Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

viernes, 3 de febrero de 2012

Todo son cenizas (parte 2)

Pasó por el restaurante chino de la esquina, y encargó su cena. Se sentó, solo, en el centro del establecimiento, y comenzó a degustar el potingue que le habían servido.

Nadie cenaría con él. Ni esa noche ni ninguna otra. Nadie compartiría sus inquietudes, las palabras y los silencios.

Le gustaba ese sitio, no por la calidad de la comida, bastante cuestionable, sino por su quietud, y sobre todo, porque sólo iban chinos.


Eso le gustaba, no tener que entender las gilipolleces que el resto de los comensales escupía a su alrededor. Solo, en su burbuja. Si el mundo le había vomitado, no tenía porque pararse a escucharlo, no sería él quién limpiaría el estropicio.


Apuró la última empanadilla china, el club tardaría un rato en abrir. Si no hubiera pasado por la casa, no tendría que estar matando el tiempo. Pero no había podido evitarlo, quizá estaba ante el último vestigio de su humanidad, de un impulso todavía humano, que se le escapaba entre los dedos. Empezaba a pensar de manera absolútamente mecánica, a optimizar sus movimientos de tal manera que lo que hubiera a su alrededor no importaba. Sólo le importaba la casa, la foto, esas cenizas del pasado que se adherían a su gabardina como polvo de decepción. Lo único no mecánico, lo único que en el fondo, temía perder.


Pagó su cena, la segunda gran ventaja de ese sitio es que era tremendamente barato, y se dirigió al club, sin ninguna prisa. Porque era la segunda vez en la joven noche que iba a degustar el aroma del pasado, y francamente, no tenía ninguna gana. El hombre que una vez fue, no tenía ningún interés en cruzarse con el más o menos hombre que era en ese momento.


Y llegó. Llevaba años sin pasarse por el club. El neón centelleaba cansado, semidormido, en el viejo cartel luminoso, que al igual que él, había vivido tiempos mejores. Las letras y el dibujo, antaño depositarias de un sueño escondido y de una promesa casi palpable, eran débiles y difusas.


Aún así, se sorprendió estremeciéndose en parte. Este fue el lugar donde la esperanza, quiso ser libre y embaucarle con su retintín. El club “La Rosa Verde” fue una puerta hacia un futuro que un día creyó posible, una válvula de escape de una realidad que creyó gris, inconsciente de la negrura de lo que la vida realmente le deparaba.


El cartel, ahora casi desvencijado, brillaba entonces con luz propia y con un verdor cegador. Él se sintió único y capaz de todo bajo esas letras. Hubo un momento, en el que él se sintió dueño de la rosa verde, la sintió entre sus manos, apretando sus espinas, y sangrando libertad.


Y lo peor, en ese momento, viendo las fachada, el cartel, el dibujo y las letras difuminadas, tras tanto, tanto tiempo, es que en parte recordó todo aquello como si todavía lo sintiese, triste y descorazonador cuando sabía perfectamente, no sólo que no lo sentía en absoluto, sino que era imposible sentirlo ya que ni él era el mismo hombre, ni el lugar era más que los escombros de aquel que casi le hizo feliz.


Hizo tiempo mientras que contemplaba el espectáculo del pasado encendiendo un cigarro. Comenzó a llover en estampida de lágrimas de lluvia, torrente feroz e implacable. Se refugió en su gabardina e intentó sin éxito que su cigarro no se mojara. Afortunadamente, la persiana interior se levantó.


- ¡Entra, hombre que vas a coger una pulmonía!- la voz de Martín le gritó desde el interior.

Ricardo se apresuró y entró en el local. Básicamente, era el mismo sitio que había sido hacía quince años, sólo que destartalado, como absorvido por la desidia y machacado con el martillo del tiempo. El tiempo, casi siempre, hacía esas cosas. Y la certeza de su irreversibilidad era el golpe más grande de todos.

5 comentarios:

Axel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Axel dijo...

Es la segunda parte de un relato, más o menos de novela negra, que llevo escribiendo desde hace un tiempo.

Aquí la primera parte:

http://lasendadelbardo.blogspot.com/2011/12/todo-son-cenizas-prologo.html

¡Un saludo y gracias de verdad a quien lo lea!

Anónimo dijo...

Me gusta muchísimo cómo escribes. Gracias por compartirlo....

Ikana dijo...

Mosquis, me pone los pelos de punta D: El tipo de la gabardina -Ricardo- me recuerda mucho a un pj de un juego de pc al que jugué hace mucho tiempo. Uno que esperaba delante de un cine medio muerto llamado Mercury :3

Axel dijo...

Ikana, no sé qué juego es, pero has despertado mucho mi curiosidad.

De verdad, que muchas gracias a los que lo leáis (incluído el comentario anónimo, of course!). Esta noche publico la tercera parte.