


Pero este curso está minuciosamente controlado para que nos conduzca hacia la participación en un Juego de Marionetas cuyo nombre también hemos olvidado, pero que antaño parecía tener una función representativa que ahora desconocemos. Esto es incluso agradable para muchos de nosotros, que no gustamos de leer, especialmente cuando el juego tiene unas reglas de indescifrable comprensión, que ni siquiera los

Hacía mucho tiempo que no escribía, por miedo a que mis palabras tuvieran que quebrarse, como se quiebran otras ideas que no manifestamos por esa apatía que aniquila nuestra ambición. Pero a medida que escribo, me acuerdo de otros durmientes, sean amigos, conocidos o cualquier persona que haya tenido el suficiente valor para hablar sobre todo esto, cuando los Rompesueños parecían no acechar en las cercanías. En nuestras clandestinas conversaciones, se percibía un atisbo de malestar, una creciente irritación que se ahogaba culminantemente en ese conformismo que nos propicia la comodidad. Parecía, en ocasiones, que quisiéramos cambiar el Juego de Marionetas o íbamos más lejos en nuestra intención, y hablábamos de abrasarlo, quemarlo y destruirlo, pues considerábamos que para que algo cambiara, había que cambiarlo todo. Nos sentíamos contundentes, como los Rompesueños; autónomos, como los Procuradores de Ideas; poderosos, como los Títeres; pero no era más que una efímera sensación. Y el Maestro Titiritero siempre está por encima de nosotros.

- ¿Para qué? Si en el fondo vivimos bien.
- Esto siempre ha funcionado así.
- No entiendo el Juego de Marionetas, ni me interesa, ni tan siquiera me gusta hablar de ello.
- Será mejor que nos callemos o algún Rompesueños se encargará de callarnos.
- El Maestro Titiritero controla a los Títeres, y nada podemos hacer para evitarlo.
Éstas y muchas otras frases se precipitan ahora en mi mente, al escribirlas, pero también al sentirlas, porque en lo más profundo de mí, no sólo de mis pensamientos, de mi corazón, percibo una inquietante sensación, como si punzantes e incandescentes agujas se clavaran en mis entrañas poco a poco, suavemente, en un constante pero casi imperceptible dolor. Porque, aunque lo quiera negar, como hacen otros durmientes, o todos, nosotros somos los responsables, nosotros somos los permisivos, nosotros somos los culpables. Que nuestro sistema no sea más que un Juego de Marionetas es el resultado de que los Titiriteros tengan público en lugar de crítica, de que aplaudamos ante su proselitista verborrea y de que apartemos la mirada cuando no nos gusta la función. Supongo que por eso estoy escribiendo esto ahora, viendo como esos tipos uniformados, opresión en mano, se acercan hacia mí para recordarme qué lugar me corresponde, y en qué mundo vivo. Me harán daño, pero más me duele el arrepentimiento por haber permitido que nos arrebaten lo que debería ser nuestro.

¿Por qué no puedo ser libre?

Se lo pregunté una vez y su respuesta fue una advertencia.
Se lo pregunté dos veces y su respuesta fue una aviso.Se lo pregunté tres veces y su respuesta fue una amenaza.
Una muchedumbre de durmientes nos rodeaba, observando en cómplice mutismo como una porra marcaba con sangre mi cuerpo, desfiguraba mi rostro con eficiente brutalidad y reducía a balbuceos mis palabras, que aún así me afanaba en pronunciar. Fue, entonces, cuando entendí que la respuesta no la tenía él, la tenía yo. Levanté mis manos hacia ese luminoso e inmarcesible cielo primaveral y detuve sus golpes. En ese momento todo cambió, como si quedaran abiertas las puertas de la jaula en la que estábamos recluídos y hubiésemos descubierto que debíamos cortarle los hilos a las marionetas de una función que nos desagradaba, porque no representaba nuestra voluntad, nuestra soberanía, nuestra libertad. A la plaza acudió un sinfín de Robasueños, pero el gentío que me envolvía levantó sus manos, emulando mi movimiento y atajó las armas con las que pretendían reducirme definitivamente.
Y los durmientes abrieron los ojos, y supieron, desde ese instante, que ya no podrían volver a dormir tranquilos hasta que no les respondieran.
Mi vida termina, pero curiosamente, mientras escribo estas últimas palabras, me siento más vivo que nunca y comienzo a verlo todo claro, con diafana nitidez, sin necesidad de mirar al cielo, tan sólo viendo lo que me rodea. Pues esa conciencia reside en todos nosotros, esa culpabilidad que nos masacabra por dentro y esa necesidad de libertad que ahora expresan todos a mi alrededor, y que es mucho más que un sueño irrealizable.

Es hora de detener los golpes, de recorrer nuestro propio camino, de cortar los hilos del impostor, de desmoronar el Juego de Marionetas y de desenmascarar el rostro de ese Maestro Titiritero que ha usurpado un poder que no le pertenece y tomarlo entre nuestras manos, pues es nuestro.
Es hora de despertar, ellos, tú y yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario