- Viejo amigo… siempre a tiempo.- musitó Helder que estaba a punto de desplomarse del todo y perder la conciencia.
- Por poco.- el pequeño egipcio sonreía mientras seguía con su arma en alto, apuntando a los dos que quedaban con vida aunque no eran una gran amenaza. El llamado Arhman no había aguantado el directo que Helder le asestó, y sufría el sueño del dolor. El otro hombre que estaba agazapado en una esquina había terminado inconsciente a causa del shock por el punzante fuego que le había desfigurado la cara.
- ¡Yashid! ¡El fuego! ¡Ayúdame, por lo más sagrado!- gritó Nagla que seguía intentando consumir las llamas. No tardo en ir en ayudarle, y algunos de los hombres que dormían en las habitaciones también, que bajaron al oír el disparo y el escándalo. Afortunadamente su acción fue rápida, y al fuego no le dio tiempo a expandirse, las pérdidas serían menores.
Una vez la gente se hubo calmado, volvieron a sus camas. Una reyerta como ésa tampoco era demasiado extraña en los tiempos que vivían en El Cairo.
Ahrman recuperó el sentido transcurridos veinte minutos.
- Esto no quedará así…- logró decir entre dientes.
- ¡Largo de aquí matones!- Yashid les apuntaba de manera amenazante. - Me he llevado a uno de vosotros por delante, y que Alá me perdone, no tendré reparos en haceros el mismo favor.
Los dos hombres abandonaron el local llevándose al cadáver del tercero con ellos.
- ¿Por qué… por qué les permites marcharse con vida, Yashid? No es momento de ser piadoso ni mostrar clemencia. Volverán, en mayor número.- dijo Gustav Helder que había improvisado una venda y se la mantenía con fuerza presionando la herida. El esfuerzo que estaba haciendo para mantener la compostura era titánico.
- Porque, mi querido amigo… creo que no sospechas quién era su patrón. Conozco a Ahrman desde hace años. Sé a quién dice servir.
- Ben Salar…- Nagla llevaba callada un buen rato, en el tiempo transcurrido no había dicho ni palabra mientras intentaba arreglar los desperfectos.- Sirven a Ben Salar.
- ¿A Ben… a Ben Salar?- Gustav Helder no comprendía nada. ¿En qué momento el sombrío y contradictorio terrorista-héroe había pasadoa a convertirse en un vulgar mafioso de barrio que pretendía controlar los comercios de la zona y sus beneficios.
- Tú.- por primera vez en mucho tiempo, la mirada de Nagla se dirigió a él, punzante, como un dardo con una única e irremediable trayectoria.- Tú… tú… ¿por qué has vuelto? ¿por qué?
- Mi regreso no te incumbe… no tiene nada que ver contigo ni con este lugar.
- ¿Ah no? Pero has tenido que venir aquí, ¿verdad? A ser el caballero de brillante armadura, a inmiscuírte en problemas que efectivamente, no te incumben. A casi destruírlo todo.
- Disculpa que te contradiga… pero creo recordar que acabo de salvarte la vida.
- ¿Eso es lo que has hecho? Cómo has dicho antes, volverán, serán más, reducirán todo esto a cenizas, como a punto has estado de hacerlo tú. Cada vez que apareces, lo destruyes todo, Gustav Helder. Eres un destructor de vida. Mírate, por Dios. Hasta la tuya has destruído en el camino.
- No tienes derecho a juzgarme, niña.
- No soy una niña, hace muchos años que no lo soy. No era una niña tampoco cuando te marchaste de aquí. Cuando me condenaste a ser lo que soy ahora.
- ¿A eso se reduce todo? ¿A una triste pataleta porque te… por algo que sucedió hace más de diez años?
- Porque siempre fue así, Helder, siempre. Pero yo era demasiado joven para darme cuenta.- la rabia iba filtrándose entre una inmensa tristeza, jalonada con una lágrima que quebrantaba en su cauce todo tipo de esperanza.
- Yo… yo… - deseó escapar, pero es lo que siempre había hecho y aquí estaba otra vez. Deseó cambiar, pero ya era tarde y la situación era irreversible. Deseó acercarse lentamente a ella, acariciarle el rostro y susurrarle de manera tierna que todo saldría bien, pero no tenía fuerzas ni para levantarse.
- Y ahora vuelves y terminas tu trabajo. Ahora vuelves y lo terminas de destruír todo…
- Nagla yo…- el mundo se descompuso y supo que había aguantado bastante. La herida no se cerraba, y el vaído fue instantáneo y feroz. Se dio de bruces contra el suelo y su mundo se apagó.
Unas manos le sujetaban la cabeza con la mayor de las delicadezas cuando abrió los ojos. No recordaba haber sentido un dolor y un cansancio semejantes en toda su vida, pero las manos eran suaves, dulces regalos del pasado, bendiciones olvidadas y sepultadas bajo fracaso.
Era Nagla, que le limpiaba la herida.
- Voy a tener que coserte, Gustav.- la voz era bien diferente a la reprimenda anterior. Calmada y tranquila, inspirando paz.
- Siento lo que hice… fue lo primero que se me ocurrió.
- Lo sé. Siempre fuiste así. Era una de las cosas que me impresionaba de ti. Que eras impetuoso, que no te importaba si salías herido, siempre tomabas la decisión más imprevisible… que solía ser la más acertada. Eras mi héroe.
- Pero me marché.
Dispuso aguja e hilo y dijo cambiando de tema.
- Cosí mil veces a mi padre, y también cosí antes al pobre Benjhen. Es un chico valiente, pero poco podía hacer ante esos matones.
- Estoy lleno de cicatrices, querida. Aguantaré lo peor que me eches.
- Me habría creído esa pantomima hace diez años. Ahora, no te la crees ni tú.
Ambos rieron y ella comenzó a trabajar. Le dio una botella de absenta para el dolor.
- Ésta bébetela, procura no incendiar mi local de nuevo.
- Tranquila, no lo haré por lo menos en los próximos veinte minutos. Una vez me levante será otro cantar.- sacó el tapón y echó un trago. Era fuerte como el infierno, pero de gran calidad, lleno de matices que los inexpertos serían incapaces de apreciar, abrumados por su alta graduación.
- Gustav… siento mi reacción de antes. Me pasé cinco años esperando a que volvieras. Pero nunca lo hiciste. Nunca. Mi padre murió, tuve que asumir toda esta responsabilidad… cuando mi sueño siempre fue marcharme contigo, vivir las mismas aventuras que tú me contabas cada vez que venías a El Cairo, los dos juntos. Aprender de ti, aprender a vivir. No quedarme para siempre en este antro.
- Es mucho menos antro ahora de lo que era cuando vivía tu padre, de eso puedes estar segura.- dijo él intentando caldear el ambiente y quitarle hierro a la disculpa.
- … cada vez que veía a Yashid, pensaba que tú entrarías justo detrás. Pero nunca era así. Siempre pensaba en preguntarle, pero siempre temía hacerlo. Y cuando te habías marchado del todo, tanto en la realidad como en mis sueños, apareces. Y mi tristeza es inmensa, no sólo porque me abandonaste. Sino porque te has abandonado a ti.- hablaba con total naturalidad mientras cosía la herida, se notaba que era una experta.
- Gracias por la apreciación, hablaremos cuando tengas cincuenta años.- bebió otro trago de absenta para mitigar el dolor, tanto del cuerpo como del alma.
- No es la edad, y lo sabes. Eres todo tú. Gordo, triste, cansado. Pareces el bisabuelo de quién eras hace diez años… pero luego… cuando los matones de Ben Salar aparecieron… actuaste tal y cómo habrías actuado entonces.
- En el fondo, bicho malo nunca muere.
- Eso me temo. En el fondo, tal y cómo sucedía en las historias que me contabas, los héroes nunca mueren, Gustav Helder.- acabó el zurcido justo cuando acababa esa frase. Ambos se miraron, como si tuvieran la oportunidad de coger sus últimos diez años de vida y pulverizarlos de tal manera que el tiempo y el olvido los sumieran en el total vacío. Pero en el fondo, los dos supieron que la nostalgia es una mala consejera, que no eran las mismas personas y que nunca lo serían.
- Respóndeme a una cosa, Nagla. ¿Cómo es que esos hombres trabajan para Ben Salar? Cuando todavía estaba en el negocio, Ben Salar era un hombre temido y respetable, no un mafioso del tres al cuarto.
- Sé poco al respecto, sólo que esta zona de la ciudad es una zona sin apenas ley. Ben Salar comenzó a prestar protección a las tabernas de la zona, al principio de manera más o menos justa, poco a poco imponiendo esa protección, finalmente siendo una amenaza mayor de lo que sería cualquier bandido. Todos tenemos que pagarle, y si no lo hacemos, sus hombres vendrán a reclamar el tributo. Volverán, Gustav. Esta vez no podré detenerles.- comenzó a vendarle la herida, que estaba bien cerrada con los cinco puntos de sutura.
- Ben Salar era un hombre de honor… o más o menos.
- Sí, claro. Hace veinte años. Recuerdo la historia que me contaste. Cómo te dejó marchar cuando te tenía en su poder, cómo te prometió que te ayudaría en el futuro. Palabras que se las lleva el viento. O… ¿o es que has venido a reclamar su promesa?
“No. He venido a buscarte a ti. A dejarlo todo, y vivir mis últimos años de la manera que nunca debí dejar de vivir.” los pensamientos se atragantaron en su boca y fue incapaz de formularlos en voz alta. Porque era lo que pensaba en ese justo momento, pero bajo esa súplica de libertad, se escondía, siempre incorruptible, la radiante esmeralda verde. Era lo que siempre había querido, por encima de todo, por encima de Nagla también.
- Escucha… tengo algo de dinero ahorrado. Vale, cada vez menos, mi vida en Londres no es sencilla, me he permitido el absurdo lujo de dilapidarlo casi todo tal y como me ha venido en gana. Pero aún así, puedo prestarte dinero para que pagues el tributo.
- No quiero tus limosnas, además, ¿de qué me serviría eso? Tarde o temprano tu ayuda se acabaría, y luego, estaría como al principio. No, quédate con tu dinero y malgástalo con la cantidad de furcias inglesas que consideres oportuno.
- Efectivamente, he venido aquí buscando a Ben Salar. Y efectivamente, me debe una. O eso me juró. Puedo hablarle de ti, puedo interceder por ti.
La sonrisa irónica de Nagla lo dijo todo, pero además se molestó en enfatizarla con palabras.
- Oh, vamos, ¿a quién quieres engañar? Seguro que mucho más a ti mismo que a mí. No es eso lo que quieres. Lo que le pedirás, lo que buscas de todas, todas, es lo que siempre buscaste. La Rosa Verde.
2 comentarios:
Más te vale culminar el relato, Gustav, o tendré que ir yo mismo, en persona, a buscar esa pretendida Rosa Verde entre los desvencijados muebles de tu casa.
Sólo paso a comunicaros que tenéis un premio en mi blog y podéis recogerlo si lo deseáis.
Un cálido susurro.
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