Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

domingo, 31 de mayo de 2009

Cuando nos separamos

Cuando nos separamos.
de George Gordon Byron, eternamente conocido como Lord Byron.

Cuando nos separamos
En silencio y entre lágrimas,
Con el corazón partido,
Apartándonos por años,
Tu mejilla se volvió pálida y fría,
Más fríos tus besos;
Y es verdad que aquella hora predijo
El dolor de esta.

El rocío de la mañana
Se hundió gélido en mi frente,
Lo sentí como el preludio
De lo que hoy siento.
Tus votos fueron quebrados,
Y ligera es tu fama:
Escucho decir tu nombre
Y comparto su vergüenza.

Te nombran en mi presencia,
Lúgubres voces en mis oídos;
Un estremecimiento en mi camino:
¿Por qué tanto te he querido?
Ellos no saben que te conocí,
Los que te conocen demasiado bien:
Largo, largo tiempo he de arrepentirme de ti,
Hondos pensamientos que jamás diré.

En silencio nos conocimos,
En silencio me lamento
De tu corazón proclive al olvido,
Del engaño de tu espíritu.
Si llegara a encontrarte
Tras largos años,
¡Cómo habría de saludarte!
Con lágrimas y silencio.

Y en esta lírica maldita no podía permitirme el inmenso privilegio de comenzar sin una obra del paradigma del Romanticismo, Lord Byron, una de las mentes más inspiradoras y rebeldes de la Historia de la Humanidad.

Maldito poeta, incansable aventurero, amante descorazonado y pasional combatiente, sólo perseguía aquellas causas que le hacían sentir vivo, ya fuera una absurda guerra o un amor imposible.

Su vida y su obra se enmarcan en los albores del siglo XIX, dónde el mundo se convulsionaba en un frenesí bélico y revolucionario que, sin duda, influyó en este fecundo artista. Su existencia se apagó despiadadamente, cercenada por la fatalidad con la que danzaba cada día de su vida. Una fatalidad que le condujo a la inexorable desgracia, pero que le hizo sentir las mayores sensaciones y emociones que ningun otro ser humano podría desear (y no, yo no desearía morir de malaria, pero no es a eso a lo que me refiero, profano y oligofrénico lector).

Legó a sus sucesores literarios de ese carácter desgarrador y emocional que se destila de cada una de sus composiciones y aún todavía se puede percibir el aroma de las lágrimas, la fragancia de la sangre y el perfume de la rebeldía en cada una de sus palabras.

Cuando el hombre cesa de crear, deja de existir. Fue una de sus tantas citas.
En este caso, una incierta sentencia, pues su vida, su obra y sus ideales fueron, son y serán siempre inmortales.

Y dos siglos después, yo me hago eco de tus palabras, querido camarada, pues siento, padezco y maldigo lo mismo que tú.

1 comentario:

Germán dijo...

"Hay placer en los bosques sin senderos, hay éxtasis en una costa solitaria. Está la soledad donde nadie se inmiscuye, por el oceáno profundo y la música con su rugido: No amo menos al hombre pero si más a la naturaleza."