Cuenta la leyenda que en los días de plenilunio, aquellas y aquellos, soñadoras y lunáticos, que sienten una especial fascinación, una irremediable atracción por la luna llena, pierden el control y el sentido de la concentración. Se sienten mucho menos lúcidos y mucho más inquietos.
Pero hay una razón, una única razón que sólo conoce su corazón: desean que la luna llena sea deslumbrante y bella, que con ella no pueda rivalizar ninguna estrella, que luzca en todo su esplendor en el nocturno firmamento y que la noche se convierta en día por un momento. Así que, sin percatarse que lo hacen pero queriendo hacerlo, le regalan a la luna su esplendor, sumiéndose de esta manera en un vacilante estupor.
Por eso, y nada más que por eso, en los días de plenilunio soñadoras y lunáticos son un poco menos brillantes, tan sólo para que en la oscura noche la luna resplandezca con majestuosa grandeza.
Aunque eso implique que algunas y algunos... perdamos un poco la cabeza.