Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

sábado, 23 de febrero de 2013

Despierto


El chico dormía. Dormía, dormía y dormía. Apenas sí se despertaba de vez en cuando, de manera inevitable, porque no había más remedio, porque no hay remedio ni cura permanente a estar despierto salvo la muerte, y morir no quería, no llegaba a ese extremo. Prefería dormir. Porque junto a la somnolencia llega el sueño, porque el sueño y el reposo eran la clave cobarde de su no vida, distinta a la muerte que huía, pero sólo de manera superficial.
Dormía mientras no vivía, y dormía mientras apenas vivía. Dormía de noche, dormía mientras las horas se consumían alrededor. Dormía mientras perdía el tiempo que se escurría y se agotaba cansado como él con cada decisión que no tomaba, con cada vago intento de despertar que nunca llegaba a acometer.

Dormía incluso cuando alguna vez se presentaba la oportunidad de despertar, porque nunca fue valiente, porque nunca le mereció la pena, porque nunca conoció motivo real y determinante para despertar de una vez por todas.

Entre sueño y sueño, dormía. Entre sueño y sueño, soñaba estar despierto. A veces hasta se lo creía. Podía permanecer meses presa de una ensoñación en la que por fin había despertado. Y lo que era más importante, en la que prefería permanecer despierto. Pero sólo era eso, una ensoñación más, más compleja que el resto, intrincada, pero falsa, engañosa, traicionera. Terminaba siempre dándose cuenta, y refugiándose en sí mismo de manera mucho más radical incluso. En consecuencia, seguía durmiendo.

Tomando cada pizca de esperanza para transformarla en irreal sueño, escondido, sombrío, eterno en apariencia y condición. Así no era feliz. Pero tampoco infeliz del todo. Apenas era, subsistía, el tiempo y los sueños se difuminaban, su realidad no era clara, pero transcurría. Fluía sin fluir. Triste manera de acometer la existencia, pero mucho más cómoda que la aterradora e imprevisible realidad.

Habría seguido así año tras año, hasta consumirse del todo. Habría permanecido ajeno a lo importante, a la chispa incandescente. ¿La verdad? Nunca habría despertado. Porque habría hecho falta algo tan absolutamente peculiar, mágico, único y desconcertante para que despertara, que era de locos llegar a imaginar que apareciese.

Pero el mundo está loco. A veces, pocas veces, pero a veces, sucede algo imprevisible. Y sucedió.

Apareció ella.

Ella le despertó. Ella le despertó por fin. No lo hizo queriendo. No pretendía despertarle. Pero le despertó. Y el sueño, por cómodo, por habitable que fuese, se disipó. Casi de golpe, él palpó y habitó la realidad. Junto a ella.

La contempló real, pero compendio de todo lo que soñó que merecía la pena. El sueño en vida dejó de ser triste, fue un soplo de aire fresco. Todo mereció la pena. Supo que debía luchar, se levantó, su cuerpo estaba anquilosado por permanecer tanto tiempo tumbado, pero supo que debía levantarse, y se levantó. Se incorporó. 

El sol casi le tumba. La responsabilidad casi le destruye.

Pero ella estaba allí. Sólo tenía que levantarse y caminar. Y encontrarla. Y abrazarla.

Y participar de un mundo y de una realidad que le eran desconocidos, pero mucho más apetecibles que la apatía en la que estuvo sumergido durante toda su vida.

Efectivamente, ella le estaba esperando. Le miró. Sonrió. Fue tan genial verla sonreir. Él cogió su mano. La apretó fuerte. Sujetándola, se vio asido y seguro. Por fin. Seguro en el mundo real. Dejando los sueños atrás.

Pero mientras caminaban tuvo miedo. Se sintió incapaz. Se supo incapaz. Los dedos se escurrían, y en su espalda, lejos pero todavía cerca, estaba su mundo anterior, su cama, su no vida pasada. Esperándole. Tentadora al fin y al cabo, porque en parte estaba abrumado y era tan sencillo descansar como antes hacía por poco gratificante que fuera...

Pero no podía perderla. No. No. No. En realidad no. En realidad no.

- Prefiero estar despierto. Ahora estoy despierto.- le dijo. Estaba despierto. Vivía. Vivían. Vivirían. Juntos. Despiertos. 

No más sueños, ni perdidos ni encontrados.

Ahora estaba despierto. Volvió a apretar la mano, la notó más fuerte, cada dedo sujetando cada dedo, cada fibra de su ser atada a cada fibra de la suya.

Esta era la realidad. Sería la realidad. Junto a ella, por fin. Despierto.