El tiempo se detuvo durante innumerables jornadas en esa gruta en mitad de la montaña, donde la frontera entre la vida y la muerte cada vez parecía más difusa. Una Soñadora cuyos sueños se desvanecían a medida que su hálito se hacía más mortecino, un Guardián cuyo propósito se desmoronaba en concordancia con el funesto destino de su protegida. A pesar de ello, el elfo no se separó de su lado ni un sólo instante, tratando siempre de propiciarle cuidados y comodidades a su dama, que seguía atenazada por los dolores. El único momento de separación se producía cuando tenía que buscar algo para afianzar su supervivencia en aquella inhóspita y gélida cordillera, en la que las temperaturas se precipitaban hasta cotas remotas de insondable frío. No faltaron víveres, pues el Guardián era un consumado cazador, ni tampoco leña, ya que su acero era afilado y contundente, capaz de quebrar el tronco de cualquier árbol.
Pero lo más trascendental de todo es que tampoco faltó esperanza, que fue la que mantuvo a la Soñadora con vida, tanto por su parte como por la parte de su protector, que pasaba noches en vela, contemplándola preocupado mientras descansaba o abrazándola dedicadamente cuando se percataba de que empezaba a tiritar. En este sentido, las contemplaciones se fueron reduciendo y dieron lugar a la cálida unión de los cuerpos, sin tener que ser necesario el estremecimiento para ello. Era como si un sentimiento de irrefrenable atracción le impeliera tomar el cuerpo de esa mujer, temiendo que se fuera a esfumar en cualquier momento.
Fue una noche de férreo hielo en el exterior, estando ambos entrelazados en la suave tiniebla nocturna, cuando la Soñadora sufrió un punzante acceso de dolor, que provocó que su anatomía se encorvara sometida por la agonía de su afección. Parecía que su alma se desbordaría de su cuerpo, abandonándolo para siempre en esa gruta alejada de su destino. El guerrero la trató de incorporar, alarmado, cerciorándose de que la cataplasma que había dispuesto en la herida de su estómago estaba limpia. Y, en efecto, no sólo estaba impoluta, sino que además la lesión estaba sanando perfectamente bien. Era como si el veneno todavía surcara pérfido sus venas y él fuera incapaz de hacer nada por aliviar su padecimiento. En este crítico instante, la elfa habló con un tono quebrado y discordante, entre suspiros desalentados:
- No me queda mucho, mi querido Guardián.
- Tienes toda la vida por delante, para encontrar al unicornio y vivir de tus sueños como deseas –la respuesta del elfo no se hizo esperar.
- Mucho tiempo llevamos en esta gruta y no he mejorado ni un poco. Puede que todo termine aquí para mí y que tú tendrás que seguir tu camino –la voz de la mujer era cada vez más tenue.
- Mi camino lo marcas tú, al igual que mi destino –tras un meditativo silencio, el elfo añadió– No voy a permitir que caigas aquí, Soñadora mía. Todavía nos resta tanto por soñar…
- Prométeme que si no puedo salir de esta cueva, continuarás sin mí –la afección y la aflicción asomaron ambas en las palabras de la elfa, causando un ominoso pesar en su maltratado entereza.
- No puedo prometer algo que mi corazón se niega a creer.
- ¡Prométemelo, te lo ruego! –gritó desesperada, empleando su último aliento para darle énfasis a sus palabras– Jamás me perdonaría someter tu vida a mi muerte.
De los resplandecientes ojos de la Soñadora nacieron las lágrimas, perladas y brillantes, a pesar de ser generadas por una infinita pesadumbre, mientras que su gesto se tornaba cada vez más desesperado. La reacción del Guardián, tras esta petición, no pudo estar acompañada por palabras, sino por un significativo gesto, pues lo único que hizo fue estrecharla contra su cuerpo, ofreciéndole el latido de su corazón como respuesta a esta demanda. Mas no fue suficiente para ella, que acercó sus labios a su oído y le susurró, suplicante:
- Por favor… si me amas… prométeme que seguirás con tu vida.
El elfo respiró gravemente, cerró sus ojos y dejó suavemente a la mujer, que yacía entre sus brazos desmayada, sobre el lecho que había improvisado en la caverna. La miró unos segundos que parecieron eternizarse desde el costado y se inclinó hacia ella, hablando con una tonalidad prácticamente inaudible sobre sus labios, rozándolos con cada palabra:
- Te lo prometo…
Por fortuna, nunca tuvo que cumplir esta promesa, ni jamás se sabrá si lo hubiera hecho, pues fueron transcurriendo las semanas y la salud de la Soñadora fue mejorando, aunque todavía se encontraba convaleciente y muy debilitada. El invierno era crudo e intenso en el monte, con frecuentes nevadas, continuas heladas y agreste clima. No era conveniente alejarse de su refugio y mucho menos considerando el precario estado de la mujer. De esta manera, tuvieron que compartir incontables amaneceres y anocheceres juntos, en los que no consideraron que el tiempo estuviera perdido, todo lo contrario. Durante el día, se ocupaban de mantener su improvisada guarida acondicionada para poder sobrevivir, dedicándose él a obtener comida y bebida para que no se vieran perdidos en las cumbres y ella a mantener el lugar bien dispuesto y organizado, pues no podía salir de allí bajo ningún concepto. Y en las noches compartían palabras, que fueron convirtiéndose en sentimientos a medida que las intercambiaban durante horas, sin otra pretensión ni emoción que no fuera conocerse.
Existía entre ambos un celestial vínculo, más allá de la magia, por el cual siempre tenían algo nuevo que descubrir el uno del otro e, incluso, era como si hubiesen tenido vidas paralelas, totalmente afines. Comenzaron hablando de sus sueños en ese sueño, pero terminaron por revelar sus vidas, dándole por fin la relevancia que merecían. No obstante, su objetivo continuaba siendo hallar a ese unicornio, del que hablaban a menudo como si se tratara de la leyenda personal que poseemos cada uno de nosotros y que nos empuja a afrontar cualquier destino que nos tenga preparado el universo. La evidencia de que el Guardián languidecía cada vez que se nombraba a la mágica criatura causaba que la Soñadora tuviera que medir las palabras cuando hablaba de sus ilusiones. Sabía que cuando lo encontraran, tendría que decidir, y en este momento todavía no sabría cómo reaccionaría cuando eso ocurriera.
Fue una tarde de deshielo en la montaña, en la que el invierno inicia su éxodo estacional hacia otras latitudes, cuando fue el propio elfo el que saco a relucir el tema, comprobando que la dama de sus sueños cada vez se encontraba más recuperada y sabiendo que no podía demorar por más tiempo lo inevitable:
- Mañana, al alba, retomaremos nuestro camino.
- ¿Estás seguro de ello? –la Soñadora se sorprendió ante la muestra de espontaneidad.
- Lo estoy, Soñadora. Estás recobrada de tus dolores y yo puedo ocuparme de conducirte hacia cualquier lugar, portándote en mis brazos si es necesario. –dijo con tajante firmeza.
- No deseo ser una carga…
- Para mí una carga es un sentimiento que he de soportar sin que disfrute de ello. Y tú, lo que me inspiras, son otra clase de sentimientos… –miró a los ojos a la mujer un instante, intentando transmitirle lo que sentía sin palabras.
- ¿Qué sentimientos? –preguntó ella, pues su curiosidad siempre estaba ávida de ser saciada.
- Sentimientos que me hacen disfrutar… –bajó la cabeza y continuó hablando, tratando de eludir el tema– Te llevaré a dónde me digas, sin ninguna objeción por mi parte. Eso es lo que deseo.
La Soñadora sonrió con acaramelada dulzura, ya que gozaba de este tipo de situaciones en las que se ponía a prueba la franqueza de su protector. Ella, en el fondo, quería escuchar las palabras que se guardaba, pero sabía que lo hacía, precisamente, para velar por ella. Por eso, no sabía si estaba ansiando escuchar la sinceridad de sus sentimientos o proseguir con ese juego siempre.
- La cuestión es que no sé a qué lugar podríamos dirigirnos, Guardián.
- ¿No sabes dónde podría estar el unicornio? –enarcó una ceja el elfo, inquisitivo.
- Sólo sé donde lo imagino.
- Entonces ese será el lugar al que nos tengamos que dirigir… -dijo él, finalmente, esbozando una perlada sonrisa.
Con la refulgente alborada, sueños y destino como equipaje, abandonaron ese hermoso amparo en las montañas, en el que no sólo encontraron recuperación y cobijo, sino un lugar que recordar siempre con especial añoranza, aunque eso sería algo que también sabrían tiempo después. Ahora sólo podían pensar en proseguir su viaje y en encaminar sus pasos rumbo a las ilusiones. Se sucedieron días con sus noches, en los que hubo aventuras y desventuras, de las cuales siempre salieron victoriosos. La espada y la brujería eran los principales valedores en este mundo de fantasía, y mediante ella se fueron abriendo paso por la prodigiosa geografía de este infinito ensueño. Y en el áureo confín, todavía lejano en la distancia, pero cercano en sensaciones, contemplaron el final de su camino, puede que el verdadero inicio de sus vidas.
Ella lo imaginaba y él no necesito que lo concretara con palabras, vio la respuesta en sus ojos. El unicornio estaría allí, aguardando…
Pero lo más trascendental de todo es que tampoco faltó esperanza, que fue la que mantuvo a la Soñadora con vida, tanto por su parte como por la parte de su protector, que pasaba noches en vela, contemplándola preocupado mientras descansaba o abrazándola dedicadamente cuando se percataba de que empezaba a tiritar. En este sentido, las contemplaciones se fueron reduciendo y dieron lugar a la cálida unión de los cuerpos, sin tener que ser necesario el estremecimiento para ello. Era como si un sentimiento de irrefrenable atracción le impeliera tomar el cuerpo de esa mujer, temiendo que se fuera a esfumar en cualquier momento.
Fue una noche de férreo hielo en el exterior, estando ambos entrelazados en la suave tiniebla nocturna, cuando la Soñadora sufrió un punzante acceso de dolor, que provocó que su anatomía se encorvara sometida por la agonía de su afección. Parecía que su alma se desbordaría de su cuerpo, abandonándolo para siempre en esa gruta alejada de su destino. El guerrero la trató de incorporar, alarmado, cerciorándose de que la cataplasma que había dispuesto en la herida de su estómago estaba limpia. Y, en efecto, no sólo estaba impoluta, sino que además la lesión estaba sanando perfectamente bien. Era como si el veneno todavía surcara pérfido sus venas y él fuera incapaz de hacer nada por aliviar su padecimiento. En este crítico instante, la elfa habló con un tono quebrado y discordante, entre suspiros desalentados:
- No me queda mucho, mi querido Guardián.
- Tienes toda la vida por delante, para encontrar al unicornio y vivir de tus sueños como deseas –la respuesta del elfo no se hizo esperar.
- Mucho tiempo llevamos en esta gruta y no he mejorado ni un poco. Puede que todo termine aquí para mí y que tú tendrás que seguir tu camino –la voz de la mujer era cada vez más tenue.
- Mi camino lo marcas tú, al igual que mi destino –tras un meditativo silencio, el elfo añadió– No voy a permitir que caigas aquí, Soñadora mía. Todavía nos resta tanto por soñar…
- Prométeme que si no puedo salir de esta cueva, continuarás sin mí –la afección y la aflicción asomaron ambas en las palabras de la elfa, causando un ominoso pesar en su maltratado entereza.
- No puedo prometer algo que mi corazón se niega a creer.
- ¡Prométemelo, te lo ruego! –gritó desesperada, empleando su último aliento para darle énfasis a sus palabras– Jamás me perdonaría someter tu vida a mi muerte.
De los resplandecientes ojos de la Soñadora nacieron las lágrimas, perladas y brillantes, a pesar de ser generadas por una infinita pesadumbre, mientras que su gesto se tornaba cada vez más desesperado. La reacción del Guardián, tras esta petición, no pudo estar acompañada por palabras, sino por un significativo gesto, pues lo único que hizo fue estrecharla contra su cuerpo, ofreciéndole el latido de su corazón como respuesta a esta demanda. Mas no fue suficiente para ella, que acercó sus labios a su oído y le susurró, suplicante:
- Por favor… si me amas… prométeme que seguirás con tu vida.
El elfo respiró gravemente, cerró sus ojos y dejó suavemente a la mujer, que yacía entre sus brazos desmayada, sobre el lecho que había improvisado en la caverna. La miró unos segundos que parecieron eternizarse desde el costado y se inclinó hacia ella, hablando con una tonalidad prácticamente inaudible sobre sus labios, rozándolos con cada palabra:
- Te lo prometo…
Por fortuna, nunca tuvo que cumplir esta promesa, ni jamás se sabrá si lo hubiera hecho, pues fueron transcurriendo las semanas y la salud de la Soñadora fue mejorando, aunque todavía se encontraba convaleciente y muy debilitada. El invierno era crudo e intenso en el monte, con frecuentes nevadas, continuas heladas y agreste clima. No era conveniente alejarse de su refugio y mucho menos considerando el precario estado de la mujer. De esta manera, tuvieron que compartir incontables amaneceres y anocheceres juntos, en los que no consideraron que el tiempo estuviera perdido, todo lo contrario. Durante el día, se ocupaban de mantener su improvisada guarida acondicionada para poder sobrevivir, dedicándose él a obtener comida y bebida para que no se vieran perdidos en las cumbres y ella a mantener el lugar bien dispuesto y organizado, pues no podía salir de allí bajo ningún concepto. Y en las noches compartían palabras, que fueron convirtiéndose en sentimientos a medida que las intercambiaban durante horas, sin otra pretensión ni emoción que no fuera conocerse.
Existía entre ambos un celestial vínculo, más allá de la magia, por el cual siempre tenían algo nuevo que descubrir el uno del otro e, incluso, era como si hubiesen tenido vidas paralelas, totalmente afines. Comenzaron hablando de sus sueños en ese sueño, pero terminaron por revelar sus vidas, dándole por fin la relevancia que merecían. No obstante, su objetivo continuaba siendo hallar a ese unicornio, del que hablaban a menudo como si se tratara de la leyenda personal que poseemos cada uno de nosotros y que nos empuja a afrontar cualquier destino que nos tenga preparado el universo. La evidencia de que el Guardián languidecía cada vez que se nombraba a la mágica criatura causaba que la Soñadora tuviera que medir las palabras cuando hablaba de sus ilusiones. Sabía que cuando lo encontraran, tendría que decidir, y en este momento todavía no sabría cómo reaccionaría cuando eso ocurriera.
Fue una tarde de deshielo en la montaña, en la que el invierno inicia su éxodo estacional hacia otras latitudes, cuando fue el propio elfo el que saco a relucir el tema, comprobando que la dama de sus sueños cada vez se encontraba más recuperada y sabiendo que no podía demorar por más tiempo lo inevitable:
- Mañana, al alba, retomaremos nuestro camino.
- ¿Estás seguro de ello? –la Soñadora se sorprendió ante la muestra de espontaneidad.
- Lo estoy, Soñadora. Estás recobrada de tus dolores y yo puedo ocuparme de conducirte hacia cualquier lugar, portándote en mis brazos si es necesario. –dijo con tajante firmeza.
- No deseo ser una carga…
- Para mí una carga es un sentimiento que he de soportar sin que disfrute de ello. Y tú, lo que me inspiras, son otra clase de sentimientos… –miró a los ojos a la mujer un instante, intentando transmitirle lo que sentía sin palabras.
- ¿Qué sentimientos? –preguntó ella, pues su curiosidad siempre estaba ávida de ser saciada.
- Sentimientos que me hacen disfrutar… –bajó la cabeza y continuó hablando, tratando de eludir el tema– Te llevaré a dónde me digas, sin ninguna objeción por mi parte. Eso es lo que deseo.
La Soñadora sonrió con acaramelada dulzura, ya que gozaba de este tipo de situaciones en las que se ponía a prueba la franqueza de su protector. Ella, en el fondo, quería escuchar las palabras que se guardaba, pero sabía que lo hacía, precisamente, para velar por ella. Por eso, no sabía si estaba ansiando escuchar la sinceridad de sus sentimientos o proseguir con ese juego siempre.
- La cuestión es que no sé a qué lugar podríamos dirigirnos, Guardián.
- ¿No sabes dónde podría estar el unicornio? –enarcó una ceja el elfo, inquisitivo.
- Sólo sé donde lo imagino.
- Entonces ese será el lugar al que nos tengamos que dirigir… -dijo él, finalmente, esbozando una perlada sonrisa.
Con la refulgente alborada, sueños y destino como equipaje, abandonaron ese hermoso amparo en las montañas, en el que no sólo encontraron recuperación y cobijo, sino un lugar que recordar siempre con especial añoranza, aunque eso sería algo que también sabrían tiempo después. Ahora sólo podían pensar en proseguir su viaje y en encaminar sus pasos rumbo a las ilusiones. Se sucedieron días con sus noches, en los que hubo aventuras y desventuras, de las cuales siempre salieron victoriosos. La espada y la brujería eran los principales valedores en este mundo de fantasía, y mediante ella se fueron abriendo paso por la prodigiosa geografía de este infinito ensueño. Y en el áureo confín, todavía lejano en la distancia, pero cercano en sensaciones, contemplaron el final de su camino, puede que el verdadero inicio de sus vidas.
Ella lo imaginaba y él no necesito que lo concretara con palabras, vio la respuesta en sus ojos. El unicornio estaría allí, aguardando…
1 comentario:
Esta historia cada vez es más interesante, me encanta como el Guardián cuida de la Soñadora, y como consigue ella sutilmente que el haga todo lo que le pide, la tiene muy consentida. ;)
Besitos Guardián.
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