Cuenta la leyenda o la leyenda siempre quiso contar que una humilde y tímida doncella, la más hermosa del lugar, todavía no había conocido lo que era amar. De suave piel morena y brillantes cabellos oscuros, en su mirada existía un profundo resplandor, adornada con unas eternas pupilas cobrizas que sólo transmitían amor. Su pizpireta nariz y su expresiva boca se enorgullecían cuando una sonrisa feliz se dibujaba en cada momento del día. Una sonrisa que refulgía, como una luna en un verdadero campo de estrellas que era su propio cuerpo, de maravillosas medidas, todas equilibradas entre sí, para que inspiraran desde el más puro cariño hasta ardorosos e irrefrenables deseos.
Vivía en una apacible casa, en una apacible colina, de una apacible espesura y junto a un apacible bosque. Un pequeño y serpenteante arroyo transcurría también apaciblemente en este pastoril paisaje, donde no había vileza, infamia o pillaje. La casa era una pequeña pero acogedora morada, en la que habitaba con su madre y sus dos hermanos pequeños, con los que tenía una fantástica relación, ya fuera complicidad, entretenimiento o participación. Pues tenían que dedicarse a las distintas tareas del hogar, siendo concretamente ella la encargada de la limpieza de la lar, también del cuidado de los animales y la recolección de frutas asilvestradas, con las que cocinaba deliciosos pasteles de delicias variadas, en las ocasiones más especiales. Y, casi siempre, la situación solía ser especial, pues había una enorme felicidad.
Pero hacía un tiempo que esta bella muchacha añoraba un sentimiento, del que nunca se había sentido preparada, ni había dado su consentimiento. Esto la hacía sentir profundamente desventurada. Había leído mucho y soñado, todavía más, pero por mucho que en su imaginación lo vislumbrara, ni siquiera en las estrellas hallaba a quién quería querer, con la preciosidad y la pureza que albergaba su ser. Los años fueron pasando, dejando atrás la niñez, para convertirse en una linda joven y, finalmente, en una atractiva mujer.
Fue una tarde otoñal, en la que había dejado que su mirada se perdiera en el ocaso del horizonte final, cuando se dirigió a su madre en busca de sus palabras, pues en su interior sentía un desasosiego que la desconcertaba:
Madre, tú siempre has estado a mi lado. Has sido una buena madre, la mejor que podría haber deseado. Pero siento que estoy vacía, ¿quién diría que esto me sucedería?
La madre escuchó atentamente el desdichado lamento de su hija, pero adquirió un semblante reflexivo, para responder con un tono tremendanete comprensivo:
Hija mía, tú eres mi orgullo día a día. Has sido una buena hija también, pero ahora te has convertido en una mujer. Lo que necesitas es alguien que te ame como tú mereces ser amada.
La doncella, que realmente era una mujer, de eterna ternura y escondido placer, comprendió las palabras de su madre y supo lo que tenía que hacer. Pues, hasta ese momento, nunca había salido de su casa ni se había alejado mucho de su colina, pero ahora era el momento de actuar con decisión: viajaría a la ciudad y encontraría a su amor. Sin buscarlo ni ser buscada, simplemente quería ser espontáneamente amada.
Así pues, comenzó a visitar la villa más cercana, sustituyendo a su madre en la tarea de viajar a la ciudad, a hacer las compras necesarias para vivir con relativa comodidad. Y no tuvo que aguardar mucho para que el primer hombre se le acercara, a pesar de que, en ese momento, sentía que no estaba del todo preparada. Fue un caballero, de lustrosa melena y fornido porte, el que se aproximó a ella, hipnotizado por su irresistible belleza. Ni tan siquiera su pesada coraza pudo eludir el encanto de su prodigiosa hermosura y trató de hablarle en la mejor tesitura:
Mi señora, os he divisado entre el gentío y jamás había visto a una mujer tan hermosa, ni en el celestial estío. Mis ojos no podrían mirar a otro lugar y mi corazón ha sentido una irrefrenable necesidad de amar. ¿Queréis acompañarme a cabalgar?
Un ardiente rubor se encendió en las mejillas de la doncella, al escuchar las francas palabras pronunciadas por este gallardo señor y aceptó, sin levantar mucho la cabeza, pero sintiendo su habitual apocada delicadeza. De este modo, el caballero la tomó por el brazo y la condujo hasta su corcel, al que le auxilió para que subiera, abrazándola con los brazos con energía y provocando que sintiera su enorme fuerza mientras subía. Y marcharon al galope a distintos lugares fascinantes, y todos le parecieron emocionantes, por las enardecidas palabras del joven que la agasajaba, haciéndole sentir protegida y cuidada. Se percibía que tenía una enorme fuerza y una inextinguible vitalidad. Su rostro era curtido y noble, pero hermoso y atractivo. Finalmente, la acompañó hasta su casa, galante en todo momento, pero ella se despidió de éste, como si no fuera a haber otro encuentro.
Podría haberlo amado, pero no era lo que ella había soñado...
No mucho tiempo después, de vuelta en la ciudad, mientras realizaba unas compras, sintió como alguien se inclinaba a sus pies. Se sintió muy sorprendida, pues no esperaba una inclinación de esa medida, y cuando bajó su mirada, se encontró con la de un hombre, de sublime finura y elegante presencia, que parecía examinarla como si hubiese encontrado de la belleza la quintaesencia. Tenía los cabellos cuidados y bien peinados, adornados con un distinguido sombrero de ala ancha que se había quitado para realizar la reverencia. Tenía un rostro apolíneo, de mentón firme, nariz perfilada y apuesta mirada. Y su voz cristalina y educada la acarició hasta dejarla prendada:
Me habéis hipnotizado. Sois lo más hermoso que en mil vidas podría haber contemplado. No os conozco, pero no importa, pues en vuestra mirada encuentro razón y ésta es que sólo tengo un corazón y ahora lo he perdido para entregároslo a vos. Necesito conoceros más. ¿Queréis acompañarme a pasear?
Entonces volvió a sentir ese sonrojo que, poco tiempo atrás, la había invadido al escuchar al caballero, pero esta vez las palabras carecían de tanta naturalidad, pero sobresalían igualmente en sinceridad. No rechazó la invitación de este insigne y gentil patricio y tomó su mano, que ofrecía, para que la llevara a los lugares que el dispondría. Cuando sus manos se entrelazaron, percibió que la trataba con una sobresaliente ternura, acariciándola intermitente con su otra mano mientras sus ojos no dejaban de escudriñarla maravillado. Y caminaron por la ciudad, deteniéndose en cada lugar, en los que la ilustraba con información que ella desconocía, cargada de datos interesantes y apasionantes, demostrando que su conocimiento era extraordinario y no había nada que le pudiera sorprender. Su conversación era interesante, era difícil resistirse a escucharle. Parecía muy adinerado, además de elegante y agraciado. Un buen partido, pensó ella, si lo hubiera visto su adorada madre. Finalmente, la acompañó hasta su casa, galante en todo momento, pero ella se despidió de éste, como si no fuera a haber otro encuentro.
Podría haberlo querido, pero no era lo que ella había sentido...
En otra ocasión, cuando estaba regresando a su hogar, en mitad del camino principal, escuchó una melodía que parecía saludar al mediodía y que de uno de los recodos de la vía provenía. La virtuosa mujer, todavía con timidez, se acercó con cuidado hacia lo que creía escuchar y, junto al riachuelo, que también corría cerca de su lar, encontró a un gracil joven que interpretaba con habilidad magistral una flauta dulce. En cuanto la vio, este juglar dejó de tocar, pues no pudo hacer más que observarla extasiado por la encantadora visión que sólo podría haber gestado en su imaginación. Caminó hacia ella con mucha determinación, como si algo tirara de él con devoción y aunque ella, asustada al principio, retrocedió, decididó detenerse para escuchar su canción:
Interminables caminos he recorrido, sin conocer entonces cual era mi destino. Interminables mujeres me he encontrado, sin todavía antes haberme enamorado. Mi destino y mi amor, en ti, siento que he hallado. Mi música y mi poesía, son mis únicos aliados, que ahora te entrego a ti si me permites para siempre estar a tu lado. Siento que te lo necesito mostrar. ¿Quieres escucharme cantar?
La más brillante y perlada de las sonrisas alumbró el rostro de la muchacha, que se vio invadida por una sensación de desbordante anhelo cuando lo hubo escuchado, pues nunca antes nadie le había cantado y muchos menos, palabras cargadas de tanta espontaneidad, a pesar de la teatralidad. Fue entonces que decidió asentir a la petición de este bardo, y decidió quedarse un día a su lado, para compartir todas sus artes y sentir todas las palabras que le tuviera que decir. La invitó a que se tumbara en el prado, cerca de él, rodeándola afablemente con su brazo por la cintura, mientras ella apoyaba su cabeza en su firme hombro y le escuchaba interpretar, cantar y recitar. Le dedicó todos los poemas que conocía, inventó para ella aquellas canciones que nadie sabía y, soltándola por unos instantes, improvisó canciones con su flauta que eran melódica armonía. Poseía una mirada azulada que encandilaba y una brillante sonrisa que embelesaba. No hubiera sido una decisión equivocada recorrer los caminos con él, disfrutando de su lírica con placer. Finalmente, la acompañó hasta su casa, galante en todo momento, pero ella se despidió de éste, como si no fuera a haber otro encuentro.
Podría haberlo estimado, pero no era lo que ella había deseado...
El tiempo continuó inexorable pasando, y la esperanza de esta soñadora doncella también implacable estaba menguando, llegando a pensar que en su corazón no existía la capacidad de amar como sentía que su corazón hacerlo debía. Prosiguió visitando la ciudad y encontró otros pretendientes, pero tan desalentada se encontraba que a ninguno le concecía ni una mirada. No se sumió en la desesperación, porque en casa todavía tenía su cómplice madre y a sus queridos hermanos, con los que encontraba evasión. No obstante, perdió toda ilusión y se dispuso, simplemente, a vivir la vida como llegara, sin ninguna pretensión.
Pero fue en este momento, cuando no lo hubo buscado ni deseado, cuando pensaba que no lo encontraría ni lo necesitaría, que llegó, sin avisar, sin reverenciar, sin cantar, tan sólo pasó, en una cálida tarde, en la que acababa de disfrutar de diversos juegos con sus hermanos y se disponía a reposar cerca de la ribera del río. Se sentó en el linde, con la mirada perdida en las cristalinas aguas, cuando sintió la presencia de otra persona suspirar, pero al otro lado del caudal. Era un joven, de mirada taciturna y aspecto desanimado, de desgreñada cabellera y sencillo porte. No había nada de especial que otra persona pudiera vislumbrar, pero ella sintió una extraña sensación que jamás había llegado a experimentar y se empezó a preguntar: ¿era posible que lo pudiera amar? Sólo podía pensar en que tenían que hablar. Necesitaba conocer a este chico y considerar si le podría querer alguna vez. Sentía un impulso irracional de lanzarse al río, y cruzarlo a nado hasta hallarse junto a él. Pero fue en ese momento cuando el muchacho se alzó y empezó a caminar, siguiendo el curso del río, hacia un indeterminado lugar. Ella le llamó, incluso con potencia gritó, algo que nunca antes había hecho con tanta profusión.
Él persistió en su vagar, siempre siguiendo el borde del río y ella decidió, simplemente, hacer lo mismo, pero en el otro lado del devenir manantial. En algunas ocasiones, en las que parecía que giraba su melancólica mirada, la muchachaba aprovechaba y le llamaba, le inquiría con emoción desesperada. Pero él parecía absorto en su tragedia, como si sólo tuviera en mente seguir avanzando. Se desconoce el tiempo que estuvieron ambos andando a lo largo de este hermoso y diáfano sendero, en el que siempre estuvieron separados, a pesar de que ella sabía que algo les unía en esa distancia que en el desconcierto la sumía. Sin embargo, el horizonte comenzó a clarear, y una inmensidad se abrió ante ellos: se trataba del mar.
Ese era el destino de hombre y, ahora, también lo era el de esta mujer.
Cuando llegaron hasta la desembocadura del río, en la orilla del mar, se quedaron un interminable instante observando el infinito azul celestial, en el que las olas dibujaban níveas estelas cuando ascendían remansadas por las sutiles marejadas. Y algo fue lo que sintieron, que enlazados, quizá por el destino o la eventualidad, los dos se giraron al unísono y por fin se contemplaron. Ella se ruborizó como nunca antes lo había hecho cuando él la miró. Él desvaneció la tristeza de su mirada y la tornó en profunda emoción. Separados por las aguas estuvieron hablando durante horas, días y semanas. No necesitaron más que su mutua compañía y sus palabras compartidas. Ella sentía que había encontrado la fuerza que la protegiera y la cuidara, la comprensión que la entendiera y la consolora y la espontaneidad que la emocionara y la deseara.
Era lo que ella siempre había amado, sentido y deseado.
Y llegó el día en el que las mareas bajaron, a la luz de una plateada luna y ambos pudieron amarse sin distancia alguna.
Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.
Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños.
Toma asiento y escucha con atención.
Siempre habrá un cuento que narrar.
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6 comentarios:
Ella tenía claro lo que quería, por eso los demás no la terminaron de llenar. Lo espero desde chiquita convencida de que llegaría el día en que lo encontrara, por eso le siguió hasta el mar, ese mar que fue testigo del amor que fue creciendo entre ellos día a día, sin apenas darse cuenta. Y por fin llego el día en que unieran sus vidas para no separarse más.
Un cuento precioso cariño, aunque ya te lo he dicho muchas veces, me encanta como escribes.
Besitos.
*_________* OH MY FUCKING GOD
¿LO HAS ESCRITO TÚ?! :D
Es precioso (aunque he tardado mil años en leerlo, ejem... xD). A mí me pasa un poco como a la protagonista de tu cuento, he salido con bastantes tíos, pero siempre hay algo que... no termina de convencer. Inevitablemente comparas con quien realmente querrías estar. Y aunque a veces parezca que no puede ser, que no va a pasar, la vida da muchas vueltas, así que... porque nos vamos a conformar, ¿no?
Llegará el día en que le demos una patada en el culo a la distancia, ohsí <3
¡Un saludo!
No, espera, me voy a despedir bien:
Caricias besos y mimitooooooos!! (8) jajaja
Este es "mi" peluchitooooo!! jajajajjaja
Me alegra mucho que os haya gustado a ambas, porque sí, lo he escrito yo, con mi particular estilo de narrar, desde luego, y ello implica que sea interminablemente extenso y con un sinfín de epitetos y adjetivos jajaja (toda la culpa es de H.P. Lovecraft. Demasiados años llevo atormentándome con su malsana narrativa).
No cabe duda de que siempre se ha de ser incoformista, mucho más cuando se trata de un sentimiento tan trascendental en nuestra vida como es el amor, que es tan subjetivo que para muchos no es más que una creencia y, para otros, ni siquiera existe. Pero, a pesar de este inconformismo, hay un momento en tu existencia en el que sientes que alguien te ha llenado, que se adapta a ti y te complementa por completo. En ese instante, las comparaciones dejan de existir incluso y te centras en esa persona, que es la única para ti.
Y sí, le daremos una estocada mortal a esa maldita distancia en breve ;)
P.D.: ¿Qué cachondeo os lleváis las dos con lo del peluche, eh? Lo peor de todo es que no estáis del todo desencaminadas... siempre y cuando me veáis como algo así: http://www.toytokyo.com/productImages/4994_1.jpg jajaja
Pero este cuento es trampa!! que les paso a los otros 3 pretendientes?? que fue del caballero,del patricio?y el juglar?? Podrias escribir una historieta para cada uno y su destino no?
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