Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

viernes, 10 de junio de 2011

Juego de Marionetas

Es un día caluroso de primavera, casi opresivo, pero no sólo por esa sensación de bochorno que invade el ambiente, sino por los crecientes latidos de mi corazón que martillean mi pecho, agitando la respiración ante la perspectiva de que algún Rompesueños me descubra haciendo lo que no debo: pensar por mí mismo. No sabría decir que me ha motivado a salir de mi hogar, pues desde que tengo memoria sé que en los minúsculos apartamentos a los que los jóvenes como yo podemos acceder, no nos falta absolutamente nada. O eso es, al menos, lo que los Títeres predican desde sus estrados y nosotros hemos terminado por creer. Pero hoy, esta mañana, necesitaba salir, sentarme en esta transitada plaza y bajo este luminoso e inmarcesible cielo matutino, cuaderno y bolígrafo en mano, escribir estos pensamientos prohibidos. Sé que es un riesgo, pero ya nos hemos acostumbrado a que nos castiguen por pretender ser libres y soberanos. Sus golpes son mi rutina y los encuentro en cada esquina. Además, siento envidia en momentos como este, en los que miro hacia arriba y todo parece tan claro.

Y es que nadie recuerda aquel tiempo en el que imaginar no se constituía como un acto de rebeldía, cuando todavía no existían las Ciudades-Letargo, en las que nuestra sociedad actual vive adormecida, en ese cómodo sopor del que ninguno de nosotros parece querer despertar. Sumidos en esa pereza que sentimos por no querer considerar necesario defender nuestros ideales, ni siquiera tenerlos, mientras haya otros que nos los impongan. Así es cómo nos encontramos. Los Procuradores de Ideas son los que se encargan de acotar el camino que hemos de seguir, sin posibilidad de desvío, nos conducen hacia esa ficción de bienestar, que algunos se atreven a llamar felicidad. Nos dicen qué debemos ver, leer, escribir y escuchar, y eso resulta extrañamente reconfortante. Desde la prensa escrita hasta la audiovisual, en la Red y a través de la Publicidad, suyos son los medios y a nadie parece importarle. Alguien dijo una vez que el medio es el mensaje: no podría estar más de acuerdo. Si alguno de nosotros trata de desviarse de ese camino marcado, el cuerpo de veladores de la autoridad, los Rompesueños, se encargan de recordarnos lo afortunados que somos, golpeando con su censura o, directamente, con sus porras. Por eso, hemos dejado de ser ciudadanos; ahora somos Durmientes, arrastrados por una marea de sueños inducidos hacia donde las corrientes (o la mano dura) nos quieran llevar.

Pero este curso está minuciosamente controlado para que nos conduzca hacia la participación en un Juego de Marionetas cuyo nombre también hemos olvidado, pero que antaño parecía tener una función representativa que ahora desconocemos. Esto es incluso agradable para muchos de nosotros, que no gustamos de leer, especialmente cuando el juego tiene unas reglas de indescifrable comprensión, que ni siquiera los propios Títeres pueden llegar a asimilar. Por ello, en ocasiones, hasta discuten entre ellos por su interpretación, en una entretenida función teatral. Esta es la razón por la cual los llamamos Títeres, a los que nos obligan a elegir en periódicos intervalos de tiempo, para que así interpreten, en una especie de espectáculo tragicómico, unos intereses, los nuestros, cuando ni siquiera nos los han consultado. A pesar de ello, poco importan los Títeres, cuando los hilos que los controlan siempre son los mismos. Nunca cambian, permanecen por encima de nosotros y nadie habla de ellos. Es el Maestro Titiritero, está en todas partes y en ninguna, si se le busca te pierdes, si se le señala te corta el dedo, si se le reclama te silencia y si se escribe sobre él... eso pronto lo sabré.

Hacía mucho tiempo que no escribía, por miedo a que mis palabras tuvieran que quebrarse, como se quiebran otras ideas que no manifestamos por esa apatía que aniquila nuestra ambición. Pero a medida que escribo, me acuerdo de otros durmientes, sean amigos, conocidos o cualquier persona que haya tenido el suficiente valor para hablar sobre todo esto, cuando los Rompesueños parecían no acechar en las cercanías. En nuestras clandestinas conversaciones, se percibía un atisbo de malestar, una creciente irritación que se ahogaba culminantemente en ese conformismo que nos propicia la comodidad. Parecía, en ocasiones, que quisiéramos cambiar el Juego de Marionetas o íbamos más lejos en nuestra intención, y hablábamos de abrasarlo, quemarlo y destruirlo, pues considerábamos que para que algo cambiara, había que cambiarlo todo. Nos sentíamos contundentes, como los Rompesueños; autónomos, como los Procuradores de Ideas; poderosos, como los Títeres; pero no era más que una efímera sensación. Y el Maestro Titiritero siempre está por encima de nosotros.

- Yo solo no puedo cambiar el mundo.
- ¿Para qué? Si en el fondo vivimos bien.
- Esto siempre ha funcionado así.
- No entiendo el Juego de Marionetas, ni me interesa, ni tan siquiera me gusta hablar de ello.
- Será mejor que nos callemos o algún Rompesueños se encargará de callarnos.
- El Maestro Titiritero controla a los Títeres, y nada podemos hacer para evitarlo.

Éstas y muchas otras frases se precipitan ahora en mi mente, al escribirlas, pero también al sentirlas, porque en lo más profundo de mí, no sólo de mis pensamientos, de mi corazón, percibo una inquietante sensación, como si punzantes e incandescentes agujas se clavaran en mis entrañas poco a poco, suavemente, en un constante pero casi imperceptible dolor. Porque, aunque lo quiera negar, como hacen otros durmientes, o todos, nosotros somos los responsables, nosotros somos los permisivos, nosotros somos los culpables. Que nuestro sistema no sea más que un Juego de Marionetas es el resultado de que los Titiriteros tengan público en lugar de crítica, de que aplaudamos ante su proselitista verborrea y de que apartemos la mirada cuando no nos gusta la función. Supongo que por eso estoy escribiendo esto ahora, viendo como esos tipos uniformados, opresión en mano, se acercan hacia mí para recordarme qué lugar me corresponde, y en qué mundo vivo. Me harán daño, pero más me duele el arrepentimiento por haber permitido que nos arrebaten lo que debería ser nuestro.

Se escucha el atronador repicar de unos pasos embotados que se acercan inexorablemente hacia mí, creando un abrumador silencio en la plaza. He vuelto a observar el cielo, una vez más, y mi mirada se ha cruzado con una pequeña ave que cruzaba el azur firmamento, volando con desenfado hacia el destino que ha elegido. Los pasos se hacen más sonoros, avanzan hacia mí, contra mí, cada vez más cercanos, mientras yo sigo sentado, cuaderno y bolígrafo en mano, escribiendo sin más. Jamás lo había pensado antes, pues los Procuradores de Ideas ya se habían encargado de inculcarnos ese concepto para que no tuviéramos que pensar sobre ello, como estoy haciendo ahora. Un metálico chasquido rompe ese lapidario silencio que me envolvía y una serie de cernientes sombras se proyectan sobre mí, pero no son lo suficientemente oscuras como para eclipsar mis palabras. El concepto de libertad, de hacer de la vida nuestra propia voluntad, de volar hacia el lugar que nosotros hemos elegido, de soñar con un mundo sin constricciones ni interferencias, de imaginar lo que imagino, de pensar lo que pienso y de sentir lo que siento. Una voz, gélida y autoritaria, resuena feroz justo ante mí, pero yo no la escucho. De imaginar lo que quiera, de expresar lo que necesito y de elegir lo que considero. La voz se convierte en un aullido y una atenazante mano me aferra por el hombro, zarandeándome con violencia.

¿Por qué no puedo ser libre?


Se lo pregunté una vez y su respuesta fue una advertencia.

Se lo pregunté dos veces y su respuesta fue una aviso.

Se lo pregunté tres veces y su respuesta fue una amenaza.

Se lo pregunté cuatro veces y su respuesta fue un golpe.

Se lo pregunté una y otra vez, y sus golpes no entendían de respuestas.

Una muchedumbre de durmientes nos rodeaba, observando en cómplice mutismo como una porra marcaba con sangre mi cuerpo, desfiguraba mi rostro con eficiente brutalidad y reducía a balbuceos mis palabras, que aún así me afanaba en pronunciar. Fue, entonces, cuando entendí que la respuesta no la tenía él, la tenía yo. Levanté mis manos hacia ese luminoso e inmarcesible cielo primaveral y detuve sus golpes. En ese momento todo cambió, como si quedaran abiertas las puertas de la jaula en la que estábamos recluídos y hubiésemos descubierto que debíamos cortarle los hilos a las marionetas de una función que nos desagradaba, porque no representaba nuestra voluntad, nuestra soberanía, nuestra libertad. A la plaza acudió un sinfín de Robasueños, pero el gentío que me envolvía levantó sus manos, emulando mi movimiento y atajó las armas con las que pretendían reducirme definitivamente.

Y los durmientes abrieron los ojos, y supieron, desde ese instante, que ya no podrían volver a dormir tranquilos hasta que no les respondieran.

Mi vida termina, pero curiosamente, mientras escribo estas últimas palabras, me siento más vivo que nunca y comienzo a verlo todo claro, con diafana nitidez, sin necesidad de mirar al cielo, tan sólo viendo lo que me rodea. Pues esa conciencia reside en todos nosotros, esa culpabilidad que nos masacabra por dentro y esa necesidad de libertad que ahora expresan todos a mi alrededor, y que es mucho más que un sueño irrealizable.


Es hora de detener los golpes, de recorrer nuestro propio camino, de cortar los hilos del impostor, de desmoronar el Juego de Marionetas y de desenmascarar el rostro de ese Maestro Titiritero que ha usurpado un poder que no le pertenece y tomarlo entre nuestras manos, pues es nuestro.

Es hora de despertar, ellos, tú y yo.

Todos.


Epílogo Post-Mortem
Nunca sabremos la identidad de aquel que escribió este cuaderno, ni tan siquiera si murió tras hacerlo. Pero este Anónimo no es un mártir.

Este Anónimo fuímos, somos y seremos todos los que estamos dispuestos a morir por nuestros ideales.

Por nuestra libertad.

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