Ven aquí y muéstrame tu semblante, no ocultes tu rostro en la negrura de la noche, sé que has venido a llevarme, pero no te tengo miedo. ¡Muéstrate ser de tinieblas, sal a la luz ser del averno! Sé que estas aquí para buscarme, vienes a llevarme al infierno. Pero antes, tengo una pregunta y quiero que me respondas intentando ser sincero. ¿Tú no harías lo mismo? Se han llevado a mi esposa, su sangre han derramado sobre su vestido blanco y jamás podre borrar de mi mente aquella cara de horror, aquel gesto de espanto, aquella pálida tez vacía de vida, sus labios fríos, sus níveas mejillas y su mirada perdida.
Y henchido de cólera y venganza fui dispuesto a encontrarlos, dispuesto a darles muerte con mi escopeta de caza y siguiendo las huellas y pistas que encontré en mi casa al fin di con ellos. Les miré a la cara y por mi rostro rodaron las lágrimas, sus caras desencajadas y en sus manos la sangre de mi único amor. No me daban pena, no escuché sus suplicas, cada palabra que decían acrecentaba más mi odio; y disparé. Dos tiros certeros, a uno en la cabeza y al otro en el torso, destruyendo lo mismo que yo había perdido, por un lado el corazón que había estallado en mi pecho; y por otro, la razón.
Y después de aquel acto atroz, después de todo esto no me quedaba otra opción que volver a cargar mi escopeta. Las manos me temblaban y no podía parar de llorar, mi mundo se había vuelto caos y solo veía una forma de ponerle fin, una única forma de acabar. Y por eso estás tú aquí, para llevarme junto a ella, porque si me quedara aquí solo conseguiría enloquecer, no concibo el estar separado de la que es mi mujer. Y dime, ¿No habrías hecho tú lo mismo? Y al fin, la muerte se lo llevó, pero para tormento de su alma, a él le esperaba el infierno, con los asesinos de su mujer, mientras que ella descansaría eternamente en los jardines del Edén.
Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.
Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños.
Toma asiento y escucha con atención.
Siempre habrá un cuento que narrar.
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