Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El libro de mis sueños eres tú

Cuenta la leyenda o la leyenda siempre quiso contar que en un lejano pero hermoso reino de esmeralda pradería y nivoso paisaje habitaba una bella princesa, la más hermosa del lugar, radiante cuando la visitaba el alba en su balconada cada mañana, tímida en su trato con los demás, solitaria soñadora de fabulosas fantasías y plácida en el ocaso cada noche, cuando era arropada por la luna y arrullada por las estrellas. Su piel de oscuro terciopelo, suave y sutil como el tenue hálito invernal que la cubría, su lindo rostro decorado con dos piedras preciosas de profundo pardo que eran sus ojos y una nacarada hilera de ópalos irisados que dibujaban la más refulgente de las sonrisas que nadie pudiera imaginar. Caía su pelo, en una catarata azabache de onduladas corrientes, precipitándose en unos desnudos y morenos hombros, que parecían ser embelesados por los cabellos mientras se la veía caminar.
¡Y cuándo caminaba! Toda la creación se detenía para contemplar como este ensueño materializado en mujer deambulaba sosegado, casi sin tocar el suelo, ataviada con un sencillo camisón de lienzo blanco, que ondulaba con sensual sinuosidad sobre su maravilloso cuerpo. No era de extrañar que fuera deseada, ansiada y ambicionada por cuántos hombres la vieran, pues no sólo contaba con la riqueza de todo un reino, sino que estaba henchida de toda clase de virtudes físicas.

Su entorno la amaba, aquellos que la habían visto crecer y la habían acompañado a lo largo de su vida, los únicos que realmente la conocían, tal vez. Su familia y sus amigos, que siempre estaban de su lado y que no sólo la valoraban por lo que en apariencia poseía.
Pero ella era desdichada, se hallaba triste y desolada, puesto que el único reino en el que quería residir era en el de su propia fantasía, al que nadie podía aspirar a llegar debido a que no podían sentir más allá de los accidentes que conformaban la verdadera esencia de su ser, esa esencia que sólo anida en el corazón.
La soledad, esa fiel compañera que nunca te defrauda, ese consuelo para la utopía inalcanzable, esa hermosa sensación de encontrar serenidad en uno mismo, comenzó a dominar su interior. Y como dijo aquel poeta, un corazón solitario no es un corazón y esta dama de interminable sonrisa se vio impulsada a plasmar lo que sentía, a dejar constancia de ese mundo de fantasía, por lo que tomó una delicada pluma y algo de papel, y escribió, describió y suscribió todo aquello que quería y no podía ser.

Dejó que el viento, que siempre había sido su amigo, se llevara sus escritos por doquier, quién sabe si para agradecer su compañía o por para que alguien, por azares del destino, pudiera leer sus palabras y ver más allá del placer. Y la leyenda, tan sabia en ocasiones, no puede confirmar si fue el destino o la casualidad, pero uno de estos folios manuscritos llegaron a manos de alguien, alguien que no esperaba recibir algo así...


¿Quién sería él? Eso mismo se preguntaba este sencillo hombre, de simples maneras pero ardiente pasión, cuando trataba de averiguar porque su vida era tan difícil, cuando sentía que lo que hacía, lo hacía con sinceridad y de corazón. Vivía en un lugar cercano al mar, el cual podía tocar tan sólo asomando las yemas de sus dedos por su destartalado ventanal, sintiendo como el viento transportaba sus pequeñas gotas por todos los rincones del lugar. En su mirada se podía apreciar el espejo de su alma, repleta de melancolía y desidia, pues sentía que cada día era igual, igual de triste y fatal, pues no lograba encontrar algo en lo que, de verdad, desbordar su pasión y dejarse llevar. Encontraba el alivio en los libros, en sus libros, cómo él llamaba, que aunque no había escrito él, sí sentía que eran de su autoría, pues se identificaba con todos los personajes que en ellos descubría, y vivía todas esas aventuras y desventuras, esos romances y tragedias, esos deseos y esas penas, que en la literatura se pueden encontrar, de tanto en tanto, y que nos permiten despiertos soñar.

Fue entonces cuando los vientos aliados con el mar llevaron hasta su oscura estancia iluminada por un candil un frágil papel, que a punto estuvo de prenderse si este nostálgico lector no hubiese reaccionado con presteza, evitando que se incinerara completamente y provocando que esta historia llegara a su fin de manera precipitada ahora. Bien conocido es que el destino es caprichoso y nos pone a prueba cuando ni siquiera lo esperamos, cuando nos sentimos desembarazados de su camino, el que se pretende que tenemos determinado. Pero ocurrió de esta manera, que tomó el papel, lo extendió cuidadosamente, desponiéndose a leer, al principio con cierta altivez, pero a medida que sus ojos se fundían en esas palabras, una sensación de placidez le embargó sobremanera. ¿Quién escribe de esta forma?, ¿quién sueña lo que yo sueño?, ¿quién desea escribir lo que yo deseo sentir?


La historia que se narraba en ese papel trataba de la hermosa princesa, que soñaba que vivía y vivía que soñaba, que estaba desencantada con el amor y que deseaba, por todos los medios, ver de nuevo el mar, pues en sus múltiples viajes, siempre se había podido parar a admirarlo, suspirando por regresar cuando tenía que marchar. Esta historia sumió en una desesperada certeza al desventurado que la leyó: ¿Me habré enamorado de la mujer de esta historia o de aquella que la ha escrito? Asaltado por esta duda, se precipitó fuera de su hogar, un pedregoso torreón erosionado por el salitre y reptado por la hiedra marina, corriendo en frenética carrera hacia la cercana playa, para preguntarle al mar. Una vez estuvo allí, de pie sobre la fina arena, alzó su mirada hacia la embravecida marea y clamó también bravamente para que le escuchara hasta en las espumosas crestas: ¡Mar que siempre has bañado estas costas y que siempre has bañado nuestros corazones!, ¿quién ha escrito este manuscrito que el viento marino me ha traído? Y el mar, que no se hizo demorar, pues sintió que una desgarrada pero apasionada voz le despertaba, se levantó majestuoso en una añil oleada que partío el horizonte en dos y respondió como un tenor: Sé bien que la persona que ha escrito esas palabras me ha visto alguna vez, mas sólo el viento del norte tiene la respuesta a tu pregunta. Ahora vete o yo te haré desaparecer.

No tuvo el mar que repetir su amenaza, ya que no esperó a que terminara su frase, para que este apasionado despasionado, en cuanto supiera quién tenía la respuesta, arrancara velozmente hacia su nuevo destino, que en este caso era una elevada cima de un monte cercano, tras un Bosque Encantado, para poder llegar hasta el viento y repetir esta pregunta que, ahora, era la sinfonía que marcaba los latidos de su corazón, un corazón que despertaba tras tantos años de melancolía y desazón. Se arañaba brazos y piernas en esa escalada, pero su vista estaba clavada en la cima, cercana al cielo, donde esperaba una respuesta soñada, pero que todavía no terminaba de creer, pues tras tantos años de ilusiones perdidas, una caída más le haría perecer. Un último espetón más de sus brazos y estuvo arriba, erguiéndose lentamente e inquiriendo al aire con tanto los brazos como el corazón abiertos: ¡Viento que siempre has acariciado estas montañas y que siempre has acariciado nuestras almas!, ¿quién ha escrito ese manuscrito que el viento marino me ha traído?. Y el viento, que tampoco quiso esperar, pues percibió que un hondo pero arrebatado tono le desperaba, se manifestó enardecido en un negro vendaval que fragmentó la atmósfera en dos y respondió como un barítono: Sé bien que la persona que ha escrito esas palabras me ha sentido alguna vez, mas no puedo revelar quién es, pues tan sólo soy céfiro y brisa, y no la pude ver. Ahora márchate o me harás enfurecer. Esta respueta sumió en una desconsolada e insondable desdicha a este hombre, que por fin sentía que su corazón latía y ahora se convertía en un puñado de punzantes y gélidas esquirlas de hielo. Una lágrima brotó como una atribulada y lúgubre flor de sus ojos y navegó por su mejilla hasta que, el mismo viento que no se había marchado de allí, la sintió en su inmaterial aliento y, por una vez en mucho tiempo, se conmovió y esto sentenció: Como brisa y céfiro que soy, no la puedo ver, pero sí podría llevar por ti un folio manuscrito con todo lo que le desearas decir.


El compasivo viento devolvió la sonrisa a este taciturno muchacho, que volvía a percibir que ese reconfortante calor que había sentido, preludio de un verdadero sentimiento, regresaba a su ser y le empujaba de nuevo, en virulenta carrera, a descender presto la ladera. Pero supo que no todo estaba dispuesto, antes tenía que regresar al mar, pues necesitaba de su consentimiento y de su ayuda, para que su misiva, la que siempre había deseado escribir durante toda su vida, llegara a la persona que no conocía, que sólo sabía cómo escribia, pero que ya sentía que quería. De nuevo en la playa, retomando su dialéctica con las aguas y tratando de hablar con humildad, pronunció estas palabras, esgrimiéndolas con sinceridad: ¡Heme aquí de nuevo, mar, tú que siempre has estado y siempre estarás!, ¡he hablado con el viento y está dispuesto a colaborar!, dime, amigo mío, ¿tú también me ayudarás? Y el mar se volvió a elevar, esta vez en una marejada carmesí, pues anochecía y el sol se extinguía en el horizonte: Te ayudaré, pues el viento me ha traído tu lágrima y ahora forma parte de mí. Pero algo tendrás que hacer a cambio, pues sin mí tus sueños no los podrías vivir. Entusiasmado por la réplica y cada vez más ilusionado, asintió con vehemencia ante esta sentencia y añadió esperanzado: Haré lo que me pidas, amigo mar, pues siempre te he tenido cuando te he podido necesitar. Y fueron estas palabras, esta promesa, las que marcaron el sino de este reservado soñador y avezado lector: Una lágrima tengo tuya ahora, pero no deseo más. Ahora lo que quiero es que regreses junto a quién amas y juntos me mostréis vuestro amor inmortal.

Esta historia continúa, pero no tiene término, no desea tenerlo, porque cuando se trata de sentimientos que no se puede ni se quieren controlar, no hay final posible para culminar lo que en dos corazones enamorados quiere eternamente morar.

1 comentario:

Alma (Susurros Mortales) dijo...

Me siento como la princesa de tu cuento, dispuesta a volar para perseguir un sueño. Y la envidio por ser capaz de enamorar a un hombre que estoy segura no parara hasta tenerla entre sus brazos.

Quizá podría ser yo esa princesa, y tu el hombre que la busca acudiendo a aliados tan poderosos como el viento y el mar?

El viento jugara con sus cabellos, mientras el mar los abraza para ser testigo de ese amor inmortal, mientras ellos comparten todos sus sueños.

Besos a la orilla de ese mar para mi dulce trovador.