
- Por favor, señor león, perdóneme la vida y le compensaré cuando tenga ocasión.
El león se rió y lo dejó marchar, pues, a decir verdad, hacía poco que había comido y no tenía hambre en ese momento.
Pasó el tiempo, y estando el león cazando, no se dio cuenta y pisó donde no debía, siendo apresado con una cuerda a un frondoso árbol. Viendo que había sido capturado, el león empezó a lamentar amargamente su destino, pero fue entonces cuando apareció el pequeño ratón, que corrió al lugar al escuchar esos gritos.

- Hace unos días me perdonaste la vida, y te echaste a reír, pues pensaste nunca podría hacer algo por ti. Pues hete aquí, mi promesa queda saldada, ¡libre puedes ir!.
Y desde este día, hasta el final de los tiempos, se dice que los leones jamás volvieron a comer ratones.
Nunca desprecies a los que crees que no te podrían ayudar, pues si son sinceros, por pequeños que pudieran parecer, siempre tendrán algo que ofrecer.