenitor de profanos versos. No pocos son los lustros que atormento mi existencia con las terribles dicciones de este condenado autor, probablemente mi predilecto entre los poetas, por esa naturaleza bohemia, excesiva, penosa, exaltada y apasionada. Incluso violenta, cruenta y abyecta, en ocasiones.

Cuando osé leer por primera vez su majestuosa y execredora obra, "Las Flores del Mal", donde figura también este truculento, siniestro y voluptuoso poema, sentí como si hubiese sido desvirgada mi alma por una punzante y cáustica sensación de zozobra, que me provocó, de inmediato he de decir, un interés creciente y talibán por cualquiera de sus composiciones.

El Maldito se manifestaba ante mí como una vieja y corroída trampilla en un oscuro y polvoriento pavimento, del que pendía una herrmubrada argolla, de la cual tiraba hasta que se abría ante mí una enloquecedora escalinata que desciende hacia el más insondable e infame de los infiernos humanos. El pandemónium dantesco de la decadencia y del simbolismo de Charles Baudelaire.


Su existencia fluctuó entre el descaro, el abuso, el libertinaje y la incomprensión, pues poseía un arrollador carácter y un desbordante temperamento que fronterizaba con una profunda locura y un delirio constante. Se consideraba pernicioso y maligno, pero no le importaba en absoluto, a pesar de que jamás es excusable ser malvado, pero hay cierto mérito en saber que uno lo es. Cohabitaba entre otros literatos, artistas y rameras de toda índole, a los cuales consideraba como iguales (para él, el Arte no es más que mera Prostitución) y en los que se imbuyó para inspirar sus propias obras. Una creación caracterizada por su oscuro y decrépito Romanticismo, que preludiaba un cambio de era en la literatura, hacia unos funestos y desconcertantes derroteros: el Simbolismo.


Entre enajenantes drogas, embriagadores alcoholes y prostibulares bacanales nos traspasó su atroz, atrayente y perturbadora creación literaria, perseguida y condenada por sus contemporáneos, pero que resultó estéril tratar de censurar pues sojuzgada a cualquier alma que se atreviera a contemplarla, a la dulce sentencia de sentirse hechizado por los ideales de un hombre que encontró el medio para bajar al Averno siempre que lo deseaba, para después regresar entre nosotros y narrarnos lo que había visto, sentido y padecido. No obstante, en uno de esos mefistofélicos peregrinajes no pudo regresar, aquejado de diversos y angustiosos males, que terminaron por encarcelarle en el perpetuo castigo que él mismo sabía que merecía: trascender en la Historia como el mayor Maldito que ha existido nunca.

Pero, como él mismo se preguntó, ¿qué le importa la condena eterna a quien ha encontrado por un segundo lo infinito del goce?


Y aún todavía hoy siento ese inefable afán de precipitarme por esa escalera hacia los recodos más angostos de la más perversa y detestable de las líricas... una lírica que por este carácter se erige como un fascinante embrujo de atracción, deseo y cautivación, que me resulta inverosímilmente repelible.


No podría ser de otra manera, pues en los versos que he rescatado efímeramente del mismísimo infierno, encuentro inspiración y absorción, pues yo mismo siento ese maléfico deseo por alguien, una madona, mi madona, a la que también miro con encendidos y abrasadores ojos de fuego...

Y es que mi vida se encuentra anegada por un interminable y fecundo eclipse, en el que deseo residir durante el resto de mi existencia, pues el amor puro es un sol cuya intensidad absorbe todas las demás tareas...

3 comentarios:

Dama Blanca dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dama Blanca dijo...

Jopé >_< se me ha borrado el comentario por la cara. Menos mal que siempre los copio antes xDDD:

Me encaaaaaaaaaaaaanta Baudelaire *-* creo que en todos o casi todos los blogs/spaces/flogs que me he hecho a lo largo del tiempo, en TODOS puse uno de sus textos que más me gustan:

Eternamente has de sentir el influjo de mi beso. Hermosa serás a mi manera. Querrás lo que quiera yo y lo que me quiera a mí: al agua, a las nubes, al silencio y a la noche; al mar inmenso y verde; al agua informe y multiforme; al lugar en que no estés; al amante que no conozcas; a las flores monstruosas; a los perfumes que hacen delirar; a los gatos que se desmayan sobre los pianos y gimen como mujeres, con voz ronca y suave...

Grande Baudelaire <3

J.D. Morgenstern dijo...

También es uno de mis favoritos, "Los beneficios de la Luna", aunque nuestro amigo Charles tiene una variedad literaria tan vasta, que muchas son las opciones poéticas o prosaicas que plasmar, para rendirle el homenaje que siempre merecerá.

Interesante que te encante Baudelaire, pues pronto será el turno de honrar a sus camaradas Rimbaud y Verlaine.

¿Y puede que también merezca lisonja Patrick Rothfuss? Espero que sí jajaja