"Ni tú has nacido para vivir enjaulada, ni yo para tener todas las llaves..."
No quiero que me digan "tu chica". Ni "tu pareja". Ni "tu amor". No es mi propiedad, no la he comprado, no la retengo en una jaula. Ella y yo, caminamos un camino distinto, con un origen distinto, con un destino distinto, aunque es bien cierto que, en ocasiones, cuando nos da la gana, nos encontramos. Y puede que yo la acorrale contra el colchón de la cama. Y puede que yo la señale para decirle que la he vuelto a elegir. Entonces le puedo susurrar al oído: 'amor mío'. Entonces le puedo decir con la mirada: 'tuyo es mi corazón'. P ero todo esto es una ficción.
Llega un instante, por fortuna, en el que alguno de los dos, -generalmente ella, porque yo soy hijo único y nunca aprendí de verdad lo que es compartir- se escapa, se esconde, se difumina. La distancia se abre entre los dos, pero es una distancia que siempre estuvo ahí, que siempre estuvo abierta. Y me vuelvo a dar cuenta otra vez. Vuelvo a pensar que lo que nos hace estar verdaderamente enamorados no es compartir siempre el mismo lugar. Sino tener la misma distancia, y elegir cuando queremos recorrerla para acortarla o para ampliarla.
Y entonces me quedo observando la curva que se dibuja en su costado, que es el origen y el fin de todos esos caminos que algún día quise recorrer, y me siento
dichoso de haber sentido esa ficción de haberla poseído alguna vez. Me doy cuenta que es como un pajarillo que, en cualquier momento, podría echar a volar.
Y es por eso que no me acostumbro a decir 'mi chica', 'mi pareja', 'mi amor'.. No quiero poseerla por completo: me gusta pensar que todo puede pasar, que cualquier día,
igual abro la puerta y descubro que se ha largado para siempre por la ventana.
Eso me aterroriza.
Pero también me encanta.
Pero también me hace sentir bien,
jodidamente bien.
Y es por eso que ojalá la persona a la que amo jamás sea
mía.
Porque aunque la pueda tener a ratos,
como la quiero siempre
es libre.