No podría decir que mi existencia sea sencilla, pero tampoco puedo elegir. En esencia, mi labor reside en evitar que la gente elija, aunque estoy totalmente sojuzgado a la creencia. No obstante, sigo actuando, bajo una velada mascarada de quimera, y muy pocos pueden eludirme, pues soy muy eficiente en mi quehacer. Recibiendo órdenes directas de una ama caprichosa e inconstante, en ocasiones tengo que ejecutar sentencias que atentan directamente contra la ética humana, si es que ésta se puede considerar absoluta y universal en cualquiera de sus vertientes. Pero carezco de remordimientos, no existe en mí ese sentimiento de culpa que atenaza al resto de la humanidad.
Sueño era triste, melancólico y evasivo, habitando en las regiones remotas de la imaginación, en un reino cuya muralla se erigía con miedos y temores que él mismo había ido apilando con sus propios brazos a lo largo de su vida, para que nada ni nadie pudiera entrar sin su permiso. De carácter romántico y espíritu rebelde, poseía una entereza inigualable y una voluntad incuestionable. Pero hacía tiempo, mucho tiempo, que había desistido en la espera de encontrar a alguien con quien compartir su existencia. Había perdido la esperanza.
Esperanza era solitaria, curiosa e imaginativa, con una asombrosa capacidad para fraguar mundos a su antojo, en su propia mente o en lo más profundo de su corazón, en los que sólo ella residía y compartía con los demás pero sin disfrutar de ellos plenamente. Su naturaleza creativa e inventiva la dotaban de un talento innato hacia la abstracción, engalanado con una dulce y cándida alma. Sabía lo que quería, desde siempre, aunque no lo encontraba y eso le provocaba una profunda aflicción. Había dejado de soñar.
Esta vez, mi veleidosa rival, Casualidad, recurrió a su hermana gemela, Causalidad, que era diametralmente opuesta a ella, pues prefería atenerse a argumentos y consecuencias en lugar de azares y arbitrios, y lograron que lo ineludible fuera verdadero. Que lo inexorable se tornara sincero. Que lo inexcusable se convirtiera en eterno. A pesar de ello, continué insistiendo en mi afanoso propósito de provocar la desunión, tratando de sumir a Esperanza en la desesperanza y a Sueño en la desesperación. No sirvió de nada y en ese momento lo contemplé con cristalina claridad: Sueño y Esperanza no existían, sólo eran uno, siempre habían sido uno: Amor. Mi voluble señora, la Fortuna, había sentido envidia de ellos, por primera vez en toda su eternidad, por lo que me envió a mí para que extinguiera aquello a lo que ni tan siquiera ella podía aspirar.
Pero fracasé estrepitosamente, pues en raras ocasiones los azares del universo se unen para conspirar contra mí y poco puedo hacer para evitar mi derrota.
¿Preguntas mi nombre?
Estoy convencido de que conoces la respuesta.
1 comentario:
Me ha gustado mucho el detalle de las hermanas gemelas, que comparten un "carácter" tan distinto.
Me ha gustado mucho, está muy bien escrito y muy bien trabajado (desde mi punto de vista, que no es que sea aquí una experta sabes jaja).
El final me ha gustado mucho, y me ha recordado a una frase de una canción que creo que puse en mi blog hace no mucho:
"Que el Destino lo domino y así, te incluyo en mi vida".
Y a reírnos de él.
¡Un saludo!
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