El nevado sendero remontaba una pronunciada pendiente que se hendía en la maciza roca, ondulándose hacia elevadas cumbres que rasgaban los cielos de la mañana. La neblina se había ido disipando a medida que las centellas solares se hacían más lumínicas, aunque la temperatura seguía siendo preocupantemente gélida. Pero eso no alteraba la atención de la Soñadora y su Guardián, como tampoco lo hacía el sobrecogedor panorama que se erigía sobre ellos materializado en la imponente cordillera. Ausentes palabras durante horas, desde que habían abandonado la guarida en la que compartieron el calor de la pasividad de sus cuerpos, aunque sus pensamientos hablaban con nitidez por ellos cada vez que se dedicaban fugaces miradas de complicidad. Ninguno de los dos parecía dispuesto a quebrar ese imperante silencio que los acompañaba en su montañosa travesía, puede que por incertidumbre o inseguridad, ya que una pensaba que no sería capaz de articular los términos que latían en su interior, y el otro desconfiaba de que ella pudiera desear algo distinto a lo que había venido a buscar a este utópico universo de esperanzas pasajeras.
Las horas prosiguieron su inexorable curso y ese mutismo exacerbado estaba empezando a desesperar al guerrero elfo, que siempre había sido locuaz y bullicioso, por lo que buscó alguna motivación para iniciar una conversación que no pareciera forzada para evitar que su protegida pensara que carecía de razones para hablar con ella y sólo lo hacía por mero hastío. En esencia, ambos sabían que había multitud de emociones que estaban aflorando y debían tratar, pero fue otro detalle el que propició que sus voces saludaran a las borrascosas cumbres:
- Tengo la sensación de que conoces el camino. –la voz del Guardián sonaba áspera, por la cantidad de tiempo que llevaba sin hablar.
- Yo también tengo esa impresión, aunque es la primera vez que visito estas tierras. –respondió ella sin girarse otra vez, distante e introspectiva– Es como si…
- Háblame con sinceridad, no has de temer nada de mí. –inquirió él, colmado por una curiosidad que jamás había experimentado.
- Podría considerarse una locura, porque sé que no he estado nunca aquí, pero es como si… –la voz de la Soñadora parecía perderse en un tenue tono que se fundía con la brisa– …hubiese imaginado este lugar antes de visitarlo.
- No es ninguna locura, Soñadora. Le otorgas sentido a tu identidad, pues tú eres la que busca soñar, pero del mismo modo la que siempre sueña. No es descabellado que hayas imaginado este sitio antes.
- No lo entiendes, Guardián. Siento como si hubiese creado todo esto, como si fuese mío de alguna manera. –la dama detuvo sus pasos, volviéndose hacia el elfo con gradual angustia en su mirada– No es sólo un sueño.
- Nunca es sólo un sueño. Y eso lo he aprendido de ti, de esa profunda imaginación que posees y que te permite realizar asombrosas maravillas y prodigiosas magias.
- Pero no es suficiente, nunca es suficiente –sus pasos se dirigieron al Guardián, hasta llegar a su altura para tomar sus manos con delicadeza– Por eso busco al unicornio, para que me pueda hacer olvidar viviendo en mis propios sueños, como si nada más que ellos existieran.
- Por eso te acompaño, ansío esos sueños. –apretó las manos de la elfa para escoltar sus palabras con la determinación de su espíritu.
- Sigues sin entender. Cuando encontremos al unicornio, no podrás venir conmigo, porque cada uno de nosotros tenemos nuestros propios sueños y él se encargará de llevarnos hasta ellos… Estamos destinados a la separación.
El resplandeciente ámbar de los ojos del Guardián se fue extinguiendo como si se le escapara el alma por la mirada, a medida que una punzada de vacuidad recorría todo su cuerpo, desde el punto más hondo de sus sentimientos hasta la punta de sus dedos, en un reguero de desaliento que lo abatió en una inefable melancolía. Sin embargo, él sabía que ella tenía razón y cuando recobró el brío, respiró profundamente, hablando con la franqueza que lo caracterizaba.
- Soy tu Guardián y lo que deseo es que tus sueños se hagan realidad. Ese es mi verdadero destino, lo que ocurra más tarde no importa mientras haya sido leal a mi cometido.
Tanta enmascarada evidencia provocó reacciones similares en la Soñadora, que pareció perder la compostura hasta caer al borde del desvanecimiento cuando asomaron las palabras destino y separación en su boca, pues era lo que le dictaba su mente, contradiciendo absolutamente a las lecciones que, desesperadamente, trataba de inculcarle su corazón. Pero era lo más conveniente dada la situación, ya que había que esclarecer cualquier tipo de duda antes de continuar con la búsqueda. A pesar de ello, sabía que, en el fondo, en las recónditas simas de su imaginación, donde residían sus auténticos anhelos, había un sentimiento que crecía y se expandía, inundando sus antiguas pretensiones para reemplazarlas por un sueño que era el que siempre había perseguido.
Sin embargo, las manos se desunieron, con severas dificultades y un desierto de desilusiones se precipitó en mitad de la montaña, en el que las arenas del tiempo los aislaba en separadas y remotas dunas. Y cuando la Soñadora parecía que dudaba, fue el Guardián quién continuó con el rumbo perseguido, sin conocer la dirección pero haciendo camino al andar. Ella le siguió en una apatía que no sentía desde hacía mucho tiempo, y que no esperaba hallar también en este universo de infinito ensueño. En realidad, sólo le veía a él, caminando imperturbable y decidido, hacia un lugar al que sabía que no quería llegar por lo que implicaba, pero seguía avanzando precisamente por ella. Ella era su motivo y no el unicornio, lo cual provocó que comenzara a replantearse muchas cosas. No obstante, la montaña no es un lugar en el que puedas detenerte a pensar nada…
Fue un error olvidar que se encontraban en un multiverso fantástico, con todo lo que ello implica, pues en la imaginación de su creador no sólo reside la ilusión y la magia, también hay lugar para la aventura, la intriga, el desconcierto, el peligro e incluso terror más elemental. La vida y la muerte, siempre presentes en nuestro psique, en una trascendental antítesis que gobierna nuestras existencias y que se personificó cuando menos lo esperaban. Al principio, todo fue repentino, violento, brutal, sobre todo para la Soñadora, que cuando quiso percatarse, ya estaba atravesada por un enorme y ponzoñoso aguijón, que se introducía con virulencia directamente en su estómago, procedente de una retráctil cola que rezumaba malicia. El potente veneno no tardó en surtir efecto, incluso antes de que el Guardián pudiera ponerse en guardia, dejando totalmente fuera de combate a la elfa, que cayó indolente al suelo.
Un atronador alarido de furia rompió la quietud del ambiente cuando el guerrero vio caer malherida a la génesis de sus profundos sentimientos, desenvainando su espada instintivamente mientras se parapetaba en la rodela de madera y metal que portaba atada a la espalda. La réplica a esto se la dio una criatura que se había deslizado cautelosa, aprovechando la barahúnda mental que sufrían sus víctimas. De anatomía leonada, su rostro parecía pertenecer a un ser humano, pero estaba dotada de pavorosas fauces y terrible cornamenta. Sobresalían de su lomo cuadrúpedo dos gigantescas alas membranosas, como si se tratara de una burla de murciélago, mientras que, para culminar con los retazos de horror, su mucilaginosa cola estaba rematada en amenazantes púas que culminaban en lo que asemejaba el aguijón de un escorpión. Debía haberlo previsto, no dejaba de repetirse el Guardián cuando se halló frente a la mantícora.
No era momento para lamentaciones, no estaba su vida en juego, sino la de la Soñadora. Quizá fue eso lo que orientó sus precisos y certeros movimientos entorno a la bestia, a la cual fintó iracundo pero con habilidad, lanzándole poderosas estocadas en sus puntos vitales, al tiempo que bloqueaba los ataques de la quimera con su escudo, impidiendo que sus espinas se clavaran en su carne y sus garras y colmillos desgarraran su piel. Con cada cuchillada de su espada, se alzaban los gritos de ira y maldición del Guardián, que confluían con los agonizantes chillidos de la mantícora, que fue despedazada lentamente hasta que su horripilante cabeza rodó colina abajo.
El combate no había durado mucho, había sido demasiado torrencial lo sucedido, pero en todos los sentidos. El elfo no se detuvo ni un nimio instante una vez hubo abatido al enemigo, a pesar de sentirse aturdido por los acontecimientos, como si se encontrara en una tétrica pesadilla, y tomó a la Soñadora entre sus brazos, posando con supina suavidad una de sus manos bajo sus cabellos para levantarla lentamente. La piel de ésta estaba mortecina, como si le hubiesen arrancando la vida desde el estómago, con esa letal inyección de veneno directa a su cuerpo. Los ojos del Guardián adoptaron una delirante desesperación cuando la dama no reaccionaba, por lo que empezó a agitarla con cierta vehemencia totalmente perdido en la agonía. Y cuando parecía que ella se había marchado, para jamás volver, terminó por abrir los ojos, flemáticamente, como si tuviera el peso del mundo en sus párpados.
- No me esperes, voy a morir. Busca al unicornio por mí… y persigue tus sueños –su melodiosa y dulce voz apenas era audible ya por el dolor que la torturaba desde el estómago.
Fue ese el momento en el que el Guardián, su Guardián, la abrazó como había deseado hacerlo la noche anterior y la levantó todavía entre sus brazos, para buscar un lugar seguro y resguardado para tratar la supurante herida que tenía en su precioso cuerpo. Ella respiraba entrecortadamente y seguía observando suplicante al elfo, dándole continuidad a las palabras que había pronunciado antes lapidariamente.
- No hay nada que hacer… déjame aquí y sigue tú el camino. Prométeme que seguirás buscando tus sueños sin mí.
Pero el Guardián llevaba demasiado tiempo dejando que su mente hablara y este, precisamente este instante, era el que reservaba para que hablara su corazón.
- Jamás te dejaré, aunque los sueños terminen por separarnos.
Estas fueron las últimas palabras que la Soñadora pudo escuchar conscientemente, antes de desfallecer constreñida por los dolores y el veneno, que surcaban su cuerpo en un mortal torbellino que la alejaba de sus sueños para abismarla al eterno sopor. Hasta que su valedor encontró una pequeña gruta entre dos desfiladeros, en la que dispuso un lecho improvisado con maleza y ramas para colocar sobre él a la elfa.
Y lo único que pudo hacer fue tomarla de la mano, esperar a su lado y susurrarle al oído mientras se debatía entre la vida y la muerte.
Las horas prosiguieron su inexorable curso y ese mutismo exacerbado estaba empezando a desesperar al guerrero elfo, que siempre había sido locuaz y bullicioso, por lo que buscó alguna motivación para iniciar una conversación que no pareciera forzada para evitar que su protegida pensara que carecía de razones para hablar con ella y sólo lo hacía por mero hastío. En esencia, ambos sabían que había multitud de emociones que estaban aflorando y debían tratar, pero fue otro detalle el que propició que sus voces saludaran a las borrascosas cumbres:
- Tengo la sensación de que conoces el camino. –la voz del Guardián sonaba áspera, por la cantidad de tiempo que llevaba sin hablar.
- Yo también tengo esa impresión, aunque es la primera vez que visito estas tierras. –respondió ella sin girarse otra vez, distante e introspectiva– Es como si…
- Háblame con sinceridad, no has de temer nada de mí. –inquirió él, colmado por una curiosidad que jamás había experimentado.
- Podría considerarse una locura, porque sé que no he estado nunca aquí, pero es como si… –la voz de la Soñadora parecía perderse en un tenue tono que se fundía con la brisa– …hubiese imaginado este lugar antes de visitarlo.
- No es ninguna locura, Soñadora. Le otorgas sentido a tu identidad, pues tú eres la que busca soñar, pero del mismo modo la que siempre sueña. No es descabellado que hayas imaginado este sitio antes.
- No lo entiendes, Guardián. Siento como si hubiese creado todo esto, como si fuese mío de alguna manera. –la dama detuvo sus pasos, volviéndose hacia el elfo con gradual angustia en su mirada– No es sólo un sueño.
- Nunca es sólo un sueño. Y eso lo he aprendido de ti, de esa profunda imaginación que posees y que te permite realizar asombrosas maravillas y prodigiosas magias.
- Pero no es suficiente, nunca es suficiente –sus pasos se dirigieron al Guardián, hasta llegar a su altura para tomar sus manos con delicadeza– Por eso busco al unicornio, para que me pueda hacer olvidar viviendo en mis propios sueños, como si nada más que ellos existieran.
- Por eso te acompaño, ansío esos sueños. –apretó las manos de la elfa para escoltar sus palabras con la determinación de su espíritu.
- Sigues sin entender. Cuando encontremos al unicornio, no podrás venir conmigo, porque cada uno de nosotros tenemos nuestros propios sueños y él se encargará de llevarnos hasta ellos… Estamos destinados a la separación.
El resplandeciente ámbar de los ojos del Guardián se fue extinguiendo como si se le escapara el alma por la mirada, a medida que una punzada de vacuidad recorría todo su cuerpo, desde el punto más hondo de sus sentimientos hasta la punta de sus dedos, en un reguero de desaliento que lo abatió en una inefable melancolía. Sin embargo, él sabía que ella tenía razón y cuando recobró el brío, respiró profundamente, hablando con la franqueza que lo caracterizaba.
- Soy tu Guardián y lo que deseo es que tus sueños se hagan realidad. Ese es mi verdadero destino, lo que ocurra más tarde no importa mientras haya sido leal a mi cometido.
Tanta enmascarada evidencia provocó reacciones similares en la Soñadora, que pareció perder la compostura hasta caer al borde del desvanecimiento cuando asomaron las palabras destino y separación en su boca, pues era lo que le dictaba su mente, contradiciendo absolutamente a las lecciones que, desesperadamente, trataba de inculcarle su corazón. Pero era lo más conveniente dada la situación, ya que había que esclarecer cualquier tipo de duda antes de continuar con la búsqueda. A pesar de ello, sabía que, en el fondo, en las recónditas simas de su imaginación, donde residían sus auténticos anhelos, había un sentimiento que crecía y se expandía, inundando sus antiguas pretensiones para reemplazarlas por un sueño que era el que siempre había perseguido.
Sin embargo, las manos se desunieron, con severas dificultades y un desierto de desilusiones se precipitó en mitad de la montaña, en el que las arenas del tiempo los aislaba en separadas y remotas dunas. Y cuando la Soñadora parecía que dudaba, fue el Guardián quién continuó con el rumbo perseguido, sin conocer la dirección pero haciendo camino al andar. Ella le siguió en una apatía que no sentía desde hacía mucho tiempo, y que no esperaba hallar también en este universo de infinito ensueño. En realidad, sólo le veía a él, caminando imperturbable y decidido, hacia un lugar al que sabía que no quería llegar por lo que implicaba, pero seguía avanzando precisamente por ella. Ella era su motivo y no el unicornio, lo cual provocó que comenzara a replantearse muchas cosas. No obstante, la montaña no es un lugar en el que puedas detenerte a pensar nada…
Fue un error olvidar que se encontraban en un multiverso fantástico, con todo lo que ello implica, pues en la imaginación de su creador no sólo reside la ilusión y la magia, también hay lugar para la aventura, la intriga, el desconcierto, el peligro e incluso terror más elemental. La vida y la muerte, siempre presentes en nuestro psique, en una trascendental antítesis que gobierna nuestras existencias y que se personificó cuando menos lo esperaban. Al principio, todo fue repentino, violento, brutal, sobre todo para la Soñadora, que cuando quiso percatarse, ya estaba atravesada por un enorme y ponzoñoso aguijón, que se introducía con virulencia directamente en su estómago, procedente de una retráctil cola que rezumaba malicia. El potente veneno no tardó en surtir efecto, incluso antes de que el Guardián pudiera ponerse en guardia, dejando totalmente fuera de combate a la elfa, que cayó indolente al suelo.
Un atronador alarido de furia rompió la quietud del ambiente cuando el guerrero vio caer malherida a la génesis de sus profundos sentimientos, desenvainando su espada instintivamente mientras se parapetaba en la rodela de madera y metal que portaba atada a la espalda. La réplica a esto se la dio una criatura que se había deslizado cautelosa, aprovechando la barahúnda mental que sufrían sus víctimas. De anatomía leonada, su rostro parecía pertenecer a un ser humano, pero estaba dotada de pavorosas fauces y terrible cornamenta. Sobresalían de su lomo cuadrúpedo dos gigantescas alas membranosas, como si se tratara de una burla de murciélago, mientras que, para culminar con los retazos de horror, su mucilaginosa cola estaba rematada en amenazantes púas que culminaban en lo que asemejaba el aguijón de un escorpión. Debía haberlo previsto, no dejaba de repetirse el Guardián cuando se halló frente a la mantícora.
No era momento para lamentaciones, no estaba su vida en juego, sino la de la Soñadora. Quizá fue eso lo que orientó sus precisos y certeros movimientos entorno a la bestia, a la cual fintó iracundo pero con habilidad, lanzándole poderosas estocadas en sus puntos vitales, al tiempo que bloqueaba los ataques de la quimera con su escudo, impidiendo que sus espinas se clavaran en su carne y sus garras y colmillos desgarraran su piel. Con cada cuchillada de su espada, se alzaban los gritos de ira y maldición del Guardián, que confluían con los agonizantes chillidos de la mantícora, que fue despedazada lentamente hasta que su horripilante cabeza rodó colina abajo.
El combate no había durado mucho, había sido demasiado torrencial lo sucedido, pero en todos los sentidos. El elfo no se detuvo ni un nimio instante una vez hubo abatido al enemigo, a pesar de sentirse aturdido por los acontecimientos, como si se encontrara en una tétrica pesadilla, y tomó a la Soñadora entre sus brazos, posando con supina suavidad una de sus manos bajo sus cabellos para levantarla lentamente. La piel de ésta estaba mortecina, como si le hubiesen arrancando la vida desde el estómago, con esa letal inyección de veneno directa a su cuerpo. Los ojos del Guardián adoptaron una delirante desesperación cuando la dama no reaccionaba, por lo que empezó a agitarla con cierta vehemencia totalmente perdido en la agonía. Y cuando parecía que ella se había marchado, para jamás volver, terminó por abrir los ojos, flemáticamente, como si tuviera el peso del mundo en sus párpados.
- No me esperes, voy a morir. Busca al unicornio por mí… y persigue tus sueños –su melodiosa y dulce voz apenas era audible ya por el dolor que la torturaba desde el estómago.
Fue ese el momento en el que el Guardián, su Guardián, la abrazó como había deseado hacerlo la noche anterior y la levantó todavía entre sus brazos, para buscar un lugar seguro y resguardado para tratar la supurante herida que tenía en su precioso cuerpo. Ella respiraba entrecortadamente y seguía observando suplicante al elfo, dándole continuidad a las palabras que había pronunciado antes lapidariamente.
- No hay nada que hacer… déjame aquí y sigue tú el camino. Prométeme que seguirás buscando tus sueños sin mí.
Pero el Guardián llevaba demasiado tiempo dejando que su mente hablara y este, precisamente este instante, era el que reservaba para que hablara su corazón.
- Jamás te dejaré, aunque los sueños terminen por separarnos.
Estas fueron las últimas palabras que la Soñadora pudo escuchar conscientemente, antes de desfallecer constreñida por los dolores y el veneno, que surcaban su cuerpo en un mortal torbellino que la alejaba de sus sueños para abismarla al eterno sopor. Hasta que su valedor encontró una pequeña gruta entre dos desfiladeros, en la que dispuso un lecho improvisado con maleza y ramas para colocar sobre él a la elfa.
Y lo único que pudo hacer fue tomarla de la mano, esperar a su lado y susurrarle al oído mientras se debatía entre la vida y la muerte.