Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

sábado, 13 de febrero de 2010

En busca de los sueños - 1ª parte

En lo más profundo de la fantasía, más allá de la imaginación, se halla un mundo en el que la realidad y la ficción son amantes nocturnos. Y en este prodigioso multiverso de infinita creación, habitan toda clase de criaturas de leyenda, seres fabulosos y entes engendrados por ingeniosas utopías y el folklore mitológico. Este lugar, antaño visitado por exploradores de los sueños que incluso decidieron morar en él largo tiempo, ahora se encontraba suspendido en el espacio, inaccesible y remoto, manteniendo su esencia intacta, pero sin ningún tipo de vida ajena a su primordial génesis. No obstante, el demiurgo de esta creación decidió abrir las puertas de su universo, una vez más, tan sólo para que dos personas pudieran atravesar el umbral de magia y quimera que separaba su lugar de origen de este mundo único y maravilloso. Accedieron por entradas distintas, apareciendo en opuestos rincones de estas fantásticas tierras, envueltos por ese fascinante halo en el que se sumergían aquellos que adoptaban una identidad idealizada, requisito principal para recorrerlas, pues había que trascender de lo material si se deseaba vagar e interactuar dentro de ellas.


Una de estas personas era una mujer, que se personificó como una dama de oscura y larga caballera, que le caía como una ráfaga de negro viento por la espalda y los hombros, mientras su aterciopelada tez resplandecía evanescente cuando los haces del sol del amanecer se reflejaban contra ella. Su mirada, insondable y cautivadora, escudriñaba lo que le rodeaba con osadía, como si su entorno le resultara absolutamente familiar. Cuando empezó a caminar, sus perfectas formas se agitaron etéreamente, en gráciles movimientos que la vista humana no podría del todo asimilar. Se trataba de un espíritu libre, una elfa que avanzaba entre la frondosa espesura impelida por una necesidad. Pues el motivo de su aventura era encontrar a una criatura que la ayudaría a escapar de su propia existencia: un unicornio.


Como si los azares del destino estuvieran aliados para recibirla, en uno de los retorcidos ramajes que se enarbolaban hacia los luminosos cielos, había colgada una mochila que parecía dispuesta para ella. Trepó con facilidad por el tronco del árbol y la tomó entre sus brazos hasta regresar al suelo, descubriendo en su interior una sinuosa túnica inscrita con esotéricas runas, que se ciñó a su anatomía en cuanto se la puso, abrazándose mágicamente a su cuerpo. También había un cinturón de cuero, con el que se rodeó la cintura; unas botas de liviano aspecto, que no tardó en calzarse; un arco tallado en madera plateada y tensado para que tuviera una precisión sobrenatural; y un carcaj repleto de flechas, de afilada punta y níveas plumas.

En cuanto se pertrechó con este equipo, sintió un hormigueo por todo su cuerpo, partiendo desde su corazón hasta arribar a la punta de sus extremidades, siendo consciente de que era capaz de utilizarlo con una maestría que desconocía. Su inherente curiosidad, uno de los rasgos que mantenía en relación a su verdadera personalidad, la llevó a realizar una evidente comprobación. Así pues, deslizó una de sus manos hacia la espalda, dónde tenía atado el carcaj, tomando con suavidad una de las flechas por su penacho, mientras sostenía el arco firmemente. Y en apenas un parpadeo, situó el proyectil sobre la cuerda, cerró sus ojos y un susurro arcano resbaló entre sus labios, en el instante en el que la flecha salió disparada con una atroz violencia, imbuída por una refulgente aura que la rodeaba hasta que se clavó en el tronco de un árbol que estaba emplazado a unos metros de distancia.


No sólo disponía de habilidad para disparar un arco largo con rotundos resultados, sino que percibía como la magia latía dentro de ella, formando parte de su ser en un místico enlace que no precisaba de estudio para manifestarlo a voluntad, mediante conjuros y hechizos de toda índole. De esta manera, dotada por inmensas destrezas y competencias taumatúrgicas, se dispuso a iniciar la ansiada búsqueda del unicornio, en lo que intuía iba a ser una larga y peligrosa odisea por estos inhóspitos parajes. Se movió con facilidad por el bosque durante varias jornadas, con los sentidos aguzados, siempre alerta, por si en algún momento podía distinguir en el paisaje la efímera visión del animal que buscaba.


Sin embargo, tras unos días de infructuosos resultados, en los que no contempló nada que le llamara la atención, estando en el límite norte del bosque, vio en la lejanía una figura que se alzaba imponente sobre uno de los riscos que bordeaba el valle donde ella se hallaba. Parecía tratarse de un hombre, pero de aspecto estilizado, como si fuese un elfo, igual que ella. De indómitos cabellos que se agitaban mecidos por los gélidos vientos y penetrante mirada que subyugaba todo cuanto su visión abarcaba, estaba armado con una lustrosa cota de mallas y anillas, en la que se proyectaba el fulgor carmesí del atardecer, mientras se mantenía absorto de la presencia de la mujer que le observaba desde la hondonada. Al cabo de unos segundos, desapareció del peñasco con celeridad, sumiendo a su silenciosa vigía en una extraña incertidumbre: "Es la primera vez que lo veo, pero siento como si lo conociera desde siempre" pensó, al tiempo que olvidaba por unos momentos su búsqueda original, y se arrojaba al rastreo de este enigmático individuo.


La noche sepultó al cielo en su oscuro velo, pero el resplandor de las estrellas era suficiente para que la ávida hechicera no tuviese problemas en explorar la zona septentrional del boscaje buscando a aquel hombre, hasta llegar a la pared montañosa que determinaba su frontera y de la cual se precipitaba, con todo el vigor de la naturaleza, un torrente de agua que emanaba de las cumbres montañosas, conformando una cascada que saltaba desde un escarpado precipicio hasta el propio valle, originando de esta manera un hermoso y cristalino lago, en mitad de la frondosidad. La tentación fue irrefrenable, y cuando se hubo cerciorado de que nadie había en las inmediaciones, se desnudó lentamente y se sumergió en la laguna, bajo la ominosa bóveda estelar.
Perdió la noción del tiempo mientras se bañaba en las serenas aguas, con el implacable resonar de la catarata como única y virtuosa melodía en la oscuridad, que inundaba sus sentidos hasta extraviarse en las placenteras sensaciones que le propiciaba sentir como su húmedo cuerpo era recorrido por los dedos de la brisa nocturna y las caricias de las corrientes fluviales. Después de unas horas nadando, disfrutando de este plácido baño, se dirigió hacia la ribera para comenzar a salir del agua, caminando tranquila, con sus percepciones todavía encandiladas por los placeres. Por esta razón, cuando escuchó aquel repentino chasquido metálico fue demasiado tarde y, antes de que pudiera girarse, algo la aferraba por la espalda, oprimiéndola por los brazos para que no pudiera moverse. Y en la quietud de la noche, con la resonancia de la cascada todavía palpitando en sus oídos, un gélido susurro la despertó de su ensoñación:

- Si me estabas buscando… ya me has encontrado.

2 comentarios:

Pedro F. Báez dijo...

J.D., feliz Día de los Enamorados. Te deseo que lo pases bellísimamente junto a todos tus seres queridos y junto a ese ser especial que la vida puso en mi camino y en el tuyo. Los quiero a los dos. Abrazos

Pedro F. Báez dijo...

Regreso luego con más tiempo para leer tus últimas entradas y comentar sobre ellas.