Antiguamente, los padres contaban una historia a sus hijos para obligarles a comerse la comida, una historia sobre un niño que durante toda su vida estuvo alimentándose con los mismos platos, sin ningún tipo de variación, las recetas que le preparaba su madrastra, insípidas y repetitivas, cada día de la semana tenía asignado un tipo de comida. Pero ese niño creció fuerte y se labró un futuro, ayudaba a su padre en el taller de carpintería, hasta que una repentina enfermedad lo dejo huérfano cuando Dronan era solo un muchacho. Y desde ese preciso momento su vida dio un giro inesperado.
Dronan, decidió vender el taller de carpintería y la casa de su padre, para comprarse una más pequeña, alejada de la aldea en la que vivía. Algo en su interior había despertado, un afán por convertirse en cocinero, el muchacho sabía que como carpintero no podría destacar, el no tenía la habilidad de su padre; en cambio, pensaba que la cocina era su verdadera vocación, que tenía que dar a conocer al mundo los sabores que a él tanto tiempo le habían sido privados. El joven, consiguió hacerse con un puesto como ayudante de cocina en la posada del pueblo. Le dejaban ayudar con los guisos, pelaba patatas, picaba legumbres, hacía algún sofrito, se encargaba de adornar los platos y de remover el gran caldero donde se cocían exquisitos ingredientes. Y durante años aprendió muchas cosas sobre el arte culinario.
Pero para Dronan, cocinar de esa forma no era suficiente, las recetas tradicionales podía hacerlas cualquier persona, él quería ser el mejor, el más grande entre los cocineros, que se le reconociera en todo el mundo, y para ello necesitaba innovar. Un buen día se le ocurrió celebrar un pequeño banquete, le pidió al cocinero de la posada que le dejase cocinar a él, que iba a realizar una antigua receta, dijo que el guiso que iba a hacer era lo mejor que le había aportado su madrastra en toda su vida. Así pues, llegó el momento de la prueba de fuego para Dronan, que apareció en la posada muy temprano, cargando al hombro un saco enorme repleto de los más exóticos, jugosos y apetecibles ingredientes. Estuvo encerrado en la cocina durante horas, hasta que llegó el momento de la comida y los platos fueron saliendo uno tras otro para saciar a los comensales. La gente se relamía por la exquisitez de aquello que les habían servido, algunos decían que era lo más delicioso que jamás persona alguna pudiera probar; otros le preguntaron qué tipo de carne había utilizado, que especias le había echado y como había conseguido realizar tan maravillosa salsa. Pero el joven cocinero no reveló ninguno de sus secretos, eran cosas que guardaba para él.
A la mañana siguiente, Dronan despertó porqué alguien llamaba impetuosamente a su puerta, se vistió rápidamente y al abrir se encontró con el chef de la posada, que tenía cara de pocos amigos. El festín de sabores que sirvió el muchacho en el banquete había ocasionado tal impacto al paladar de los comensales que la voz había corrido como la pólvora. Se rumoreaba que el dueño de la posada pensaba en contratar a Dronan como cocinero, motivo por el cual se había presentado la persona que actualmente ocupaba ese cargo en la casa del aspirante. Pero el joven no quería causar problemas, y pensó que tras el éxito obtenido quizá debería probar en algún pueblo más grande, o incluso en una ciudad. Así pues, en unos días dejó la pequeña aldea y se marcho en busca de gloria y fortuna, o quizá de reconocimiento, o puede que simplemente quisiera ofrecer las excelsas e innovadoras recetas a la mayor gente posible, para que todo el mundo pudiese disfrutar de aquellas maravillas que a él durante tanto tiempo le habían sido privadas.
Y la verdad es que Dronan no estaba mucho más de un mes allí a donde llegaba. Se asentaba durante un corto periodo de tiempo, proporcionaba el placer de una exquisita comida a la gente del lugar y después se marchaba, sin dejar rastro ni decir a donde iba. Los lugareños hablaban sobre él, algunos tuvieron el placer de probar sus recetas, otros simplemente se conformaron con los rumores que les llegaban; pero a nadie dejaba indiferente. La fama le precedía, cuando llegaba a un nuevo territorio los posaderos se peleaban por contratar sus servicios, pues aseguraba que los comedores estarían repletos a todas horas.
Pero lo realmente extraño es lo que voy a contar a continuación. Pues por donde pasaba Dronan sucedían cosas fuera de lo común, parecía que la comida que preparaba el muchacho volvía loca a la gente, les incitaba a cometer los más crueles delitos, asesinatos, desapariciones. Todo comenzaba a los pocos días de llegar el curioso cocinero, el maravilloso chef y sus guisos malditos; y cesaba cuando él se marchaba de nuevo a otro lugar, a otra ciudad, a otro pueblo. Al principio parecía afectar a todo el mundo, pero al final acabó por haber un patrón constante, al final los desaparecidos siempre eran niños y niñas, chiquillos de no más de 10 años que se esfumaban sin dejar rastro alguno. En cambio, jamás se encontró un cadáver de un infante asesinado. Y estos insólitos hechos también se extendieron, junto a la nombradía del cocinero; aunque, lo inquietante, es que desde aquel primer banquete nadie supo nunca nada más de su madrastra…
Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.
Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños.
Toma asiento y escucha con atención.
Siempre habrá un cuento que narrar.
2 comentarios:
Dios, ¿qué es eso de que "el autor ha eliminado esta entrada"? Bórralo, nauseabundo duende de pútrida tez, que queda feísimo.
Jodido psicópata.
Y no me refiero precisamente al bueno de Dronan, sino a ti, ¡maldito elfo pelón y desquiciado!
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