Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

martes, 18 de diciembre de 2012

Heraldos



Apoyado en el tronco de un árbol, Russel encendió un cigarro.
“Creo que es el séptimo de la tarde” se dijo.
Repasó mentalmente las señas de los que iban a ser sus clientes.
Uno alto y con una armadura roja, y dos elfos azules... drows... criaturas de la oscuridad. Cualquier individuo con un mínimo de decencia y escrúpulos no aceptaría un trabajo con seres de esa calaña. Pero por suerte o por desgracia si había algo de lo que Russel carecía era de decencia y escrúpulos.
Quizá por eso cada vez tenía trabajos más extraños. Su vida era poco más que una real y verdadera mierda.
Hacía tiempo que había dejado de vivir la típica vida de explorador, triscando por los montes entre los árboles y la naturaleza.
Hacía tiempo que había dejado de vivir una vida que compaginara con la palabra decencia.
De hecho… ¿había sido alguna vez decente su vida? Tenía que hacer un gran esfuerzo para recordarlo.
Quizá hacía un par de decadas, cuando todavía era aquel explorador que sí que triscaba por los montes, entre los árboles y la naturaleza, quizá en esa época todavía era decente su vida.
Recordaba a duras penas lo que era sentirse un niño libre y con sueños... hacía ya tanto tiempo... era una sensación difusa y distante. Había olvidado también lo que era ser un joven adolescente... con toda una vida por delante, plagada de esperanza.
“Esperanza... vaya mierda de palabra.” volvió a decirse mientras apagaba ese séptimo cigarro.
En el fin del camino tres siluetas se acercaban, a pasos agigantados, firmes.
Russel afinó su vista, y sonrió. Seguro que eran ellos.
No era gente que inspirara confianza,  le daba lo mismo. Si le pagaban lo que le habían prometido por guiarles desde el bosque de Tethir hasta las colinas púrpuras, hasta la catedral maldita de Nerull, el Dios de la muerte, tendría más que suficiente.
Por lo que sabía, nadie había aceptado el trabajo hasta él.
Decían que era un trabajo ligado a la muerte y a la oscuridad…
Miedos, supersticiones... ¿qué importancia tenían para alguien a quien le habían robado los sueños?
Sumido en sus pensamientos, cuando se quiso dar cuenta, sus tres clientes ya estaban enfrente de él.
Ahora, podía analizarlos con detenimiento.
El más bajo de los tres era tan siniestro que llegaba a resultar gracioso. Era uno de los drows, y una oscura capucha cubría su cabeza. Era natural, los drows son especialmente sensibles a la luz del día, acostumbrados a la eterna negrura de la infraoscuridad. Pero igualmente dejaba ver su rostro, azul diabólico. Sus ojos no cesaban de moverse, inquietos, con morbosa curiosidad.
A su derecha, otra elfa oscura de sinuosas formas y exacerbante belleza. A Russel no le habría importado hincarle el diente, pero sus ojos le miraron amenazantes, induciéndole con rabia a que ni se le pasara por la cabeza. Se dio por aludido.
Y el que parecía el líder de la compañía era el más impresionante.
Sus dimensiones eran desmesuradas, y facilmente superaba los dos metros de altura. Su constitución y musculatura eran bestiales, y su armadura, roja con una inscripción cadavérica grabada en medio de su torso evocaba una sensación pegajosa, un terror escondido.
Pero aun contando con su descomunal físico y con su atuendo, lo que más inquietó a Russel, fue su rostro, inmutable, distante y a la vez ardiendo de intensidad.
Una enorme cicatriz bañaba su pómulo izquierdo atravesándole el ojo y manteniéndolo entrecerrado.
- ¿Eres tú quien ha enviado Kargar el infame?- gruñó en un estallido de fuerza.
- Sí, ese soy yo.
De repente se hizo el silencio, un silencio que incomodó a Russel.
¿Qué decir? ¿Cómo romper el hielo con esta gente?
- Debéis ser Garathor, Iyandra y Tanelorn.- dijo siendo lo único que se le ocurrió decir.
Callaron mirándole fijamente a los ojos.
- Bien, bien, me tomaré eso como un sí. Yo soy Russel, encantado. Hechas las presentaciones y ya que tenéis tantas ganas de hablar, partamos ya. Nos esperan unos pesados días de viaje. Cuando lleguemos a las colinas púrpuras, sólo yo conozco los caminos exactos para no cruzarnos con compañías no deseadas.
- Al contrario, cuantos más enemigos nos crucemos, mejor.- dijo Garathor desenvainando su hacha de batalla.- Me encantará proporcionarles una muerte digna del segador de almas.
Russel se quedó mirándolo y una gota de sudor recorrió su frente.
- Bueno... como quieras.
Por un momento se arrepintió del cauce que había tomado su vida. Si no lo hubiera tomado, nunca se vería rodeado de gente como ésta.
Resopló algo confuso y se encaminó hacia las colinas púrpuras, donde llevaban semanas ocurriendo acontecimientos extraños.
Y que extraños serían los acontecimientos que surcarían su vida a partir de ese preciso momento. Quizá nunca debió aceptar ese trabajo.

1 comentario:

Ikana dijo...

Interesante. Es un tipo curioso ese Russel... Lo que deja en suspenso es si lo matan o él los mata a ellos. Viendo al trío... probablemente lo primero.