Manzanilla era un gigante que vivía en un lejano tiempo de leyenda, en el que los bosques se extendían desde los confines del amanecer y las criaturas mágicas recorrían el mundo. Habitaba una hermosa cueva desde hacía siglos, bien amueblada y acondicionada para alguien de su tamaño. Porque sí, era grande, enorme, y eso podía conferirle un fiero aspecto, con amplias manos y una inmensa cabeza. Pero nada más lejos de la realidad, las apariencias nos engañan con facilidad, y a pesar de lo que pudiera parecer, era pacífico y benevolente. Estaba en armonía con todos los seres de la naturaleza, que iban a visitarle a su hogar cuando caían enfermos porque, como casi todo el mundo sabe, los gigantes son expertos elaborando antídotos y ungüentos que podian curar cualquier dolencia. Sin embargo, desde hacía no demasiado tiempo, en los lindes de los bosques, se empezaron a construir aldeas pobladas por humanos. Y los humanos, por desgracia, sólo quieren ver lo que parece y no lo que realmente es. Por eso, temían a los gigantes, y el miedo les hacía actuar con violencia. Poco a poco, los fueron cazando a todos, hasta que sólo quedó el pobre Manzanilla, que no tuvo más remedio que esconderse, y tan sólo salir cuando caía la noche y el pueblo dormía. Se convirtió en un gigante triste y solitario.
Pero no todos los humanos tenían ese carácter cruel y desconfiado, había personas que sabían ver más allá de las formas hasta llegar al fondo de las cosas. Este era el caso del pequeño Tito, el hijo del alcalde de la aldea, un niño un tanto travieso, y todavía más inquieto, que no podía parar quieto, pues sentía que quería saber por encima del deber. Y es que la mejor educación es la curiosidad que uno mismo puede tener por lo que le rodea. Así pues, desobedeciendo a sus padres, se escabullía por el pueblo o por los bosques siempre que quería. De esta manera, una noche como otra cualquiera, en la que se escapó al bosque cercano se encontró, frente a frente, con Manzanilla, que esaba recogiendo plantas mientras canturreaba una alegre canción. No obstante, en cuanto vio al niño, el gigante calló al instante y comenzó a correr asustado. Tito se quedó perplejo un momento, por la sorpresa y no por el miedo, pero de inmediato salió disparado tras él hasta que ambos llegaron a la cueva donde vivía. Cuando vio que no podía huir más, Manzanilla se volvió hacia el pequeño y le rogó asustado:
- Por favor, no me hagas daño, tan sólo estaba recogiendo hierbas para curar a una golondrina herida.
- ¿Cómo podría hacerte daño si soy mucho más pequeño que tú? -preguntó el niño desconcertado.
- Porque eso es lo que nos hacen los que son como tú a mí y a los míos. -Manzanilla aún estaba temblando.
- Entonces, ¿por qué eres tan grande? -apuntó con curiosidad Tito, con una naciente sonrisa en el rostro.
- Eso es algo que nunca he averiguado. -se encogió de hombros el gigante algo más tranquilo.
Desde aquel momento, Manzanilla comprobó que Tito no era como la mayoría de seres humanos y se hicieron muy buenos amigos. Pasaban las noches caminando por los bosques, recogiendo hierbas medicinales, ayudando a los animales, bebiendo de los arroyos, trepando en árboles con la ayuda del gigante, o en el propio gigante, que era tan grande como cualquiera de ellos. Manzanilla sentía que volvía a ser feliz, y su pequeño amigo, estaba descubriendo un mágico mundo en su compañía. Todo transcurría como ambos querían hasta un buen día. O mejor habría que decir, una mala noche. Pues al padre de Tito, que siempre estaba demasiado ocupado para dedicarle tiempo a su hijo, se le ocurrió pasar por su habitación para comprobar si también estaba enfermo del estómago como casi todo el pueblo. Fue entonces cuando no lo encontró y su temor se disparó. Como sabía que se perdía por los bosques con frecuencia, reunió a un grupo de hombres para buscarlo. Después de rastrear sus huellas unas horas, los encontraron mientras jugaban al escondite. Manzanilla estaba de espaldas, apoyado en un árbol y Tito se escondía justo detrás de un brezal. Ni un segundo tardaron los hombres en atacar al gigante en cuanto lo vieron, distraído e indefenso, con palos, piedras y antorchas. Le golpearon hasta herirle y le quemaron hasta prenderle. Y a pesar de los gritos desesperados de su pequeño amigo, Manzanilla tuvo que marcharse malherido a resguardarse en su cueva.
Tito estaba tan triste por lo que había pasado que sus lágrimas bien podrían haber creado un lago salado justo donde al gigante habían apaleado. Se lo llevaron a casa, de inmediato, y lo encerraron para que no volviera a escaparse, y así no se pusiera en peligro. O eso es lo que opinaba las gentes del pueblo, mientras seguían enfermando, con terribles dolores de barriga que no podían aliviar de ninguna de las maneras. Hasta que llegaron las primeras muertes, por no encontrar un remedio que pudiera detener la epidemia. Entonces Tito, aunque todavía seguía apenado por lo que le habían hecho a su amigo, supo desde el principio que Manzanilla podría ayudarles. Rogó a su padre que le dejara salir para pedirle ayuda pero éste se negó entre pinchazo y retortijón. Pero sabía que no le costaría escapar, por lo que esperó hasta que su padre sufrió un apretón y se marchó al bosque a toda velocidad. Manzanilla estaba en su cueva curando sus heridas cuando su pequeño amigo llegó y al ver su rostro de desesperación, ni un instante dudó en ayudarle. Se dirigieron al pueblo que ahora era seguro para los dos, ya que sus habitantes se retorcían de dolor en sus casas. El gigante buscó el origen de la enfermedad, hasta que lo encontró: eran las aguas del pozo, que tuvo que probar en gran cantidad para saber que estaban contaminadas con residuos que los propios hombres habían arrojado. A Tito le prohibió que lo hiciera, ya que él no estaba enfermo al haber bebido de los manantiales del bosque durante ese tiempo.
Sin más dilación, Manzanilla se dispuso a recolectar unas flores de pétalos blancos, que eran las necesarias para preparar el antídoto que salvaría a los aldeanos. Como había hecho antes con los animales del bosque, Tito le fue suministrando el brebaje a cada uno de los enfermos, que se empezó a recuperar con increíble velocidad. Sin embargo, el gigante no recordó que él también había probado de esas aguas y cuando se quiso percatar, ya no quedaba ni una gota del remedio ni una flor para elaborarlo. Se dejó caer en mitad de la plaza del pueblo, con tanto dolor que apenas podía mantener los ojos abiertos. Y fue cuando ocurrió. Los aldearon salieron de sus casas y rodearon el cuerpo del gigante, que a duras penas respiraba. Entre todos trataron de reanimarle, pero no consiguieron nada, así que lo único que pudieron hacer fue regalarle palabras de agradecimiento y sonrisas de felicidad. Tito corrió hasta su amigo, abriéndose paso entre la muchedumbre y le abrazó un dedo con todas sus fuerzas para que su amigo aguantara. Pero era demasiado tarde para Manzanilla, y con su último aliento, pronunció estas últimas palabras para su amigo Tito:
- Tú me has enseñado el valor de la amistad. Y es ahora que muero cuando no me siento solo.
Y antes de que su vida terminara, enjugándose las lágrimas, su pequeño amigo supo la respuesta para una pregunta que hasta entonces no habían averiguado.
- Ya sé porque eres tan grande, porque tu corazón no cabría en un cuerpo más pequeño.
Y a pesar de que Manzanilla murió, su historia se transmitió de generación en generación, porque desde aquel remoto tiempo de leyenda hasta la actualidad su nombre aún perdura y prevalecerá para la eternidad.
Cuando te duela la barriga y te bebas una infusión, acuérdate del gigante Manzanilla y su gigantesco corazón.
1 comentario:
Holaa. Genial blog. Buenas imagenes, buenas historias. Me alegra haber pasado por aqui, y espero seguir haciendolo para encontrarme mas fantasias y relatos. Suerte con tus cosas. Saludos
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